Domingo 16 de marzo de 2003
 

Espectáculo aleccionador

 
  Para alivio de los que temían que la nueva irrupción en el escenario nacional de Luis Barrionuevo marcara el inicio de una etapa signada por la violencia y el matonismo, el espectáculo que está protagonizando el senador está teniendo consecuencias más positivas, al recordar a todos los dirigentes que hoy en día modalidades que en otras épocas eran tomadas por rutinarias son consideradas intolerables y que por lo tanto no les convendría caer en la tentación de reeditarlas. A pesar del desplome de la economía y la proliferación de problemas sociales sumamente graves, se ha consolidado en el país el consenso en el sentido de que pase lo que pasare es necesario respetar ciertas normas. Por lo tanto, es legítimo presumir que el brote de violencia política que surgió a fines del 2001, cuando el presidente Fernando de la Rúa primero y, poco después, su fugaz sucesor Adolfo Rodríguez Saá, se vieron obligados a renunciar por la presencia amenazadora en la calle de multitudes de manifestantes acompañados por los revoltosos de siempre, no significó el inicio de una etapa signada por el desprecio por las instituciones, sino que sirvió de advertencia a la ciudadanía de lo que podría ocurrir a menos que frenara a los interesados en calentar los ánimos por suponer que un período de caos les resultaría beneficioso. Barrionuevo, es evidente, no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, razón por la que su intento de intimidar a los catamarqueños con métodos que en el fondo no fueron tan distintos de los empleados por algunos intendentes en vísperas de la caída de De la Rúa le ha resultado contraproducente. Lejos de impresionar a los demás por su voluntad de luchar en favor de lo que cree son sus derechos, Barrionuevo se las ha ingeniado para erigirse en el máximo símbolo de la violencia política del país, enviando de este modo un mensaje a otros personajes que a partir de los incidentes que se registraron en Catamarca han estado procurando hacer pensar que son dechados de moderación.
Es probable que para un político en la Argentina actual tener fama de ser un "duro", sobre todo cuando de hacer frente al delito se trata, aún resulte provechoso, pero hay una diferencia muy grande entre la severidad y la violencia. El repudio masivo de las actitudes de Barrionuevo, individuo que no sólo causó desmanes en Catamarca con el propósito de impedir que se celebraran elecciones sino que también intentó intimidar a sus adversarios en el Senado, muestra que la mayoría comprende muy bien la importancia de las formas democráticas. Esta reacción popular, combinada con la resistencia creciente de la ciudadanía a dejarse engañar por las propuestas demagógicas que tradicionalmente se multiplican en el transcurso de las campañas electorales, está modificando el estilo de la política nacional. Si bien de manera lenta, la política parece estar volviéndose cada vez más moderada, lo que, dadas las circunstancias, constituye una sorpresa muy grata. Después de todo, hace poco más de un año tanto en el país como en el exterior era común -y, en vista de los antecedentes, razonable- prever que el desmoronamiento de la economía más la incapacidad patente de "los políticos" para controlar la situación no tardarían en desatar una marejada anárquica de violencia en medio de la cual florecerían "alternativas" ideológicas extremistas.
Por fortuna, éste no fue el caso. El comportamiento de Barrionuevo ha sido considerado tan escandaloso precisamente porque es el único dirigente conocido que se creyó facultado para actuar como un matón barrial. Asimismo, la tendencia de todos los candidatos presidenciales significantes a acercarse al "centro", abandonando las posturas exageradas que en tiempos menos ominosos que los actuales muchos hubieran supuesto las indicadas, no puede sino motivar cierto optimismo en cuanto a las perspectivas frente al país. Aunque nadie imagina que los próximos años sean fáciles, ya parece probable que resulten ser mucho más constructivos de lo que cualquiera hubiera vaticinado hace apenas seis meses no porque "los políticos" encontraran una "salida" convincente -por el contrario, la mayoría sigue tan desconcertada como antes-, sino porque la gente les está señalando que lo que quiere es respeto por las normas y sentido común.
     
     
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