Jueves 20 de marzo de 2003 | ||
La apreciación monetaria durante la convertibilidad |
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Por Roberto Kozulj (*) |
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Después de más de un año desde el fin de la convertibilidad, la sociedad debate todavía acerca del grado en que el 1 a 1 fue o no una quimera y cuáles fueron los costos del Plan. Uno de los puntos centrales de esta discusión es por lo tanto la determinación de cuál fue la paridad real de equilibrio a la que correspondía el 1 a 1 fijado por ley. Para muchos economistas, el nivel de correspondencia entre el peso y el dólar no entrañaba en sus comienzos un grado de apreciación importante. Es decir que la moneda no se hallaba sobrevaluada al inicio de la convertibilidad. Sostienen ellos que fue la inflación transcurrida desde la entrada de vigencia de la convertibilidad y los años posteriores, la causante de una pérdida significativa de competitividad. En la misma línea argumentativa se halla el ex presidente Carlos Menem en su nota publicada por el matutino "Clarín" el 26/2/03. Se puede crecer y derrotar la pobreza, si cambiamos el rumbo, en la cual sostiene que el "veranito" producido por un "dólar superalto" sólo beneficia a sectores que representan al 25% de la economía y perjudica al 75% restante. Sin embargo, para dilucidar esta cuestión de modo objetivo basta tomar una serie suficientemente larga de cotizaciones del dólar, un índice de precios internos que refleje adecuadamente las señales de cambios promedio de precios para el consumidor, y otro índice para corregir la propia inflación del dólar estadounidense. Se puede tomar como años o períodos de referencia momentos adecuados de la historia económica del país y comparar la historia de la paridad cambiaria con la de dicho momento o período histórico adecuado. Cuál es ese momento, obviamente, es una cuestión a ser analizada. Para ello existen criterios como por ejemplo la medición del impacto que una determinada paridad tiene sobre la balanza comercial, la deuda externa y el financiamiento, las inversiones, la competitividad, etc. Así, si una determinada paridad abarata artificialmente los productos importados de modo tal de hacer perder competitividad a productos nacionales para los cuales históricamente el país presentaba rasgos de eficiencia (ej.: productos lácteos, calzado, lanas, etc.) se tendrá un signo de que la moneda local está sobrevaluada. Si por el contrario en productos para los cuales el país no presentaba signos de competitividad (ej. computadoras, equipos de radio y tevé), de pronto se logra con facilidad su colocación en mercados internacionales, se tendrá un signo de subvaluación monetaria (o dólar alto). Por supuesto el análisis se puede y debe hacer más complejo. Es posible correlacionar la paridad real con el comportamiento del saldo comercial e inferir las consecuencias para el equilibrio estructural. Es decir si una paridad induce al desequilibrio permanente, genera deuda externa, entonces no es sustentable y la ruptura sobrevendrá como algo necesario, previsible y esperado. Por otra parte se debe analizar el efecto sobre el ahorro y el movimiento de capitales. Sobre estas bases es posible iniciar así un debate serio y adecuado. Para los expertos, la paridad real de 1986, al inicio del Plan Austral, reflejaba las condiciones próximas a lo que puede ser considerado una paridad de equilibrio de largo plazo. La elección de ese valor queda confirmada por el hecho de que se mantuvo esencialmente en promedio durante casi 80 años, entre 1913 y 2002, con la excepción de los períodos de apreciación como por ejemplo los ocurridos entre 1978 y 1981 con Martínez de Hoz (que están en el origen de la patria financiera y de la misma deuda externa en su abultada magnitud de los ochenta) o durante el segundo gobierno de Perón, entre 1952 y 1955, que culminó con los desequilibrios propios del posperonismo y que estuvieron en la raíz de muchos vaivenes durante las dos décadas siguientes. Que esto sea así, es decir que el valor de la paridad real de 1986 sea similar a un promedio de largo plazo a pesar de tanta inflación y cambios de signo monetario, no indica más que lo fundamental de esta variable, dado que lo que interesa es que no se produzcan desfasajes abruptos entre la evolución de los precios internos y los internacionales y que esta señal no fluctúe de modo caprichoso e imprevisible, orientando a los sectores productivos de modo errático. Establecida esta base objetiva, es posible observar qué sucedió al inicio de la convertibilidad y durante los diez años de su vigencia. Esta discusión es importante dado que para las empresas privatizadas y el sector financiero la sobrevaluación monetaria significó un negocio extraordinario, en tanto que las tarifas y precios en dólares fueron elevados sin que ello repercutiese sobre el usuario de modo visible. También porque en caso de llegar a la conclusión de que se partía de una sobrevaloración monetaria importante, la devaluación posterior pasa a ser inevitable y con ello la responsabilidad del aumento de pobreza recae sobre el plan y no sobre su finalización como el ex presidente Menem quiere hacer creer. A partir de este razonamiento y método se pueden puntualizar varios hechos: 1- En 1991, cuando se inició la convertibilidad, el nivel de apreciación con respecto a la paridad de 1986 era ya del 68%; 2- A partir de 1992 y hasta el 2001, los valores de la apreciación superaron 2 o estuvieron próximos a este valor (es decir sobrevaloración del 100% o más respecto de 1986). Esto obviamente indica también el cambio brusco de orientación macroeconómica como causa de la desestructuración del aparato productivo: con tales