Martes 25 de marzo de 2003
 

Los meses después

 
  Entre los motivos por los que la mayoría de los dirigentes occidentales hubiera preferido dejar a Saddam Hussein en el poder, a pesar de su crueldad extrema y sus ambiciones peligrosas, estaba la convicción de que sin un jefe despiadado Irak caería en pedazos, produciendo una multitud de conflictos en una región que es estratégicamente importante. Y en efecto, la información, que pronto fue desmentida, de que tropas turcas habían ingresado en el norte de Irak donde gracias a la protección anglonorteamericana los kurdos establecieron un simulacro de un Estado autónomo, desató una ola de temor en todas las cancillerías. De elegir Turquía aprovechar la situación, muchos kurdos estarían más que dispuestos a combatirla por odiar a los turcos tanto como a los agentes de Saddam. Desgraciadamente para ellos, los más de 25 millones de kurdos están repartidos entre Turquía, Siria, Irán e Irak. En todos estos países fueron perseguidos con brutalidad. Aunque según la lógica "políticamente correcta" imperante tienen pleno derecho a disfrutar de la independencia, pocos se animaron a respaldarlos por miedo a la reacción de los turcos, árabes e iraníes, pueblos que no comparten los mismos principios, si bien suelen reivindicarlos cuando sus propios intereses están en juego o cuando es una cuestión de las aspiraciones de los palestinos.
Otra dificultad tiene que ver con los chiítas, que conforman la mayoría de la población de Irak y que cuentan con tantos motivos como los kurdos para celebrar el fin del régimen de Saddam. Por ser su variante del Islam idéntica a la iraní, antes de la invasión a Kuwait, Estados Unidos y la Unión Europea suponían que Saddam era un aliado en el enfrentamiento con la "revolución islámica" de los ayatollahs. Así las cosas, no es del todo inconcebible que, como Turquía, Irán intente entrometerse con el propósito de hacer causa común con sus correligionarios. Después de la primera guerra del Golfo, Estados Unidos abandonó a los kurdos y a los chiítas a su suerte, virtualmente entregándolos a Saddam, por miedo a ofender a Turquía y a fortalecer a Irán, pero en esta ocasión no dispone de tal alternativa. Mal que le pese a George W. Bush, mandatario que al iniciar su gestión se manifestó en contra de esfuerzos por "reestructurar" o "reconstruir" naciones que son inviables en su forma actual, al eliminar una dictadura feroz cuyo mérito principal desde el punto de vista de los occidentales -pero no, es innecesario decirlo, desde aquel de los kurdos y chiítas que sumados conforman una mayoría abrumadora del pueblo iraquí- consistía en saber garantizar la integridad territorial de un país tan heterogéneo.
Los norteamericanos y británicos esperan poder convertir a Irak en una democracia en la que kurdos, chiítas y sunnitas puedan convivir amablemente, hazaña que sin duda repercutiría con fuerza en una región en la que la tiranía es la regla. Es un objetivo más que respetable, pero uno que les será terriblemente difícil lograr alcanzar: en comparación con Irak, Alemania y el Japón, dos países homogéneos, plantearon problemas que eran sumamente sencillos, de modo que democratizarlos después de derrotarlos era inesperadamente fácil. Si los aliados no intervienen lo suficiente en el Irak de la posguerra, las tradiciones tribales propias de la zona podrían terminar imponiéndose provocando el caos. En cambio, si intervienen demasiado, Irak será otra vez una colonia y los ocupantes no tardarían en erigirse en el blanco preferido de todos los muchos grupos que se sentirán perjudicados. Una razón por la que convendría que la "reconstrucción" de Irak fuera una empresa conjunta de muchos países y no sólo de Estados Unidos y Gran Bretaña, consiste en que una administración lo bastante cosmopolita como para ser atribuida a Naciones Unidas constituiría un blanco mucho menos tentador. Además, en el esfuerzo necesario países recién democratizados como el nuestro que no poseen muchos intereses concretos en Irak podrían estar en condiciones de aportar tanto como los anglonorteamericanos y europeos o más por contar con funcionarios que entienden que la democracia, la que en teoría parece irresistible, es en realidad una modalidad política sumamente complicada que depende de mucho más que la voluntad de celebrar elecciones a intervalos predeterminados.
     
     
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