Sábado 22 de febrero de 2003
 

Tragicomedia

 

Por Jorge Gadano

  A pesar de que existe un inocultable fondo de tragedia, uno no puede sustraerse a la tentación de comentar los contenidos hilarantes que exhibe la interna de los dos (¿ex?) grandes partidos políticos argentinos, el peronismo y la Unión Cívica Radical.
De aquella avasallante fuerza política que se alzó desde Leandro Alem a Hipólito Yrigoyen sólo quedan restos esparcidos por la caída decembrista. Y, como siempre sucede en la historia política de la humanidad, a la tragedia siguió la farsa. Después de la caída, entre sangre y saqueos, del así llamado gobierno de Fernando de la Rúa, llegó la farsa. Leopoldo Moreau y Rodolfo Terragno son los protagonistas de una interna interminable en la que sólo se pelea por despojos. Es probable que para Moreau estos avatares no sean más que un estímulo para seguir, porque así es la política entre radicales: comité, acarreo de votantes y alguna trampa si se da la oportunidad. Puede que para Terragno no haya tal estímulo, porque en la UCR él es una "rara avis" intelectual. Empero, continúa empeñado en una pelea que, muy probablemente, ponga fin a su carrera política, porque él sabe que del ridículo no se vuelve.
Es, el de estos partidos, el caso del muerto que, convencido de que seguía vivo, continuaba con su vida social como si tal cosa a pesar de que todo el mundo le decía que estaba muerto. Sucede con la UCR y mucho más en el justicialismo, donde el horror ante una degradación de la lucha interna como la que enlaza a Moreau y Terragno, hizo que el conjunto de la "nomenklatura" optara por desistir de la interna y aceptar que los tres aspirantes a la presidencia sean candidatos en la elección general sin que los votos de los perdedores se sumen a los del ganador. Es un nuevo ingenio de la política criolla que se llama "neolemas".
El peronismo residual de Duhalde, Kirchner, Rodríguez Saá y Menem es lo que queda de aquel impetuoso movimiento político-social que en 1946 derrotó a una coalición de todos los partidos políticos existentes hasta entonces.
Superado el obstáculo de la interna merced a una decisión por de más sencilla, como fue la de no hacerla, ahora la pelea viene por los símbolos, importantes porque, por ejemplo, todos los resquemores y rechazos que puede provocar Menem prometiendo, otra vez, un salariazo, se aliviarían si su rostro apareciera flanqueado por los de Perón y Evita, que para "el pueblo peronista" simbolizan paz, trabajo y seguridad. Lo mismo que el escudo peronista, la marcha de los muchachos o el bombo.
Menem se adelantó a pedir la exclusividad en el manejo del escudo y las caras de los líderes históricos. Debió advertir que sería demasiado pretender que sólo sus partidarios pudieran cantar la marcha o atronar con el bombo. O tal vez ha creído que sus convicciones peronistas no van con eso de "combatiendo al capital". Los otros dos candidatos dijeron que el uso debe ser compartido, y seguramente así será.
Quedarán, no obstante, cuestiones pendientes. Una, ciertamente importante en orden a lo simbólico, es la participación de "el Tula". Se sabe que el primer bombo del país es un gran corazón peronista, pero aun así no se puede descartar que la decisión final se base en un arreglo comercial.
En lo que se refiere a las imágenes, podrán ser compartidas todas. Quizás no sean las preferidas aquellas que presentan al líder luciendo su uniforme de general. Históricamente, desde que aquel coronel del "45 los encolumnó detrás suyo, los peronistas quedaron convencidos de que una alianza entre el pueblo y las Fuerzas Armadas sería eterna. Y siempre, aun después del "55, creyeron que algún otro coronel volvería. Pero, hasta hoy, nada más que Aldo Rico. Y está de más decir que los generales de hoy no tienen buena imagen. De modo que siempre impresiona más a la platea verlo a Perón en el balcón y en camisa. También Evita luce más en ese mismo balcón que en Madrid, agasajada por Francisco Franco, o en el Vaticano con Pío XII.
La iconografía peronista fue de lo más variada durante los años de gloria, entre 1946 y 1955. El general también se exhibió con ropa de obrero en aquellos años, entre 1946 y 1955, para responder a su designación como "primer trabajador" en los versos de la marcha. Sin embargo, ninguno de los partidos por el sistema de neolemas se atrevería a hacerlo ahora, porque sería una burla cruel, ya que -y en eso el último gobierno peronista ha tenido bastante que ver- no hay trabajo.
Hasta aquí la comedia. La tragedia es que los dos grandes partidos que -aún más mal que bien- sostenían al sistema político argentino, sólo son hoy un remedo de lo que fueron. Y no hay otro a la vista que los pueda sustituir. El tope de intención de voto para los tres "neocandidatos" y los dos que les siguen (Carrió y López Murphy) apenas llega, en el mejor de los casos, al 17%. Según la última encuesta de la consultora Ibope, entre los cinco suman el 62%. Perón, en setiembre de 1973, ganó con el 63%. ¿Se nota la diferencia?
Dicen que la economía muestra algunos signos de reactivación, que el empleo ya no cae, que la balanza comercial es ampliamente favorable. Y, dicen también que, aunque por unos meses, el acuerdo con el Fondo se firmó. Pero a quienes, con estos datos, tratan de esparcir optimismo sobre el futuro inmediato habría que contestarles, parafraseando a Bill Clinton: ¡es la política, estúpido!
     
     
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