Martes 4 de marzo de 2003
 

La ley de la patota

 
  La verdad es que muy pocos se habrán sentido demasiado sorprendidos por los incidentes bochornosos que obligaron a las autoridades catamarqueñas a suspender las elecciones locales. Antes bien, se preveía que sería un auténtico milagro que la jornada de los comicios transcurriera con un mínimo de normalidad. Después de todo, luego de ver frustrada su aspiración a ser elegido gobernador por no haber cumplido con los requisitos constitucionales necesarios, sobre todo el concerniente a su residencia por los cuatro años últimos en la provincia que pensaba en administrar, el senador y sindicalista peronista Luis Barrionuevo había avisado que sus seguidores se encargarían de robar las urnas para que nadie pudiera votar, de suerte que estaba escrito que se producirían desmanes intimidatorios de todo tipo atribuibles a la prepotencia de bandas no sólo de origen catamarqueño, sino también procedentes de otras partes del país. Es que desde el punto de vista de individuos como Barrionuevo, la ley sólo sirve cuando los ayuda a lograr sus propósitos. Caso contrario, harán uso de la violencia, reivindicando tal actitud afirmándose víctima de fallos injustos e imputando los disturbios a la ira supuestamente espontánea del "pueblo". Se trata de una mentalidad que por ser dominante en el país durante muchísimos años hizo posible una serie lamentable de dictaduras populistas, regímenes militares y el terrorismo en gran escala. Por fortuna, a partir de 1983 mucho ha cambiado, con el resultado de que Barrionuevo ya no es considerado un cacique típico, sino un vestigio atávico dejado por una época brutal que felizmente se superó.
Pues bien: el que ni el senador Barrionuevo ni los lumpen que lo acompañan hayan evolucionado, sería un problema meramente policial si no fuera por el hecho de que los responsables de defender las instituciones democráticas del país los han aceptado como representantes dignos de sectores determinados, tomando por excentricidades sus esporádicas definiciones en favor de actitudes totalmente reñidas con el respeto por valores como el supuesto por la honestidad. Por cierto, el Partido Justicialista, organización que, huelga decirlo, jamás se ha preocupado en absoluto por la calidad de sus dirigentes, nunca soñaría con expulsarlo a menos que las ventajas políticas de hacerlo le parecieran evidentes, lo cual no sucederá mientras "la gente" siga negándose a castigar a quienes desprecian las leyes básicas de la convivencia. En cuanto al gobierno de Eduardo Duhalde, por motivos tanto tácticos como culturales, por decirlo así, se ha resistido a condenar de manera inequívoca la conducta de aquellos "compañeros" que parecen resueltos a volver el reloj atrás a etapas predemocráticas en las que las amenazas pesaban más que las propuestas. Asimismo, parecería que con escasas excepciones, los integrantes de otras agrupaciones se han habituado tanto a la presencia de sujetos dispuestos a pisotear las reglas, que apenas atinan a protestar contra los atropellos protagonizados por delincuentes vinculados con el peronismo o con facciones de la ultraizquierda.
Puede que cuando la democracia reencontrada aún estaba consolidándose fuera sensato tolerar las diversas manifestaciones de modalidades autoritarias, por suponer que andando el tiempo propenderían a agotarse al difundirse cada vez más actitudes propias de una sociedad libre en la que a nadie se le ocurriría imaginar que la violencia pudiera resultar más provechosa que la ley. Desde aquellos días, empero, la democracia ha echado raíces que son lo bastante fuertes como para permitirles a los resueltos a defenderla insistir en que todos los hombres públicos guarden ciertas formas. Por lo tanto, sería muy saludable que tanto el gobierno como aquellos líderes peronistas que se sienten sinceramente comprometidos con la democracia y con el Estado de derecho tomaran todas las medidas necesarias para que personajes como Barrionuevo entiendan que existen límites a la tolerancia. Si no lo hacen, la cultura patoteril de la cual el senador por Catamarca es uno de los representantes mejor conocidos continuará socavando las bases de la convivencia, lujo éste que no podemos darnos en un período tan conflictivo como el actual.
     
     
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