Lunes 10 de marzo de 2003
 

Metas modestas

 
  Si el presidente Eduardo Duhalde y el ministro de Economía, Roberto Lavagna, realmente creyeran que el FMI ha sido el gran responsable de todos nuestros desastres recientes y que no aprendió nada de sus muchos errores prácticos y conceptuales, se sentirían sumamente preocupados por la voluntad del director del Hemisferio Occidental del organismo, Anoop Singh, de aprobar casi en seguida la evolución reciente de las finanzas nacionales, pero, huelga decirlo, lo mismo que los funcionarios que los precedieron en sus cargos respectivos están más que dispuestos a tomar el visto bueno del Fondo por evidencia de que el país va bien encaminado. Aunque tal actitud puede entenderse por tratarse de políticos profesionales deseosos de hacer pensar que gracias a sus esfuerzos el país ya está recuperándose de los golpes recibidos cuando la economía se desplomó, no convendría que los demás la compartieran. Si bien es de suponer que por motivos humanitarios a los "técnicos" del FMI les encantaría que la Argentina se convirtiera pronto en una auténtica dinamo económica, lo que más les interesa es que deje de plantear peligros a las finanzas internacionales, de suerte que desde su punto de vista un país pobre pero relativamente estable resultaría preferible a otro más rico pero a su entender propenso a protagonizar crisis. Así las cosas, de iniciarse un intento genuino por llevar a cabo las reformas estructurales destinadas a posibilitar un período prolongado de crecimiento, el FMI podría tener más motivos para inquietarse que en la actualidad. Al fin y al cabo, el progreso implica cambios, los que a su vez siempre plantearán riesgos, sobre todo en un mundo en el que "los mercados" suelen ser hipersensibles, colmando de dinero a países considerados promisorios sólo para abandonarlos por completo a la primera señal de problemas.
Como algunos economistas han estado señalando, la "reactivación" de ciertos sectores después de un colapso que nos devolvió a la misma situación que casi una década atrás puede atribuirse al uso de la capacidad ya instalada, pero a menos que se produzcan muchas inversiones en mejoras tecnológicas, este proceso no tardará en agotarse. Puede que en ciertos sectores intrínsecamente competitivos, como los vinculados con la agricultura y algunos recursos naturales, se registren algunos avances, pero no es nada probable que los haya en la industria, sobre todo si el próximo gobierno opta por seguir procurando aprovechar al máximo las dudosas ventajas brindadas por el nivel llamativamente bajo de los salarios, base ésta del "modelo productivista" reivindicado por Duhalde. Siempre y cuando la mayoría esté dispuesta a resignarse a la pobreza, dicho "modelo" puede resultar ser sumamente estable y, con tal que el gobierno logre mantener bajo control el gasto público, merecería la aprobación del FMI, pero no supondría un futuro muy digno para un país que en teoría debería estar entre los más prósperos. Tampoco serviría para generar muchos empleos más productivos que los supuestos por los distintos planes asistenciales que han improvisado los funcionarios del gobierno actual.
Como consecuencia del desmoronamiento de la convertibilidad, se produjo una reacción muy fuerte por parte de los políticos contra la idea misma de que la Argentina debería estar en condiciones de transformarse en un país más productivo y por lo tanto más rico. Entre los beneficiados por el reemplazo de un "dólar barato" por uno extraordinariamente caro han estado los grupos industriales más conservadores y menos eficientes del país que, por sus propias razones, siguen presionando al gobierno para que impida que la tasa de cambio se modifique, actitud que, claro está, perjudica mucho a los trabajadores que no tienen por qué conformarse con competir en cuanto a sus ingresos con sus equivalentes no sólo del Brasil sino también de países como la China y la India. Sin embargo, para que logren recuperar una parte de lo mucho que han perdido en los años últimos será necesario que el país en su conjunto se haga cada vez más productivo, lo que será virtualmente imposible mientras la dominen políticos y empresarios que se oponen automáticamente a cualquier cambio achacándolo a "neoliberales" decididos a depauperarlos.
     
     
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