señales los industriales se convierten inevitablemente en importadores y ello es la raíz del desempleo, de la desestructuración productiva y del empobrecimiento del país. Es decir que, como sea que se lo mire, la moneda estaba fuertemente apreciada ya al inicio de la convertibilidad y ciertamente la inflación acumulada después de la convertibilidad complicó aún más las cosas, pero no fue ella el problema central como a veces se ha pretendido hacer creer. Es decir si la convertibilidad se hubiese fijado sobre la paridad de 1986, el resultado habría sido otro. Se hubiese alentado una competencia razonable para la industria, pero no su destrucción. Pero en este caso las privatizadas no hubiesen hecho la fortuna que hicieron. Para ellas era fundamental un esquema de moneda sobrevaluada porque, mientras su capital se hallaba nominado en dólares, sus ingresos y todas las relaciones de rentabilidad a partir de ellos dependían -y dependen- del grado de sobrevaluación monetaria. Esto se percibe hoy con toda claridad en tanto mantener el valor de las tarifas en dólares implicaría multiplicar sus valores actuales por tres: un verdadero disparate. Las razones del fabuloso negocio no terminan allí. Su explicación no obstante no sería posible en tan apretada síntesis. Baste señalar que indicadores como deuda externa/PBI mejoraron por decreto. Por otra parte las distorsiones macroeconómicas durante la convertibilidad fueron tan numerosas y de tal grosor, que es casi imposible pasar por alto o disimular este tema. El PBI llegó a ser tres veces el propio de las décadas del sesenta al ochenta expresado en dólares. El gasto público consolidado fue en 1997 un 17,5% inferior al de 1989 expresado en precios al consumidor, pero casi 5 veces el mismo expresado en dólares. El sector industrial pasó a representar menos del 16% del PBI. Industrias como las del calzado enfrentaron importaciones de alrededor de 15 millones de pares al año, etc. etc. etc. Por lo tanto las distorsiones causadas son difíciles de ignorar. Respecto del tipo de cambio actual, si es o no "superalto" como dice Menem, el análisis revela entre una ligera subvaluación y una proximidad al equilibrio, dependiendo tal resultado del índice de precios internos al consumidor que consideremos. Si se toma el del INDEC, con una inflación del orden del 40% entre enero del 2002 y enero del 2003, se estaría en una subvaluación respecto del equilibrio. Si en cambio se toma como índice más realista un nivel promedio del 80%, se estaría muy próximo al valor teórico de equilibrio escogido. En todo caso jamás podría hablarse de un dólar "superalto". Sin embargo, a las empresas privatizadas y al sector financiero este nivel de paridad no es el que más les conviene y es por esto que se oponen al esquema actual a pesar de que en diez años han recuperado sus inversiones con creces y tasas más que razonables. Pero el sector de las privatizadas y el sector financiero representan por cierto mucho menos todavía que el 25% de la economía, y sus efectos sobre el aparato productivo en términos de creación de empleo e ingresos ciudadanos genuinos son menores. Por otra parte no se debe olvidar que al ser convertidos en dólares billete o remitidos al exterior los dólares depósito correspondientes al rubro otros activos, los bancos y el sistema financiero rescataron durante el año 2001 prácticamente la totalidad de las inversiones financieras genuinas que daban sostén a la convertibilidad. Mientras que las empresas licuaron deudas y los ahorristas perdieron parte del poder adquisitivo de sus ahorros, el sistema financiero se autoajustó en un modelo que inevitablemente lo conducía al default y se hallan quizás esperando el inicio de otro ciclo que les permita este tipo de asalto fantástico, para cualquier país serio. Si bien es cierto que la devaluación por sí sola no puede recomponer todas las distorsiones pasadas, y que la Argentina necesita dar respuestas a varias cuestiones ligadas aun al nivel de la paridad que se adopte, nada podría ser tan dañino como retomar un esquema de moneda sobrevaluada que tarde o temprano culminará en un nuevo default y en una inagotable acumulación de nuevos pobres e indigentes. Sobre estos efectos perversos, el autor de la nota viene alertando desde 1992 reiteradamente. Así, es verdad, si alguien llegó a creer que éramos un país de 8.000 ó 9.000 dólares per cápita y del Primer Mundo, después de la devaluación somos ciertamente un país pobre en términos de ingreso por habitante y sin dudas será más difícil acceder a tecnología importada o a insumos importados. Y quizás en buena hora, dado que ello crea parte de las condiciones objetivas para ocupar en forma productiva el inmenso potencial de materia gris que año tras año emigra o se desperdicia en un país que parece haberse olvidado de esta importante parte de sus recursos. Por otra parte, para los casos en que se considere imposible o inconveniente la sustitución de importaciones, existen justamente las políticas activas del Estado. Por ejemplo, aprovechando la renta que generan las exportaciones sería posible crear formas de acceso a la modernización tecnológica requerida por la industria de un modo permanente, como estrategia de largo plazo capaz de sostener, dar empleo y alimentar a una población que en vez de crecer disminuye en un país subpoblado como el nuestro. Sería éste un camino deseable y a mi parecer se halla en el imaginario de buena parte de nuestro pueblo. Es necesario que los grupos de poder lo comprendan, quieran acompañar este proceso y que el Estado recomponga su capacidad de imponer reglas básicas coherentes en beneficio de las mayorías. (*) Economista. Bariloche. |
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