Domingo 23 de marzo de 2003 | ||
Moderación obligatoria |
||
Si Elisa Carrió fuera una ciudadana común, a pocos les importaría que diera a entender, con su vehemencia habitual, que no está convencida de que Saddam Hussein realmente sea un dictador pero que aunque lo fuera "lo más parecido a Adolf Hitler hoy es George W. Bush". Al fin y al cabo, las calles de miles de ciudades europeas, asiáticas y latinoamericanas están llenas de individuos que, enarbolando banderas decoradas con la hoz y el martillo, gritan lo mismo. Sin embargo, sucede que Carrió no es una ciudadana común. Es una política destacada que quiere erigirse en presidenta de la República. A menos que se haya propuesto liderar una suerte de cruzada antinorteamericana, le convendría pensar un poco en las consecuencias de lo que dice, tomando en cuenta la probabilidad de que en el caso de que fuera elegida asumiera cuando la guerra contra Saddam ya haya terminado, que las pasiones desatadas antes de que estallara se hayan apagado y que pase lo que pasare la Argentina se reencontrará en un mundo aún dominado por la superpotencia. Huelga decir que si triunfara Carrió en las urnas los funcionarios norteamericanos, además de los inversores, tendrían motivos de sobra para creerla ferozmente hostil hacia su país y por lo tanto tomarían los recaudos indicados. Según parece, tres de los candidatos presidenciales significantes, más el ocupante actual de la Casa Rosada y sus acompañantes, comparten sus sentimientos, pero hasta ahora han preferido limitarse a generalidades de tono pacifista, lamentando las debilidades humanas que a su juicio caracterizan a los líderes de Estados Unidos y el Reino Unido y evitando así formular la clase de declaración puntual memorable que podría perjudicar al país en el futuro. Ha sido ésta la actitud de Eduardo Duhalde que, luego de un comienzo incierto, parece haber entendido que dadas las circunstancias la ambigüedad sería más sensata que el antinorteamericanismo rabioso. Puesto que la Argentina no está en condiciones de incidir mucho en la evolución del conflicto, les corresponde a sus dirigentes limitarse a defender los intereses nacionales, resistiéndose a la tentación de actuar como comentaristas libres deseosos de hacer gala de su solidaridad con quienes desde su punto de vista son "los buenos", aun cuando éstos parecerían incluir a sujetos de antecedentes tan sanguinarios como los de Saddam, concentrándose en la posibilidad de colaborar, aunque sólo fuera de manera simbólica, con las tareas humanitarias que están por iniciarse. Por ahora, Carrió y otros pueden sentirse parte de una "comunidad internacional" que repudia "la guerra" con unanimidad, achacándola exclusivamente a la belicosidad del dúo conformado por Bush y Tony Blair, pero sucede que el consenso que creen representar dista de ser tan universal como imaginan y es bien posible que, tal y como sucedió después de la derrota de los talibanes en Afganistán, se deshaga al difundirse detalles del alivio sentido por la mayoría de los iraquíes -lo sepa o no Carrió, más del setenta por ciento son chiítas o kurdos que, lo mismo que muchos sunnitas, han sido perseguidos brutalmente por el régimen- y por las revelaciones acerca de las atrocidades perpetradas por quien le cuesta calificar de dictador. Así las cosas, no es inconcebible que la ola de antinorteamericanismo que ha surgido aquí y en otras latitudes se reduzca drásticamente cuando el próximo gobierno aún esté procurando consolidarse, con el resultado de que aquellos que se entregaron con más furia a la moda queden desprestigiados, sobre todo si, como la chaqueña, cometieron el error de comparar a Bush con Hitler. En Alemania, una ministra que lo hizo tuvo que renunciar a pesar de que el gobierno de Gerhard Schröder haya tratado de mostrarse el más pacifista de Europa. Por ser la Argentina uno de los pocos países en el mundo que se granjeó, acaso injustamente, la imagen de haber sido llamativamente complaciente para con el hitlerismo debido a la hostilidad de sus élites políticas e intelectuales hacia Estados Unidos y Gran Bretaña, está entre los últimos que puedan permitirse el lujo de tener como presidente a una persona que no ha vacilado en afirmar públicamente que en su opinión la democracia más poderosa del planeta está bajo la férula de un nazi. |
||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación |
||
|