Domingo 9 de marzo de 2003 | ||
Peso demasiado pesado |
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Hace apenas un año, la sensación de que la Argentina como estaba constituida sencillamente no era viable estimulaba planes para redibujar el mapa fusionando ciertas provincias -como Río Negro y Neuquén- para que las divisiones políticas reflejaran mejor la realidad nacional. Sin embargo, al habituarse el país a su situación de nuevo pobre y reducirse el clamor en contra de "la clase política", el interés por el tema se fue apagando, razón por la que ha motivado cierta sorpresa la decisión del ex presidente Carlos Menem, respaldado por su compañero de fórmula Juan Carlos Romero, de reflotar la idea de "regionalizar" el país, empresa que a su juicio debería suponer el desmembramiento de la provincia de Buenos Aires. Como es natural, tal planteo ha merecido una reacción vigorosa por parte del gobernador bonaerense Felipe Solá, a quien no le atrae en absoluto la sugerencia de que su territorio sea repartido entre la Capital Federal, la Patagonia, la Pampa y la Mesopotamia. Tampoco siente entusiasmo alguno por el proyecto Eduardo Duhalde, hombre cuyo protagonismo se debe en buena medida a la magnitud excepcional de la provincia de Buenos Aires. Es una lástima que Menem, enemigo jurado del aparato duhaldista que domina Buenos Aires, sea el propulsor principal de la "regionalización" del país y que los defensores más vehementes del statu quo sean los políticos bonaerenses porque no cabe duda de que los desequilibrios producidos por las dimensiones demográficas y económicas de dicha provincia han contribuido mucho a la debacle nacional. Sucede que Buenos Aires es tan grande que sus vicisitudes inciden decisivamente en la evolución del país pero por lo general el presidente de la República no está en condiciones de obligar a sus gobernantes a pensar en los intereses de la nación en su conjunto. Además, puesto que ya es tradicional que el gobernador bonaerense se crea destinado a ser el próximo presidente, a menudo le parece conveniente aprovechar su poder tanto para incomodar a un rival instalado en la Casa Rosada como para mejorar sus propias posibilidades acumulando déficit gigantescos con la esperanza de poder resolver los problemas resultantes cuando por fin le toque encargarse del manejo de la economía nacional. Es lo que sucedió cuando Menem estaba en la presidencia y Duhalde en la casa de gobierno de La Plata, y más tarde cuando desempeñaban los roles así supuestos Fernando de la Rúa y Carlos Ruckauf. Si bien las tensiones entre la Capital Federal y La Plata fueron reducidas por lo que para muchos fue un "golpe civil bonaerense", la situación anómala existente será pasajera. Con toda probabilidad, se reeditará el mismo conflicto después de las elecciones porque se trata de un problema estructural: en la Argentina actual, es lógico que una provincia, la de Buenos Aires, se crea mayor que la suma de las demás partes del país y que sus dirigentes actúen en consecuencia. Lo mismo que tantas otras provincias, Buenos Aires tiene su propia historia y lealtades de suerte que incluso un pequeño cambio de frontera plantearía dificultades enormes. En cuanto a su eventual desmembramiento, sería traumático, pero aun así parece evidente que algunas modificaciones administrativas deberían intentarse a fin de minimizar las distorsiones ocasionadas por la convivencia forzosa de un conurbano sui géneris, el que puede considerarse una parte orgánica de la Ciudad de Buenos Aires, una zona agraria extensa de cultura y modalidades muy distintas, y una franja costera que es diferente tanto del Gran Buenos Aires como del interior. Por cierto, si fuera factible rehacer el mapa administrativo y político del país a partir de cero, a nadie se le ocurriría combinarlas en una sola provincia llamativamente más poblada que las demás. Para remediar los problemas estructurales provocados por el desequilibrio que andando el tiempo han surgido, acaso convendría que la próxima reforma constitucional incluyera un artículo según el cual en el caso de que cualquier distrito llegue a tener una población que sea superior al quince por ciento del total del país, se harían automáticos ya su división en dos, ya un cambio de fronteras destinado a restaurar el equilibrio perdido, porque de otro modo el federalismo no podrá sino seguir planteando más problemas que soluciones. |
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