Sábado 15 de marzo de 2003

 

El sonriente muchacho de Texas

 
  El "Tit-Bits" llegaba todos los martes al quiosco de la esquina a eso de las cinco de la tarde. De modo que cada martes, durante semanas y semanas, meses y meses, él salía de la escuela como luz a retirar su revista, pagaba los 15 centavos pertinentes y como luz volaba hacia su casa a devorar las primeras páginas entre sorbo y sorbo de café con leche. Después, a hacer corriendo los mandados del día, patear un rato en la canchita y con el último rayo del sol invernal volver a casa, abrir el "Tit-Bits" y tirarse al suelo sobre el tibio almohadón para meterse con ansias en el fantástico mundo de esos personajes que tanto adoraba... o que tanto odiaba.
Su mente cerraba todas las ventanas del mundo exterior para enfrascarse en una nebulosa febril de hombres-murciélago, fantasmas de la Opera, jorobados de Notre Dame, vaqueros del Oeste de blusas enflecadas, forajidos de barba hirsuta y mirada siniestra ("canallas collotes, malditos", solía estallar la lengua de su amigo El Gordo cuando jugaban a los cow boys y resonaban los disparos de fulminante rojo con que cargaban sus armas. ("Che, Gordo, se dice coyote y no collote. Ja, ja"). Piratas de trapo negro sobre la órbita del ojo ausente, garfio de hierro en reemplazo de la mano tronchada y el inevitable logro sentencioso sobre un hombro; buscadores de oro del Klondike; detectives armados de inquisidoras pipas que siempre descubrían al asesino de turno; seductoras y pintarrajeadas bailarinas del "saloon" de estridente y piano y humareda espesa con tapetes verdes sobre los que cascabeleaban las fichas de la suerte; muchacha desvalida, castigada-por-padrastro-cruel y siempre salvada-por-muchacho-bueno; feroces asaltantes de bancos y de trenes; altivos caciques pieles rojas de flecha certera y cuchillo degollador; diligencias de tiro largo y nutrido tronco conducidas valientemente por hombres de rienda dura y latigazo largo; polizontes londinenses golpeando con su bastón las verjas de hierro en las noches siempre frías y brumosas; ladrones de ganado con marca y contramarca; el sheriff bueno y el sheriff traidor; enjutos mexicanos de sombrero aludo; praderas, praderas y praderas de lobos aullantes en noches de luna llena... ("Negro, la sopa se enfría; es la tercera vez que te llamo", se oyó una vez más el reclamo de la paciente madre).
Un plato de sopa consumido ávidamente, el consabido bife con papas fritas, queso con dulce de membrillo ..... y el lecho acogedor para seguir leyendo y para dormirse abrazado a sus queridos y odiados personajes. Y en el sueño llegaban los buenos y los malos; a veces unos y a veces otros. Pero el que no fallaba jamás, jamás, era su compinche del alma: Río Kid, "El Sonriente Muchacho de Texas", y "Dos Revolvers" Carson, Yuba Dick y Colorado Bill, cuatro adorables bullangueros siempre juntos, ya sea haciendo líos en el Bar del Perro Rojo o peleando al lado de los buenos y salvando a la muchacha de entre las garras de los "canallas, collotes y malditos". ("Che, Gordo, se dice coyote, no seas bestia"). Eso sí, como el Kid nadie tiraba; ni tan rápido ni tan certero; sus dos Colt 45 aparecían en sus manos con la rapidez del rayo escupiendo flamígeras balas que primero daban en la mano armada del rival mientras su pistola saltaba por los aires. "El Sonriente Muchacho de Texas" siempre desenfundaba una fracción de segundo antes... y siempre estaba su sonrisa inefable detrás del humo y el balazo justiciero.
También estaba en sus sueños El Hombre de la Máscara de Hierro; y por cierto Justica Alada, aquel hombre-murciélago que desplegaba silencioso sus negras alas para redimir a toda la humanidad y salvarla de malvados y pecadores; y los tres mosqueteros que eran cuatro; y el prolijo detective Sexton Blake; y el último mohicano y el invencible Puñofuerte. Pero su hermano del alma era Río Kid, "El Sonriente...". ¿Qué había en él que tanto lo subyugaba? Cuando despertaba en la alta noche y se estremecía con el lamento de los gatos en celo sobre el techo de chapas de zinc, entonces pensaba en el Kid y sus amigotes; y él con su sonrisa eterna y sus dos Colt siempre listos le devolvía la calma, el sueño y el sosiego. Claro, porque el Kid se las sabía todas; si hasta el cacique Toro Sentado le brindaba su amistad y más de una vez lo sacó de apuros cuando le pisaban los talones los "canallas, collotes, malditos" de siempre, esos que asaltaron aquella noche el Ranch de las Cinco Estrellas.
Cuando los domingos iba al cine, salón bullicioso de gorras al aire, pianito juguetón, chocolatines, galletitas, palomitas de papel y la cara ardiente de vergüenza porque la chica del almacén lo miraba dulcemente... muy dulcemente, al apagarse las luces se embriagaba frente a la pantalla que le regalaba a los valientes Tom Mix y Tom Tyler (siempre con su sombrero Stetson volcado sobre su ojo izquierdo); las veloces patas de Rin Tin Tin corriendo y saltando entre las peñas para llegar a tiempo y salvar a la viejecita del incendio abrasador; el inefable de Harold Lloy ("El hombre mosca") con su eterno rancho de paja y sus anteojos de grueso armazón; o Carlitos Chaplin, rey del patín; o Buster Keaton, el de la cara triste; o la pandilla del Pecoso con el simpático Alfalfa, que cuando cantaba se ponía bizco; o el gordo Tripitas, o Trompifay, el enemigo de Carlitos de cara siniestra, pero que no metía miedo a nadie. Pero ninguno de estos personajes de cine dominguero desplazaba a Río Kid.

