Lunes 10 de marzo de 2003 | ||
Miguel A. Camino, un gran poeta de Neuquén |
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Por Pablo Fermín Oreja |
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Era yo muy joven, cuando en febrero de 1946 realicé una de mis primeras visitas a San Martín de los Andes, donde residía mi hermano Manuel. Por entonces, escribía notas regionales para el diario "La Nueva Provincia", de Bahía Blanca, además de hacerlo, desde mi adolescencia, en "Río Negro", que dirigía su fundador, don Fernando Rajneri. Sugestionado intensamente por el escenario de aquel lugar maravilloso, compartí un almuerzo con amigos muy dilectos a orillas del arroyo Pocahullo, que vierte sus aguas en el lago Lácar. Para mí fue entonces sorprendente observar que las aguas del Pocahullo corrían "al revés", es decir del este al oeste, para desembocar en la cuenca andina. Mientras almorzábamos, escuchábamos la conversación del poeta Fernán Félix de Amador, distinguido crítico literario del diario "La Prensa" y hermano de Horacio y José Antonio Fernández Beschtedt, radicados de muy antiguo en la hermosa estancia Filo Hua Hum, en plena precordillera. Recuerdo que alguien portaba una radio, y en esos momentos por la misma se transmitía un fogoso discurso del coronel Perón, en plena campaña presidencial, cuyo triunfo lograría en la histórica jornada del 24 de febrero de 1946. Félix de Amador se mostró tan contrariado por las palabras de Perón, que hubo que apagar la radio y reanudar la amena conversación del poeta. Hacía poco que yo me había enterado de que Miguel A. Camino, el inefable autor de "Chacayaleras" y "Chaquiras", dos libros que los neuquinos y los patagónicos en general no debiéramos desconocer, había residido durante muchos años en San Martín de los Andes en un establecimiento que su padre poseía en inmediaciones de la Vega Maipú. Sin embargo, la entonces recoleta y paradisíaca población lacustre no manifestaba ningún testimonio público de reconocimiento por la memoria de aquel transitorio pero célebre convecino, cuya fama literaria había trascendido largamente los límites geográficos del pueblo fundado el 4 de febrero de 1898 por el coronel Jorge Rohde. Precisamente un año después de este acontecimiento, fue creada la estafeta postal del campamento y se designó para regentearla al vecino don Miguel Camino, con una asignación mensual de 20 pesos. Se trataba, claro está, del padre de nuestro poeta, que había nacido en Buenos Aires el 30 de noviembre de 1877. Falleció en la misma ciudad el 7 de abril de 1944, en medio de las noticias tremendas sobre la Segunda Guerra Mundial y los aprestos para el desembarco de los aliados en Normandía, que iba a desencadenar la derrota final de las fuerzas de Hitler. Quedó entonces acallada la muerte de Camino, de quien Federico de Onis diría: "Poeta regional, el mejor de la Argentina, y aun de toda América, hoy". (1944) Una de esas tardes de febrero de 1946, en un bar sanmartinense que atendían el querido y recordado Yamil Obeid y mi hermano, me atreví a dar una charla sobre Camino, en presencia de numerosos amigos y de dos hermanas del poeta, a quienes no conocía y que estaban pasando unos días de descanso y evocación familiar en el lugar. Señalé entonces el "aparente olvido en que se mantenía el recuerdo del poeta, que allí mismo, en los verdes trebolares de la Vega Maipú, había cantado en versos maravillosos las sugestiones del paisaje encantado del Lácar y el Chapelco". Y poco después, ya reintegrado en General Roca, recibí un testimonio de reconocimiento de las hermanas de Camino: un ejemplar, afectuosamente dedicado, de "El paisaje, el hombre y su canción", una antología que la editorial Losada publicara en 1938, incluyendo el material de "Chaquiras", "Chacayaleras" y "Nuevas Chacayaleras". Ese libro lo guardo entre los más valiosos de mi modesta biblioteca. Tal vez muchos lectores no conozcan la trayectoria de Camino, aunque sí tal vez recuerden haber leído alguna vez aquellos chispeantes octosílabos de "Prendiditos de la mano": Vienen bajando el faldeo/ Felicinda y su Ciriaco./ Vienen los dos en silencio/ prendiditos de la mano./ ¿Qué pudo haber ese día/ entre los enamorados,/ que vienen tan en silencio/ prendiditos de la mano?... Camino era también un talentoso periodista de "La Nación" y otras importantes publicaciones de la época. Al término de una larga permanencia en Europa, al filo del estallido de la Primera Guerra Mundial, regresó al país y se afincó en San Martín de los Andes, atendiendo la hacienda de su padre y la corresponsalía de "La Nación". Cuando en 1948 publiqué mi primer libro, "Evocaciones Neuquinas", incluí en sus páginas un capítulo titulado "Miguel A. Camino, el poeta de la Vega". Ahora mismo lo he estado releyendo, con una emoción muy pura que me retrotrae a aquellos limpios días de mi juventud, cuando los temas literarios surgían de una auténtica inspiración estética. ¿Quién recuerda hoy a Miguel A. Camino? Hace mucho que no voy a San Martín de los Andes. En una de mis últimas visitas, creo que en 1980, respondiendo a una invitación de dirigentes culturales de Neuquén, entre ellos Ileana Lascaray, hablé un un acto realizado en la costanera del Lácar, donde se dejó un sangrante testimonio de admiración a los poetas neuquinos que le dieron prestigio y fama a un territorio de leyenda, donde ahora se le rinde tributo a la riqueza del petróleo, pero suele olvidarse a las figuras que lo consagraron en los grandes espacios de la cultura nacional. |
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