Miércoles 5 de marzo de 2003

 

Martini

 

Mediomundo

  El camino de la eternidad es, además de falso, tortuoso.
No somos perfectos y no hay razones para aspirar a serlo en el futuro. Ciertas formas de la santidad son muy desconcertantes. O mienten o ficcionan, el punto es que no nos pertenecen.
Con los años descubrimos que las herramientas con las que contamos para esculpir el bronce personal resultan insuficientes y obligan a transitar sin suerte por los mismos tramposos caminos de la decepción.
Hay Everest que no se pueden escalar en zapatillas. El ego, las ganas, la voluntad y los contactos que almacenan las agendas nos miran azorados. Lo siento flaco, seguí concursando.
Y seguimos. Si nos recibimos de optimistas no importará cuántos tortazos demos contra el asfalto, siempre habrá un pretexto para levantarnos.
Hasta que una madrugada de domingo amanece la declinación: okey, estamos cansados. Ya fue suficiente.
Con un gesto truhán en la cara, comienza a deletrearse un poema que jamás terminará en el disco rígido de ninguna computadora. No lo escucharán las chicas que pasan vendiendo flores. Apenas silencio.
En medio de esta nada se despierta la oportunidad de escoger otros destinos y otras formas de abordarlos. No los establecidos que fundamentan su validez en el hecho de estar mucho antes de que naciéramos.
Es posible torcer el rumbo de los usos y costumbres recién cuando ya se ha gastado el último centímetro cúbico de las hormonas y queda de vestimenta la palabra dignidad.
Sin expectativas comenzamos a dictar a una libreta de apuntes el libro de las 1.000 páginas. Nadie sabe cuándo acabará. Plantaremos un repollo de cactus, tendremos chicos o no los tendremos y dejaremos puntos suspensivos e impronunciables dedicados a los amigos.
La mañana en que abrimos la puerta para recibir un día nuevo, y no salir corriendo, nos volvemos incapaces de contarle el cuento a nadie. Guardamos la energía para causas mejores que alimentar la careta. Deja de importarnos la belleza o la fealdad. Saber o ignorar.
Adhiero a la hipótesis del menor esfuerzo. Son demasiados los que guardan en la gaveta el mapa complejo de la vida. Este servidor, por ejemplo, lo ignora por completo.
Si alguna vez fui, me olvidé de cómo volver. Una ardilla se comió los trocitos de pan que iba dejando.
De encontrarme hoy en un bar con el minotauro -y el personaje puede adoptar muchas formas no sólo la de un hombre mitad toro o viceversa- no se me correría una línea de maquillaje por salir en estampida. Creo que las odiseas las protagonizan los héroes no los sobrevivientes.
Soy soldado de otras guerras: la de las bombitas de agua, la de los pétalos de rosa, las de perseguir mujeres en bikini con un Martini en la mano. La de las noches bajando estrellas.
De ser por mí, jamás se hubiera descubierto América.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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