Martes 18 de marzo de 2003
 

Universidades líderes

 

Por Alberto Félix Suertegaray

  El Estado es la institucionalización de un pacto social histórico-cultural basado en la visión compartida de una racionalidad ética que orienta las acciones según la lógica del bien; la legitimidad del poder así constituido se fundamenta en el compromiso con el bien común, que se construye traduciendo en acciones concretas, principios y valores que, estando más allá de la órbita de las mismas, estructuran esa racionalidad. El proceso educativo es, entretanto, el espacio donde se da la dinámica existencial que forma las conciencias en el reconocimiento de esos principios y valores y de la lógica y la forma de su aplicación.
En el ámbito del trabajo se sirve a la comunidad, proporcionándole los medios tangibles e intangibles que necesita para construirse como ambiente que propicia el desenvolvimiento de la libertad humana y la realización de todas sus potencialidades personales y comunitarias.
Al Estado democrático le interesan, entonces, el cumplimiento de los derechos sociales, la construcción de la ciudadanía y la emancipación plena de los ciudadanos como personas libres y soberanas, el sistema educativo forma hombres capaces de contribuir para este fin y el sistema productivo proporciona los medios respetando los diferentes aspectos que conforman la dignidad humana según la racionalidad vigente; en la plenitud de la libertad, fruto del esfuerzo creativo, reflexivo y productivo de todos, ganan sentido los imperativos éticos, productivos y educativos.
Democráticamente -por otro lado- la capacidad de construir una alternativa existencial depende de la posibilidad que una clase fundamental (subalterna o dominante) tenga de elaborar su visión de mundo, de construir su representación entitativa y de -por lo tanto- elaborar, proponer y negociar un nuevo proyecto de sociedad. No se trata apenas de obtener la obediencia de las demás clases o de ser mayoritario aquí o allí. Diferenciarse es encarnar una visión de mundo, y es más: es elaborar una visión que sea capaz de reestructurar el campo del debate y sobre esa base determinar los frentes de intervención y articular alianzas.
Todo grupo humano que pretenda proponer una alternativa tiene que necesariamente proveer -entre otras cosas- una lectura de la historia con la cual y por la cual pueda presentar su proyecto. Releer la historia desde este punto de vista significa no apenas ver dónde y cómo se crearon los problemas, sino también percibir dónde y cuándo esas ideas fueron presentadas antes a la sociedad como alternativa. Esa lectura no permite apenas dar una lógica al nuevo proyecto, además -y fundamentalmente- permite cuestionar las bases del proyecto vigente y del nuevo. Distinguirse, destacarse, tornarse independiente, ejercer la propia libertad. El proceso de la proposición alternativa supone, antes que nada, la autonomía en la elaboración de una visión singular del mundo, su implementación supone la colaboración. Autonomía y colaboración son, pues, dos fases de la dinámica democrática.
Sugiero entonces, a las diversas escuelas, que además de la formación técnica específica, brinden elementos conceptuales que permitan a los ciudadanos que a ellas concurren elaborar, proponer y oponer, ordenadamente, la visión de mundo que les sea propia. Entretanto, y reflexionando a partir del ideal democrático expresado, me parece que la Argentina está sufriendo una fuerte crisis de liderazgo. Esto lo observo en varios campos, mas, de una manera marcante, en el orden del pensamiento, del arte, de la política y del trabajo.
Un país -como una cordillera- se nivela por la altura de sus picos; y un país sin liderazgo será siempre uno de "bajo nivel", poblado de hombres pequeños, sin horizontes, sin profundidad. En estas circunstancias, la universidad y la educación universitaria -aquélla construida a partir de fundamentos, principios y valores universales- se revisten de una capital importancia. Esa ausencia de liderazgo debería representar para los universitarios un verdadero desafío que detonase, en su capacidad creativa, con resonancias de responsabilidad personal.
¿Por qué?, podríamos preguntar. Porque las mentes y los espíritus de Argentina, aquellos que deciden sobre su destino, se forman en su mayoría en las universidades; la universidad es, en esa medida, la cabeza de un país. Porque es allí donde se capacitan para formar a otros y para conformar la sociedad. Porque a partir de ella y de su reserva de saber podría ser regenerado el tejido social, en sus diversos órdenes, con la coherencia y sentido que todos deseamos.
     
     
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