Martes 18 de marzo de 2003
 

El camino de Bagdad

 
  El pretexto estratégico para la invasión de Irak por las fuerzas anglonorteamericanas es claro: por motivos de seguridad, la "comunidad internacional" sencillamente no puede dejar que un dictador despiadado y ambicioso como Saddam Hussein consiga acumular armas de destrucción masiva que le permitirían desafiar al resto del mundo como en efecto ya está haciendo su homólogo norcoreano Kim Jong Il. Sin embargo, por distintos motivos, la mayoría de los gobiernos y buena parte de la opinión pública de los países democráticos han preferido negar que sea necesario hacerle frente antes de que los costos de intentarlo se hayan hecho prohibitivos. Aunque nunca sabremos si estuvieron en lo cierto los que insistían en que Saddam ya no planteaba una amenaza a nadie salvo a sus propios compatriotas, puede entenderse la popularidad de aquella tesis optimista: a pocos les gusta la idea de que el mundo pudiera estar entrando en una época tal vez más peligrosa que la dominada por la lucha sin cuartel entre las democracias y el totalitarismo militante. Dicho sentimiento, reivindicado por sus propias razones por los gobiernos de Francia, Alemania, Rusia y China, además de millones de pacifistas sinceros e izquierdistas decididos a aprovechar la oportunidad que se les había brindado, sirvió para que se formara la gran coalición antinorteamericana que a la larga hizo que la guerra fuera inevitable.
Es que la resistencia a entender que los peligros son auténticos y que convendría tratar de reducirlos sólo ha servido para aumentarlos. De haberse visto Saddam frente a un Occidente sin fisuras resuelto a desarmarlo por las buenas o por las malas, hubiera entendido que procurar engañar a los inspectores de Hans Blix le sería inútil: en tal caso, el desenlace podría haber sido otro. Por lo demás, nadie ignora que la presencia de aquellos inspectores en Irak se debió exclusivamente a la movilización muy costosa de los ejércitos anglonorteamericanos en Kuwait: proponer que las tropas se quedaran esperando en el desierto durante meses, quizás años, para que las inspecciones funcionaran nunca constituyó una alternativa seria, aunque podría haber resultado concebible si Francia y Alemania hubieran ofrecido financiarla. Asimismo, el estilo frontal y nada diplomático elegido por el presidente francés Jacques Chirac significó que una eventual retirada de las tropas hubiera supuesto una humillación aún más intolerable para Estados Unidos de lo que hubiese sido una decisión basada en la hipotética voluntad de Saddam de plegarse a las exigencias del Consejo de Seguridad de la ONU. Una vez que el presidente norteamericano George W. Bush hizo pública su intención de eliminar la dictadura de Saddam, el resto del mundo se vio obligado a elegir entre colaborar con la única superpotencia y oponérsele.
Al no sólo optar por esta segunda alternativa sino también manifestarlo con agresividad sorprendente, Chirac ha profundizado las divisiones ya existentes en el Occidente, en la Unión Europea, la OTAN y la ONU a cambio de una ola de popularidad en su país y, es de suponer que pasajeramente, en muchos otros. Es de esperar que las heridas que se han infligido se curen rápidamente. Por razones políticas, lo que empezó como una operación relativamente sencilla -el desarme de un dictador peligroso que mandaría un mensaje inequívoco a los tentados a emularlo- se ha transformado en un proyecto de envergadura incomparablemente mayor: la democratización de un país de tradiciones autoritarias conformado por etnias diferentes, entre ellas la kurda, y variantes religiosas históricamente enfrentadas. De ser la "reconstrucción de Irak", después de una guerra que se prevé será breve y contundente, una empresa casi exclusivamente norteamericana, la posibilidad de éxito resultaría decididamente menor de lo que sería el caso si la Unión Europea, la que no obstante su debilidad militar es un gigante económico, participara plenamente, no sólo aportando recursos humanos y financieros sino también impidiendo que tomen forma concreta las pesadillas de los que dicen creer que lo que estamos viendo es el nacimiento de un "imperio norteamericano" basado no meramente en el poder, riqueza e influencia cultural de Estados Unidos, sino también en la ocupación permanente de territorios en distintas zonas del mundo.
     
     
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