Domingo 16 de marzo de 2003 | |||
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Arte, reflejo y posibilidad de cambio |
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Mauricio Nizzero le escapa definitivamente a todas las rutinas. Este destacado y renovador artista plástico argentino pretende que una obra suya "se pueda leer como en un libro, historias diferentes y no que siempre hable de lo mismo". Por estos días expone en Casa de la Cultura de Roca algunas de sus más recientes creaciones.
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La forma de expresión en imágenes acompañadas de textos es contar la historia con carbonilla como un manifiesto sensible del artista, que ha recorrido mucho el interior y sabe que las distancias no descartan la comunicación por el arte. - ¿Qué comentario te merece la muestra que se presenta en Roca? - En realidad no puedo darle un título, se trata de una obra muy reciente con imágenes de nuestro tiempo. Una referencia sobre situaciones personales y mi posición sobre los tiempos que nos tocan vivir. Totalmente ideológico, es cierto, porque creo que así tiene que ser el arte. Pienso que el artista tiene que tomar una posición y asumirla, y yo hablo desde el lugar de las imágenes. La idea es representar situaciones dramáticas o problemáticas para la sociedad en que vivo, y los límites, porque yo creo en las fisuras que puede producir la gente, que aparecen como respuestas, como algunas imágenes que tienen que ver con el amor, el volar, el producir cierto equilibrio o el rescate. En esta muestra, por ejemplo, el cuadro "La rebelión de las cacerolas" expresa un punto de inflexión desde el lugar donde uno puede empezar a ver que se puede cambiar desde la necesidad de la gente. Por eso estas imágenes reflejan la situación de un sistema que oprime, pero también la posibilidad de reaccionar de alguna manera y creo que el arte es funcional a la posibilidad de transformar y de cambiar. - ¿Cómo se dio tu vocación en la plástica? - Hay cosas que crecen con vos. Tengo una anécdota de muy chico, cuando nos visitó de sorpresa para Navidad una tía que vivía en Chile. Trajo regalos para todos, pero hizo notar que nadie tenía obsequios para ella. Entonces yo fui corriendo a buscar papel y lápices y garabateé un árbol de Navidad con unos paquetes. Ella me agradeció el dibujo, pero yo le dije que el regalo era ese paquete que estaba en el árbol dibujado. Esto señala que uno empieza a querer decir algo desde niño, para mí esta anécdota referencia lo que para mí desde pequeño fue contar cosas, expresar deseos, sensaciones y sentimientos con el dibujo.Luego está el crecimiento plástico, que tiene que ver con la maduración, el aprendizaje, mi paso por Bellas Artes, talleres y maestros, la experiencia de pintar y compartir con otros artistas, con mi familia, mis amigos... Fue creciendo incluso con el compromiso sobre lo que pintaba. Esto se ve en mis imágenes con un matiz político, no partidario. Desde el lugar donde uno se compromete y va a decir algo. Eso me parece fundamental. Luego están las técnicas y yo elegí en estos casos la carbonilla, una superficie de soporte rígido, chapadur, lápiz blanco, lapiz tiza, y voy haciendo variaciones de valor en dimensiones importantes. Hace unos años presenté en Roca un homenaje a la mujer sobre textos de Eduardo Galeano y otros escritores argentinos, lo mismo que en esta muestra donde alguno de los textos de Raimundo Rosales se escribieron sobre los cuadros. Fue alucinante la posibilidad de disparar una imagen y que esa imagen sugiera palabras. Es fantástica esta química de alguien que escribe y otro que produce imágenes. -¿Qué opinás de tus contactos con el interior? - Yo viajo bastante por las provincias y siempre soy bien recibido, pero el comentario general es: para vos que estás en Buenos Aires es otra cosa. El interior es fantástico, hay mucha avidez de ver y mucho respeto por tu trabajo. Pero siento también eso de que en Buenos Aires para uno es más fácil. Es cierto para mí lo es ver, ir a galerías o recorrer museos. No es así para la gente del interior, que tiene que hacer muchos kilómetros para ver una muestra. Seguramente algunas cosas son más fáciles aquí en Buenos Aires, pero también es un lugar muy hostil con nosotros mismos. Hay sentimientos de amor-odio con esta ciudad y la sensación es la de estar dando examen todos los días. Aunque te provoca también trabajar y seguir pensando. A veces me ha provocado irme a la tranquilidad del interior y sus paisajes, pero me dí cuenta de que este paisaje de Buenos Aires tiene que ver con mi identidad, lo urbano. Esta ciudad representa un universo fragmentado: ver pedazos de cielo, una medianera, una ventana... Es el paisaje que incorporo a mi obra. En el interior me pasó de estar en La Pampa y contactarme con artistas de allí que hablaron de un " horizonte circular" , que me pareció muy interesante, y cuando llegué a Buenos Aires empecé a buscar mi horizonte, pero me dí cuenta de que no era circular. Así pude entender la obra de la gente del interior en general, porque tienen otro paisaje. Pero también pude reconocerme en mi propio paisaje, el de Buenos Aires. Pintado sobre el cuerpo Julio Pagani |
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