Miércoles 5 de marzo de 2003

 

Quince años sin risas espontáneas en la tele

 

Nadie pudo llenar el lugar que Alberto Olmedo dejó en el mundo del espectáculo. Su capacidad para conectarse con su humor popular hace que aún hoy gane en rating.

  Buenos Aires.- Hoy se cumplen 15 años de la muerte del actor Alberto Olmedo, seguramente el más inspirado bufo que dio el espectáculo argentino, quien básicamente desde la televisión construyó una galería de personajes inolvidables que cabalgaron entre la realidad y la ficción apelando a una repentización cargada de impacto y talento.
La trágica muerte del actor -nacido en Rosario el 24 de agosto de 1933- ocurrió en Mar del Plata cuando cayó desde las alturas del balcón del edificio Maral tras una agitada velada de reencuentro con su última pareja, la corista Nancy Herrera.
Los varios vaivenes sentimentales que el intérprete soportó a lo largo de la vida y lo atravesaron con sus respectivas cargas de dolor, no impidieron que fuera construyendo una carrera esforzada que alcanzó picos de brillantez gracias a una indómita capacidad expresiva.
Fue dentro de la pantalla chica, desmitificando la "realidad" televisiva al mostrar ese mundo de papel pintado y atado con alfileres, que el histrión logró instalarse como un referente de un género absurdo en el que, sin embargo, consiguió construir personajes de ficción que se mantienen en la memoria popular de los argentinos.
El Capitán Piluso (un héroe con gomera capaz de divertir a los chicos), Rucucu (largo levitón oscuro, sombrero de copa redonda, anchos bigotes y dialecto "ucraniano"), el Yéneral González (caricatura de un militar latinoamericano de pocas luces metido en un operativo junto a oficiales ingleses y estadounidenses), Borges (eterno aspirante a periodista que impuso otra exclamación que hizo época: "¡Hay efectivo!"), y El Nene (que ya tenía sus años pero, para pasarla bien, insistía con que era menor).
También ha perdurado en el tiempo gracias a Lucy (travestido de mujer para conseguir empleo) El Dictador de Costa Pobre (patético tiranuelo latinoamericano que lanzó, con gesto incluido, el popularísimo "¡De acá!"), Rogelio Roldán (empleado explotado y acosado por la mujer de su jefe), El Manosanta (adivino "abrasileñado" que recibía a sus "víctimas" con el dicho "Adianchi") y El Psicoanalista (un terapeuta en busca de amores).
En esa galería de seres -surgidos de las ideas de sus guionistas de turno, en especial Hugo Sofovich- pero multiplicados y revitalizados gracias al método desacartonado y explosivo de su hacedor- Olmedo volcó los saberes aprendidos en la vida y en el espectáculo.
Hijo de José Mautone -a quien recién conoció cuando ya tenía más de 40 años- y Matilde Olmedo, el creador fue sucesivamente repartidor en una verdulería, cadete de una farmacia, vendedor callejero de baratijas y aprendiz en una carnicería, hasta que ingresó al universo de la actuación como parte de la claque del rosarino teatro de la Comedia.
Con todo, su primera experiencia con público no fue de índole artística sino deportiva: hacia los 16 años participó en un conjunto acrobático-juvenil en el club rosarino Newell"s Old Boys. Pero luego prevaleció su tendencia a la representación de corte humorístico: se vinculó con el ignoto actor Antonio "Toño" Ruiz para armar un dúo cómico-danzante que animó algunas obritas de teatro en locales de su ciudad y de la provincia de Santa Fe.
Carente de una formación metódica como actor, un saber que jamás adquirió, a inicios de los "50 decidió trasladarse a Buenos Aires y con cierta rapidez consiguió ingresar como "switcher" en Canal 7. De ese oficio tras las cámaras dicen que aprendió como pocos a manejar los singulares tiempos de la tevé.
A fines de 1955 en una fiesta de técnicos de la emisora, Olmedo reveló sus dotes histriónicas haciendo reír a todos, y dos productores de programas que estaban allí descubrieron a la "promesa" y lo llevaron al programa "La troupe de la TV", donde fue actor y switcher al mismo tiempo y en el que hacía breves monólogos y situaciones en las que arrancaba con los libretos pero terminaba valiéndose de su don para improvisar.
Luego intervino en "La revista de Jean Cartier", "Medianoche en Buenos Aires", "Sonrisas y melodías", spots comerciales y, en su primer personaje exitoso en sí mismo, Joe Bazooka, un héroe para chicos que "mataba" a los villanos con sólo comer un chicle. De esos años son sus debuts en teatro -en el Avenida, con la compañía española de María Antinea- y el cine, con un rol secundario en la película "Gringalet".
Tras el suceso de su primera gran criatura (El Capitán Piluso), Olmedo inició un camino casi sin tropiezos hacia la idolatría desempeñándose con graciosa solvencia en "Operación Ja Ja" (en 1964, por Canal 11), "El botón" y "El Chupete" y encontrándose con dos colegas con los que construiría sendas duplas imbatibles y eficaces: Jorge Porcel y Javier Portales.
En ese tránsito tuvo una activa agenda cinematográfica (en filmes casi siempre cómicos, escoltado por otros histriones y por vedettes pulposas y desprejuiciadas), teatro de revistas (género que resistió hasta último momento pues no le gustaba ceñirse a la tradición de rematar la situación con un chiste "chancho") y comedias teatrales (en los "80, con "El Negro no puede" logró la mayor recaudación en la historia del teatro veraniego marplatense).
Pero fue la entonces avispada "caja boba" en la que el artista desplegó una galería de gestos inolvidables y fue capaz de colocar al "chivo" (citar, un poco jocosamente, el nombre de algún comercio o producto a cambio de un dinero o de un servicio) casi al nivel de género, y hasta de bromear con su propia muerte. En 1976 en el inicio de "El chupete", se prestó a que se anunciara en cámara su desaparición para, enseguida, salir a desmentirla. Pero en la Argentina transcurría la dictadura militar, la muerte constituía un tema tapado pero vigente, y las autoridades uniformadas de los intervenidos canales de tevé rescindieron varios contratos.
A Olmedo, la "gracia" le costó no ser convocado por dos años. Ni la censura -temporal- ni la muerte -brutal y definitiva- lograron apagar la magia de un personaje único que construyó varias máscaras desde las que dibujó matices capaces de hacer que todo un pueblo gozara con el ingenio y a través de la identificación. (Télam).
   
    ® Copyright Río Negro Online - All rights reserved    
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación