Miércoles 5 de marzo de 2003
 

El país de Duhalde

 
  Es normal que los mandatarios aprovechen las oportunidades que se presentan para subrayar las bondades de su gestión y que procuren minimizar las deficiencias, achacándolas a otros, pero no les conviene exagerar demasiado como hizo el presidente Eduardo Duhalde al inaugurar el período número 121ยบ de sesiones ordinarias del Congreso. Según el bonaerense, gracias a sus esfuerzos se ha restablecido la paz social, la economía va viento en popa y, como si esto fuera poco, "somos nuevamente respetados, consultados y muchas veces protagonistas en el escenario latinoamericano y mundial", lo cual será una noticia para el resto del mundo que si bien ha sentido alivio por la reacción pacífica de la mayoría de los argentinos frente a los desastres recientes cree que calificarla de recuperación sería por lo menos prematuro. Fronteras adentro, pocos compartirán la visión de Duhalde porque en el curso de su gestión la cantidad de personas que se encuentran bajo la línea de pobreza casi se duplica, el ingreso per cápita del país se redujo a un nivel que es comparable con el de Bolivia y ni siquiera se ha comenzado a intentar atenuar los muchos problemas estructurales del país. Tenía razón Duhalde cuando señalaba que el escenario es más tranquilo de lo que era a principios del año pasado, pero sucede que los grupos de revoltosos que más habían contribuido a la caída del presidente Fernando de la Rúa estaban vinculados con el peronismo bonaerense y la amenaza planteada por los piqueteros se ha visto neutralizada mediante la incorporación de sus líderes a las redes clientelistas oficiales.
Aunque Duhalde habla como si el suyo fuera "un gobierno de transición", o sea, uno que hubiera instrumentado muchas reformas políticamente difíciles con el propósito de preparar el país para hacer frente a los desafíos de los años venideros, en realidad se ha limitado a conservar lo más posible del esquema anterior después del colapso de la convertibilidad y la jibarización del sistema bancario, de modo que le era absurdo hablar de la instauración de "un nuevo modelo económico" que se basa "en el trabajo y la producción". Mal que le pese al presidente provisional, la "transición", en el caso de que se concrete, tendrá que ser obra del próximo gobierno o, lo que parece más probable, de uno de los siguientes. Si bien Duhalde parece considerar la situación actual más que satisfactoria, para el sesenta por ciento de la población que está por debajo de la línea de pobreza no lo es en absoluto. Tampoco puede ser motivo de complacencia entre la cuarta parte de la población "activa" que no tiene trabajo.
A diferencia de otros gobiernos, como el de De la Rúa, que fueron criticados con dureza extrema porque el estado del país era muy inferior al previsto por sectores importantes de la ciudadanía antes de su llegada al poder, el encabezado por Duhalde ha disfrutado de la ventaja de que cuando asumió las expectativas eran apocalípticas: en la fase de mayor pánico muchos habían hablado de convulsiones violentas por venir, de la desaparición de la Argentina como nación y de un grado de caos económico equiparable con el experimentado por países en guerra. En comparación con las pesadillas que se agitaban en la imaginación colectiva a inicios del 2002, para aquellos que no se han precipitado en la miseria el presente sí parece relativamente atractivo. Sin embargo, el clima de pesimismo extremo que a su modo ha beneficiado a Duhalde porque, al fin y al cabo, las expectativas difícilmente pudieran haber sido más modestas, no puede prolongarse mucho más. Sería sorprendente -y alarmante- si después de las elecciones la gente siguiera conformándose con una economía tan penosamente atrasada que sólo resulta capaz de producir lo bastante como para sostener un nivel de ingresos que apenas alcanza la décima parte del considerado aceptable en los países más avanzados y que a pesar de esto no está en condiciones de exportar bienes con mucho valor agregado. Para colmo, tarde o temprano será necesario que los responsables de manejar la economía hagan frente a las muchas asignaturas pendientes, entre ellas las supuestas por las tarifas de los servicios públicos y la renegociación de la deuda, que por razones políticas el gobierno de Duhalde ha elegido archivar.
     
     
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