Martes 11 de marzo de 2003
 

La ONU y el poder

 
  Nadie está en condiciones de prever el curso que tomará en los próximos días la campaña anglonorteamericana contra el régimen del dictador iraquí Saddam Hussein, pero ya parece inevitable que entre las bajas más importantes de los conflictos que se han desatado estará la autoridad de las Naciones Unidas, la institución que fue establecida después de la Segunda Guerra Mundial a instancias de Gran Bretaña y Estados Unidos con la esperanza de que no compartiría el destino de la versión anterior, la Liga de las Naciones, que fue destruida por la negativa de sus integrantes a arriesgarse oponiéndose vigorosamente a la ofensiva de Benito Mussolini contra Abisinia, la actual Etiopía. Según el presidente norteamericano George W. Bush y el primer ministro británico Tony Blair, la ONU no servirá para mucho a menos que esté dispuesta a utilizar la fuerza para obligar a los países a acatar las decisiones que hayan sido plenamente aprobadas por el Consejo de Seguridad. En opinión del mandatario francés Jacques Chirac, empero, la fuerza -o sea, la guerra- es de por sí tan mala que su país, que cuenta con poder de veto en el Consejo, no podrá avalarla hasta que todas las otras alternativas se vean agotadas, actitud que fastidió sobremanera a sus homólogos norteamericano y británico no sólo porque quieren eliminar al régimen de Saddam cuanto antes, sino también porque entienden que si la ONU cuenta con un brazo armado, éste consistiría exclusivamente en sus propias fuerzas armadas que, bien que mal, son las únicas capaces de hacerles frente a los países rebeldes mejor armados. Si aceptaran la tesis francesa, tendrían que optar entre mantener a sus ejércitos en el golfo Pérsico durante meses o incluso años, lo cual les resultaría extremadamente costoso y desmoralizador, y retirarse de la zona. Si bien un repliegue sería festejado con júbilo por el gobierno francés y por los millones que dicen querer "la paz", daría a Saddam un triunfo histórico y aseguraría a todos los tiranos actuales y en potencia del mundo de que en adelante pudieran actuar con impunidad absoluta.
Acaso sea una gran lástima que Estados Unidos sea el único país que posea el poder militar necesario para enfrentarse con éxito con Saddam, el norcoreano Kim Jong Il y cualquier otro dictador que sueñe con modificar drásticamente en su beneficio el orden internacional existente. Por cierto, el panorama mundial sería muy distinto si por lo menos la Unión Europea, entidad que cuenta con los recursos económicos y humanos que le permitirían erigirse en una auténtica potencia bélica, también pudiera intervenir militarmente en zonas tan peligrosas para su propia seguridad como el Medio Oriente, pero sucede que éste dista de ser el caso. Puede entenderse, pues, la irritación que sienten los norteamericanos al ver a Francia y otros países europeos aprovechar el presunto comienzo del desarme iraquí, el que se debió precisamente a la amenaza de una guerra, afirmando que "las inspecciones están funcionando", mientras que se oponen en nombre de principios elevados a la idea de que tal amenaza sea algo más que verbal.
Ahora bien: si las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU son meramente retóricas: ¿servirán para algo? Claro que no, de ahí la necesidad de que se vean respaldadas por la voluntad de emplear la fuerza, lo que, a su vez, es casi un monopolio de Estados Unidos. A menos que sea cuestión de un conflicto minúsculo como el que Francia misma está tratando de manejar en Costa de Marfil, el grueso del esfuerzo militar de "la comunidad internacional" tendrá que ser aportado por Washington. Puesto que por los motivos que fueran muchos gobiernos quieren que las decisiones del Consejo sean acatadas pero así y todo se niegan a legitimar el uso de la fuerza, es de prever que en el futuro sea escaso el interés de Estados Unidos, acompañado como en la actualidad por Gran Bretaña y Australia, por someter sus planes a la ONU, la que parece destinada a verse reducida a ser un foro más que a lo sumo sea útil para los representantes de países pequeños -sobre todo de las muchas dictaduras que siguen existiendo- que quieren difundir sus opiniones, pero que por no tener ninguna capacidad para hacer respetar sus decisiones no podrá cumplir un papel muy significante en el mundo.
     
     
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