Jueves 13 de febrero de 2003
 

En búsqueda de una nueva cultura democrática

 

Por Mabel Bellucci

  La teórica María Luisa Boccia, en su obra "Equivocci e dissensi di merito" entiende por democracia "al instrumento de dominio histórico del hombre y como una forma de Estado y de gobierno construida sobre un presunto universalismo que oculta la exclusión de las mujeres, así como también de otros colectivos subalternos".
Esta posición es claramente cierta, pero por eso no deja de ser insuficiente. La misma sólo apunta a desenmascarar el grado de exclusividad contenido en la clave ciudadanía, por su perfil homogénico y masculinizante. Si se entiende a la cultura de la democracia como el espacio de cuestionamiento y de reflexión, el tiempo de la negociación y la integración en el disenso; se trata en definitiva de la oportunidad de vivir respetando las diferencias identitarias. Entonces, la democracia es el espacio, el tiempo y la oportunidad en que la exclusión y el silencio de los colectivos oprimidos y explotados dejan de ser una asignatura pendiente.
Lo importante, en la actualidad, es resignificar conceptos viejos para plantear problemas nuevos, lo cual le ofrece a los movimientos sociales todo un desafío.
En esta dirección, bien se podría recategorizar esta clave universal que es la ciudadanía, con contenidos revulsivos del universo de las nuevas vertientes teóricas y prácticas políticas de las diferencias. Se buscaría entonces una noción ampliada de ciudadanía que no hable tan sólo de un primer tipo, la política, sino que funcione también a propósito de otros aspectos de la ciudadanía: el social, el civil y el sexual.
Aún circula, y con cierta efectividad, la visión clásica de ciudadanía. Visión entendida, hasta el momento, como ejercicio de los derechos ya instituidos. Cierto es que la tradición democrático-liberal también ha hecho lo suyo: una de sus contradicciones vertebrales consistió en la universalización de los derechos públicos, con la necesaria excepción de los derechos privados.
Después de este reordenamiento mundial del capitalismo, la lucha por la emancipación humana se va desplazando del terreno económico hacia lo que Ellen Meiksins Wood en su artículo "Capitalismo y emancipación humana" llama "bienes extraeconómicos". Serán ellos: emancipación del género, igualdad, paz, bienestar ecológico, ciudadanía democrática.
Un bien extraeconómico como la ciudadanía sería uno de los "lemas-paraguas" unificadores de las múltiples y heterogéneas identificaciones de pertenencia. Es entonces sumamente sugestivo provocar el desafío de apelar e interpelar a la categoría ciudadanía desde nuevos lugares. Para decirlo de una manera más firme, Mary G. Dietz en "Feminismo y teorías de la ciudadanía" sostiene que: "En el liberalismo, la ciudadanía llega a ser no tanto una actividad colectiva y política como una actividad individual y económica: el derecho a perseguir los propios intereses sin impedimentos en el mercado. De manera similar, la democracia está más relacionada con un gobierno representativo y con el derecho a votar, que con la idea de la actividad colectiva y participativa de los ciudadanos en el ámbito público".
Por lo tanto, esta democracia excluidora y delegativa no está en condiciones de contemplar la ciudadanía en su totalidad. Es decir, considerar a la ciudadanía política como entidad integrada a la ciudadanía social y sexual, sin que corran por andariveles paralelos. Ciudadanía política y ciudadanía social y sexual son las dos caras de una misma moneda. En "Estado nacional y ciudadanía", Reinhard Bendix aborda este complejo aspecto. El define "que el incremento de igualdad legal se acompaña por la desigualdad social y económica". Resumiendo: la igualdad de ciudadanía y la desigualdad de clases, así como la discriminación genérica y sexual se desarrollan juntas, como una contradicción dinámica del sistema capitalista; generándose a partir de que la desigualdad formal y jurídica se combina con la desigualdad económica. Y será justamente esto la fuerza motivadora que transformará a todo nivel la sociedad. No obstante, Ellen Meiksins Wood no es tan optimista y aclara que "la igualdad formal de la democracia liberal tiene el efecto de legitimar las desigualdades de clase mediante la negociación de su existencia". Y prosigue: "Para decirlo de otro modo, la separación de lo político y lo económico en el capitalismo significa la separación de la vida comunal de la organización de la producción y de la vida política de la explotación organizada".
Por lo tanto, no se atienden ni se satisfacen las múltiples presiones de los sujetos que aspiran a ser reconocidos en sus intereses particulares y colectivos dentro y ante el conjunto de la sociedad. Menos aún de aquellos que están desincorporados y no son contractualizables (en la medida en que ya no son percibidos como posibles partícipes de un proceso de acumulación social, imposibilitados de pactar en el espacio de lo público). Una amplia mayoría de la población se encuentra en condiciones crecientes de exclusión del sistema. A causa de esto no participa activamente por ensanchar el perímetro de la democracia; ni, más aún, puede ejercer sus derechos ya instituidos. El riesgo inminente es la erosión en la práctica de sus conquistas y garantías, así como la sanción jurídica de estas pérdidas.
El quiebre en la legitimidad de la representación produce un derrumbe de las referencias simbólicas de la sociedad civil, con la consiguiente degradación de la cultura política.
El nuevo compromiso con la ciudadanía servirá para concebir la política como la participación y protagonismo de los colectivos en la resolución de los asuntos de la comunidad, ya sea el barrio, la ciudad o la nación. Lo que cuenta es que todos las cuestiones comunitarias se asuman como "asuntos de la gente" y que la responsabilidad de la democratización en sus diferentes caras sea compartida.
     
     
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