Jueves 6 de marzo de 2003
 

Estado de sospecha

 
  La ex secretaria de Emir Yoma, Lourdes Di Natale, no fue la primera persona vinculada con los diversos escándalos que protagonizaron integrantes del entorno del ahora ex presidente Carlos Menem que murió de forma difícilmente explicable. Pocos creen que habrá sido la última. Con razón o sin ella, la mayoría da por descontado que entre los presuntamente beneficiados por el desprecio de ciertos menemistas por las formas legales están individuos que no vacilarían un instante en ordenar el asesinato de cualquiera que podría ocasionarles problemas. En efecto, el mero hecho de que si bien los datos difundidos hacen suponer que Di Natale murió a raíz de un accidente atribuible a un enfrentamiento con sus vecinos nadie se sorprendería si resultara ser víctima de un asesinato motivado por el temor a que hablara demasiado nos dice mucho sobre las características de quienes gobernaron el país en los años noventa. En el clima de corrupción y de impunidad que en aquel entonces se propagó por todo el territorio nacional y que aún no ha retrocedido, el empleo de métodos propios del crimen organizado parecería perfectamente lógico. Como es sabido, cuando hay sumas multimillonarias en juego, los que por los motivos que fueran amenazan con arruinar un negociado o, peor, posibilitar el encarcelamiento de los involucrados, suelen pagar con la vida por su falta de "lealtad". Puesto que Di Natale había contribuido al procesamiento de Yoma y por lo tanto del mismísimo Menem por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, sería natural suponer que figuraba en un lugar destacado en las listas de las víctimas en potencia de los resueltos a frenar la investigación mediante la eliminación física de los testigos.
Las muertes dudosas relacionadas con la corrupción de la era menemista ya son muchas. Entre ellas están las del ex brigadier Rodolfo Echegoyen, de Marcelo Cattáneo, de Alfredo Yabrán y, hace poco, del subcomisario bonaerense Jorge Luis Piazza. De haber sido cuestión de un solo caso, sería perfectamente plausible presumir que Di Natale murió a causa de un accidente, como sugiere la evidencia que se ha difundido, o por suicidio, pero ha habido tantos episodios similares que es comprensible que incluso los convencidos por la tesis oficial hayan formulado alusiones a la posibilidad remota de que fuera víctima de delincuentes contratados por quienes tienen buenos motivos para frustrar los esfuerzos de los jueces que, a pesar de todos los obstáculos en su camino, insisten en tratar de descubrir la verdad.
He aquí la razón por la cual cometen un error muy grave quienes minimizan la importancia de la corrupción por suponerla inevitable y hasta útil porque de otro modo la burocracia combinada con un sistema legal arcaico inmovilizaría la sociedad por completo. Una vez atrincherada, la corrupción lleva inexorablemente a la decadencia de la política, a la desmoralización de la Justicia y, desde luego, a la expansión casi sin límites del poder del crimen organizado, lo que obligará a los gobiernos de otros países a tomar medidas defensivas. Como si todo esto fuera poco, suele provocar distorsiones administrativas extremadamente costosas al anteponer los corruptos sus propios intereses personales a aquéllos del país en su conjunto. Precisar el aporte de la corrupción galopante al colapso económico de la Argentina será muy difícil, pero por ser cuestión de los errores garrafales de una serie de gobiernos nacionales y provinciales, habrá sido mayor de lo que muchos suponen.
Si bien es notorio que el gobierno de Menem abrió las puertas del poder a individuos de antecedentes poco recomendables, una parte significante de la población sigue tomando el aura de corrupción que lo rodeaba como un detalle anecdótico, cuando no pintoresco. De lo contrario, el ex presidente no estaría entre los candidatos presidenciales más favorecidos por la opinión pública. Aunque conforme a las encuestas la mayoría no lo votaría jamás, el que todavía sea un protagonista clave de la política nacional significa que millones de personas toman la corrupción al parecer institucionalizada por un asunto que sólo preocuparía a los moralistas. Se equivocan: la corrupción es un cáncer que no meramente debilita a una sociedad sino que, a menos que sea tratado a tiempo, puede destruirla.
     
     
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