Lunes 24 de marzo de 2003
 

Construir infiernos o inventar paraísos

 

Por Susana Papponi (*)

  Hay fechas con nombre propio, que conllevan herencias y marcan descendencias. Sus consecuencias se alargan como una sombra. Fechas que apelan en la memoria de los pueblos a algo más que una crónica de calendario o una cantidad inerte de acontecimientos pasados o una conmemoración obligatoria. En el momento de volver la mirada al pasado, 24 de marzo de 1976 marca un hito, nos pone en situación del tiempo a partir del que se ha borrado la línea del horizonte y se nos hace desgarrador el peregrinaje a través del desierto, luego de que se nos estrellara la linterna contra el suelo.
Se abrió entonces un tiempo en que, traspasado el nivel de daño tolerable por una población, se nos hizo evidente qué es sentir de ese modo el horror de estar vivos. Cuando la sociedad, lejos de ser adecuada a la persona humana -su espacio adecuado-, devino en su lugar de tortura.
A partir de entonces el exterminio pretende borrar el alma de la población y no sólo su cuerpo, sino su historia y sus ideales... también su memoria. El peor de los delitos -dice María Zambrano- sería especular con el hambre y con la esperanza de un pueblo -los motores más activos de la vida humana-, porque sin son abolidos, lo único que resta es padecer el tiempo.
La desaparición, activa o sutil, de personas, por medio de la práctica del asesinato y el terror o a través de la exclusión, arrasa la cultura y esto no tiene otro nombre que "genocidio". Desde el excluido actual al desaparecido de entonces se hila una trama que deja a los individuos solos y desarraigados, perdidos en plena calle entre la indiferencia y el desasosiego. Esos dos polos entre los que se dirime la deriva presente convierten a los individuos en espectadores que viven en la seguridad de una existencia administrada, o bien en el desastre de la exclusión y la precariedad.
Por eso, la memoria nos obliga a ajustar cuentas con cualquier forma de nostalgia, no puede ser esa trampa que recuerda el pasado pero olvida el presente. Está claro que no es sólo con memoria que hemos de llenar el hueco, el vacío, que se abre a nuestros pies y que amenaza con una desaparición masiva.
Es cierto, en tiempos que se denominan sin futuro no es difícil caer en la nostalgia épica de los tiempos que imaginamos como aquéllos en que estaba claro que sí existía ese lugar al que peregrinar en pos de un renacimiento.
La memoria es parte central de la imaginación política, por lo tanto urge ajustar las cuentas con toda forma de nostalgia. En momentos en que nos enfrentamos con la más notoria desorientación política que ha conocido el país, hay que pensar de nuevo, volver a mirar, hacerlo con otras ideas. Hay que estrenar una nueva mirada sabiendo que sólo nos es posible comprender provisoriamente los enigmas. Estamos obligados a pensar nuestra vida en este desasosiego del presente en el que se nos ha hecho un silencio en la cotidianidad y en el mismo presente se abre un interrogante casi insoluble.
Y no es que se pretenda dramatizar al decir esto, sino que las fechas del calendario del horror, si bien se pueden rememorar con significación diversa, ponen en evidencia lo que se ha quebrado para siempre ante la irrupción del acontecimiento, que percibido como mayúsculo e inaudito provoca la amarga sensación de un mundo pulverizado e inhabitable.
El objeto de la política es la institución global de la sociedad, "la transformación de la totalidad de las condiciones existentes". Por eso, ¿cómo dar la espalda a lo que hay, en ese ausentarse, que hoy aparece como incapacidad para la acción? ¿Acaso no es posible unirnos todos de nuevo en un solo anhelo y volver a forjar un sueño y un ámbito de sentido, en lugar de perdernos erráticos por la realidad?
Es éste un momento en el que todos sabemos jugar con cierta destreza en el tablero de la tontería establecida -de lo pensable y lo decible- en que se piensa lo que no se puede por menos que pensar y se dice lo que hay que decir. Y este acontecer no es propiedad exclusiva de este país, pertenece a este ahora especialmente difícil en que es evidente que "el hombre dispone de medios que multiplican hasta tal punto la fuerza de su brazo que se ha hecho posible la destrucción del plantea entero -cuánto poder en un solo gesto y cuánta impotencia para todos los demás...".
Quizás el único valioso desafío actual sea adentrarse a navegar los vértigos y abandonar la monotonía del océano a que estamos acostumbrados -de las definiciones hechas, de decir lo que hay que decir- y vérselas con la propia estupidez y cobardía de la aceptación de las cosas dichas. Pues hay algo cierto y es que "el futuro nos medirá a todos nosotros según el valor del que hayamos sido capaces, porque si no tenemos valor, el planeta no sobrevivirá –es evidente".

(*) Prof. de Filosofía - Univ. Nac. del Comahue
     
     
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