Sábado 8 de marzo de 2003 | ||
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El violín y el inglés |
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Historias bajo cero |
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Es el placer el fin supremo, pero no el placer sensual, sino el cultivo del espíritu y la prática de la virtud... Algunos cajetillas dicen voluptuoso, los trabajadores sin educación dicen que soy raro y vos que decís... El violinista hizo un ademán automático, interpretaba una adaptación de una obra de Wagner que interrumpió sin ninguna culpa, indiferente, alzó los hombros unos instantes y continuó el inicio del compás cercenado. El Ingeniero Inglés como le decían en el campamento, estaba acostumbrado a la dureza del desierto, del viento, del trabajo de campo de sol a sol, sabía impartir órdenes y se igualaba en el manejo de la pala. Si decía "zanjeamos 500 metros" (en perfecto español) punteaba la pala primero y era el último en dejar, ahora que nadie flaquee, porque, su ira creíamos representaba al mismo demonio. El Inglés enfrentaba el desierto, llevaba el camino de la gran máquina de hierro, los rieles, el progreso fluía de sus manos y sus números, sus proyectos. Pero, con lo cual no podía luchar, era contra la soledad que lo perseguía a los más recónditos lugares de la tierra. El no iba a los lugares inhóspitos, desolados, él era la misma soledad. Lo único que lo sostenía vivo era la música, el violín era el instrumento que había heredado de su padrastro, instrumento que nunca quiso tocar porque se decía que la vida de músico lo arrastra a uno al vicio del alcohol. Su padrastro había muerto sobre la mesa de una taberna lúgubre. El ocasional violinista que lo acompañaba hacía las veces de ayudante de cocina y debía todas las noches acompañarlo en las comidas por un magro salario, decían sus más allegados que el violín era el espíritu de su padrastro, no el violinista, y que la música aplacaba su ira y su soledad. Se decía también que el violín habría sido entregado por el mismo diablo a cambio de inteligencia y dinero, pero con la condición de que todas las noches a la hora de la cena lo acompañe con su música, suponíamos que hasta el violín, si faltara su ejecutor, tocaría solo, cosa que nunca vimos pero así se rumoreaba en el campamento. El comienzo del siglo XX estaba sellado por las vías del tren, a su lado se van perfilando campamentos, proyectos de ciudades, pueblos, ahora en la zona de Huincul sólo carpas, ni agua hay para abastecerse del preciado líquido, había que ir hasta lo de Carmen Funes, del puesto Pasto Verde, la fortinera de la zona neuquina. Todos iban al puesto, la Pasto Verde, como le decían a Carmen Funes, era una mujer fuerte y conversaba con todos por igual y su presencia femenina era música para los oídos y la vista de los peones, capataces, ingenieros y jefes, además podía tomarse buena caña y otros licores junto al fuego del fogón. Cuando se conocieron la Pasto Verde con el Ingeniero Inglés todos presentimos algo, compartían sus orígenes y poseían en distintos terrenos el mismo carácter, ahora bien nunca lo vimos al Inglés regresar al campamento después de la puesta del sol, claro hasta aquella noche. El 13 de diciembre de 1907 hubo algarabía en el campamento por la noticia del hallazgo de petróleo en Comodoro Rivadavia, el oro negro es sinónimo de riqueza y poder. Todos con la noticia fuimos al puesto, a festejar que finalizada la tarea de plantar rieles haríamos pozos para sacar petróleo. La Pasto Verde servía entre los hombres carne asada y vino y se hablaba de todas las cosas que se pueden hacer con el petróleo. Conocí a estudiantes en Inglaterra que investigan un producto que llamaron nafta que puede realizarse con el petróleo y es similar al carbón pero líquido. Cuando regresamos esa noche al campamento vimos al violinista parado solo junto a la mesa del Inglés, sin tocar, con el instrumento a ambos lados y los brazos abajo con su rostro inexpresivo. El Inglés se había quedado en el puesto de la Pasto Verde, sabíamos que ambos se habían flechado, cupido había actuado esa noche, el Inglés había terminado con su soledad, había roto el maleficio, otra música ocuparía sus oídos, sus sentidos. Dejamos pasar dos días y por un problema de planos en la construcción de la vía férrea fuimos a buscar al Inglés al puesto y Carmen Funes práctica, indiferente, nos dijo: "¿Qué? no volvió al campamento, todos son iguales. ¿Le tienen miedo al amor acaso?". Nunca más supimos del Inglés, el violinista empaquetó el violín y lo remitió a una ciudad inglesa, según lo pactado en su contrato, y se marchó sin decir una palabra. Ya llegaba el tren y el futuro se abría camino en el sur del sur de América. Santiago Iturbe |
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