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Aquella tarde el portero se demoró en tocar la campana de salida de la escuela; y ya era tarde y era martes y el "Tit Bits" estaría esperándolo. Por fin... "Hasta mañana, señorita" y salió corriendo, mejor dicho volando en dirección al quiosco. Y corrió, corrió enceguecido, gambeteó al Gordo con un quiebre de cintura y eludió hábilmente al Zurdo que le tiró una zancadilla; saltó sobre el buzón de color sangre como jugando al rango y se dispuso a cruzar la calle sin mirar... "¡Cuidado que viene el 60!"... Y el topetazo brutal de la trompa del 60 sobre su pecho y apenas un grito ahogado. Y la sangre sobre el asfalto y el silencio de su barra que miraba sin creer. Silencio en la calle, lleno de presagios. "Hospital, hospital, madre, madre", olor, olor, sombras blancas, luces rojas y luego el sueño: dormir, dormir, dormir, soñar, soñar, soñar...; y aquella mujer blanca que lo llamaba dulcemente desde el fondo del Cañón del Colorado. Pero no, él no iría porque sabía que detrás de la Viuda Blanca estaban escondidos los "canallas, collotes, malditos" de siempre. Y él lo sabía; lo querían llevar a la cueva del Oso Gris.
Pero ahí apareció el Kid; ya era hora sonriente muchacho de Texas, "No me dejas llevar, yo sabía que vendrías. ¡Vamos Río! Desenfunda de una buena vez tus Colt 45 y mételes candela de la buena a la Viuda Blanca y a esos canallas que me quieren llevar. Desenfunda pronto como aquella noche en el Bar del Perro Rojo, ¿recuerdas? Pero... ¿por qué estás tan serio y triste?; ¿ya no sonríes? ¿Dónde están Yuba Dick, el Colorado Bill y Dos Revolvers...? ¿Por qué no vienen? Ya vuelve esa maldita mujer blanca y tú ahí como un tonto, como un gaznápiro, ja, ja. Pero, ¿qué te pasa? ¿Ahora lloras como un cobarde? Si tú nunca has llorado. Tira pronto. ¿Me dejarás así después de tanto tiempo juntos? Por favor, Kid, desenfunda y tira. Tienes que liquidar a esa vieja hiena que me está llamando... y a esos "canallas, collotes, malditos" que están esperando. Desenfunda y tira, maldito; sí, maldito Kid; desenfunda y tira; no me dejes solo, no me dej...".

Italo Laría
   
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