Jueves 6 de marzo de 2003
 

El camaleón

 

Por Héctor Ciapuscio

  Abel Posse es un argentino muy conocido que ha escrito varios libros y ha obtenido premios importantes. Es embajador desde hace tiempo, nos ha representado ante varios gobiernos como tal y sus novelas o ensayos lo inscriben en la tradición de aquellos embajadores-literatos de los regímenes conservadores que honró Roberto Payró, el de "Pago Chico", en el primer cuarto del siglo XX. Pero no es a sus méritos literarios a lo que quiero referirme aquí, sino a sus notas periodísticas de contenido político que no son raras en Buenos Aires, y particularmente a un artículo que se publicó a toda página en "La Nación" bajo título "El largo año de la Argentina". La razón es simple: lo que expone ahora como su visión del país y de las políticas de sus últimos gobiernos se contradice absolutamente con lo que él mismo, con ardor de cruzado, expuso en el mismo diario varias veces en la etapa de administración menemista.
En noviembre de 1989, a cuatro meses de instalado el gobierno de Menem, Abel Posse publicó una nota con el título "La asignatura pendiente" en la que, centrándose en los aspectos culturales, rendía loas al mandatario y sus políticas. Reclamaba allí por una cultura argentina rica y seria que se había desdibujado. Ahora que estamos viviendo -decía- un saludable clima nacional de reconquista de valores y de voluntad de salida de nuestra precoz decadencia, "el jefe del Estado, que en cierto modo personifica la voluntad general de una nación vital cansada de falsas derrotas", quien "nos tiene acostumbrados a novedades y sorpresas que salen de lo rutinario", era el encargado de dar impulso a la cultura. Lo exhortaba por eso a la "revolución productiva" también en el ámbito de la ciencia, la tecnología, el arte y la educación. La cultura era, por culpa de los políticos fundamentalmente, la "asignatura pendiente" de los argentinos.
A pocos años de esa nota, el embajador Posse nos sermoneaba de nuevo en 1992 desde Praga con una dureza como la de aquel castizo Américo Castro que les imputó en otro tiempo a los argentinos "un cierto bagualismo ancestral". El artículo se titulaba "La seducción de la barbarie" y decía que los argentinos teníamos un "gobierno histórico", que nos había sacado de la hiperinflación, había desmontado la timba financiera, "obligó a la patria contratista a virar hacia la productividad" y "acorraló al Leviathan del Estado". La Argentina, "donde hay democracia y se respetan las libertades por primera vez", había hecho en tres años lo que a México le llevó ocho o lo que a Chile le costó un precio de dictadura, era vista en el exterior "como un milagro". ¿Cómo habíamos respondido a eso los argentinos? Pues como ingratos, con la vieja pasión autodestructiva. ¿Y de quién era la culpa? Por supuesto que de los políticos, cuya "escandalosa incapacidad" los hizo abandonar el poder por ineptitud de un ex presidente "liliputiense", de la "izquierda despechada" y del "aparato de información entusiastamente neurotizante", la "patria locutora", en primer lugar. Todos ellos, confabulados en una "politiquería de patio" obsesionada con "el estilo de corte de pelo del presidente", no toleran nada, viven ocupándose de cosas como "la residencia mendocina del misterioso Al Kassar"...
Ahora, a fines de febrero del 2003, sin que haya mediado un "mea culpa", una justificación pública, una manifestación de pesar por haberse equivocado y haber contribuido a la equivocación de sus lectores, algo como lo del refrán "quien aprende, rectifica", el embajador nos sorprende con juicios categóricamente negativos sobre lo que antes lo entusiasmaba. Enjuiciando esa etapa de los 1990, dice que "con urgencia atolondrada (y con coimas) entregamos los negocios de la Nación". Denuncia que nos convencieron de que no merecíamos enriquecernos con nuestro petróleo, ni manejar nuestros teléfonos, ni mantener la empresa aérea nacional, ni conservar las vías férreas en el momento mundial de trenes de alta velocidad. Dice que entonces desmantelamos la industria nacional en tiempo récord. Pero este gobierno, el actual, nos está sacando del fangal económico. "Duhalde, como un Moisés criollo, cruzó el desierto"... "Fue necesario quitarles a los argentinos el pérfido juguete del dólar de fabricación casera"... "Volvimos a comer tallarines de trigo pampa"... Volvimos a hacer camisetas, tractores, ropa interior, sembradoras"... Redescubrimos el placer del veraneo nacional en nuestras sierras, ríos y playas que habíamos sustituido por Brasil, Miami o Cancún. (Porque, entre otras cosas, también somos incorregiblemente cursis)".
El diccionario define al camaleón como un saurio de lengua contráctil y cola prensil. También explica que, en sentido figurado, familiar y aplicado a los humanos, se refiere a "persona que muda con facilidad de pareceres, según el interés o las circunstancias". De ahí el título de esta nota.
     
     
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