Sábado 22 de marzo de 2003
 

Si no fuera por Bush...

 
  En buena parte del mundo se da por indiscutible que en el origen de la guerra contra el Irak de Saddam Hussein está la personalidad del presidente norteamericano George W. Bush, que de no haber sido por el belicismo de un "vaquero" texano ignorante, de convicciones religiosas fundamentalistas, los eventuales problemas ocasionados por el régimen iraquí se hubieran solucionado de forma pacífica. Quienes piensan de este modo suelen opinar que si Bill Clinton aun estuviera en la Casa Blanca o si Al Gore hubiera triunfado en las elecciones reñidas y polémicas de fines del 2000, Estados Unidos estaría comportándose de forma radicalmente distinta. No se equivocan por completo: gracias a una imagen "flexible" y levemente progresista, es posible que tanto Clinton como Gore habrían sido capaces de impedir que muchos dirigentes europeos y otros se alzaran en rebelión contra el poder norteamericano, lo que, tal vez, hubiera sido suficiente como para intimidar a Saddam.
Sin embargo, cuando de la actitud que debería asumir Estados Unidos frente a la clase de amenaza planteada por Saddam se trata, la propuesta por Clinton era virtualmente idéntica a la adoptada por Bush. Antes de terminar su segundo período en la presidencia, Clinton advirtió de manera contundente sobre los peligros apocalípticos que estaban tomando forma en el Medio Oriente y el Este de Asia debido a la convergencia de dictaduras antioccidentales dotadas de los medios necesarios para pertrecharse de "armas de destrucción masiva" y grandes organizaciones terroristas que estarían más que dispuestas a utilizarlas en cualquier zona del mundo, incluyendo a Estados Unidos y la Unión Europea. Asimismo, al hablar con Bush a comienzos del 2001, el primer ministro británico Tony Blair, alarmado por la propensión notoria del texano a minimizar la importancia de lo que sucedía más allá de las fronteras de su país, le aconsejó prestar muchísima más atención al tema. Por lo tanto, era natural que poco antes del debate parlamentario en el que el Reino Unido se comprometió a participar plenamente en la guerra contra Saddam, Clinton escribió un alegato vehemente en favor de la tesis de Blair para uno de los diarios británicos que más lo había criticado por su compromiso con Estados Unidos.
Cuestiones de estilo aparte, la gran diferencia entre Bush y Clinton es que los ataques terroristas espectaculares del 11 de setiembre del 2001 se produjeron mientras el primero estaba en la Casa Blanca. De haber estado Clinton, podría haber reaccionado de forma mucho menos paciente que Bush por ser líder de una corriente considerada antimilitarista y por lo tanto obligado a probar que no era un débil. En cuanto al peligro todavía latente representado por Saddam, su voluntad de desarmarlo aunque sólo fuera por querer enviar un mensaje inequívoco a todos los demás siempre ha sido idéntica, aunque, claro está, su habilidad política le hubiera permitido conseguir el apoyo de sectores amplios que por motivos comprensibles y legítimos se sintieron irritados por la personalidad a su juicio hosca del "vaquero".
De todos modos, es siempre necesario distinguir el estilo de la sustancia, resistiéndose a la tentación de atribuir decisiones de importancia histórica a nada más que las presuntas características personales de un individuo determinado. Ya estaba escrito que tarde o temprano Estados Unidos emprendería una gran ofensiva contra los "estados paria" y sus amigos porque los peligros que plantean no son abstractos sino bien reales. Por supuesto, esto no quiere decir que no haya sido desafortunado que el responsable de gobernar la superpotencia en el momento en que comenzaba a reaccionar haya sido un hombre que, sus propios méritos y su popularidad entre sus compatriotas no obstante, se las había arreglado para granjearse una reputación internacional tan antipática que a un año y medio de los ataques terroristas contra Nueva York y Washington sea difícil encontrar a políticos que estén dispuestos a solidarizarse con su país. Antes bien, la mayoría abrumadora, trátese de personas sinceras o de oportunistas, entienden muy bien que les conviene más achacar la guerra a nada más que la beligerancia del "vaquero", afirmando que en su opinión es aún peor que Saddam, uno de los dictadores más brutales y con toda seguridad más peligrosos del mundo actual.
     
     
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