Domingo 9 de febrero de 2003
 

Otro despropósito...

 

Carlos A. Torrengo
ctorrengo@rionegro.com.ar

  Tiene razón James Neilson: si algo define a la historia argentina, ese algo es la suma de despropósitos que la signan.
Al menos el pasado más contemporáneo.
Despropósitos adoptados desde una perspectiva muy desfigurada de la realidad. Tanto que parece alentada desde un pronunciado desorden psíquico.
La Libertadora, convencida de que vía una ley borraría del planeta a Juan Perón y sus variopintos seguidores.
Juan Carlos Onganía, admitiendo que si bien su reinado no podía proyectarse al milenio, al menos duraría siglos.
Los Montoneros, creyendo que Perón los amaba con frenesí.
El ERP, persuadido de que a la orden de "Revolución a las 17 horas", los soviets surgirían como hongos. Entonces, el cambio de sistema sería cuestión de minutos.
La dictadura militar, segura de que podía asesinar a 15.000 seres y robar chicos. Y luego llegar al bronce sin que nadie le objetara nada.
Raúl Alfonsín, munido de la peregrina idea de que la inflación no era ningún tema inquietante en la vida argentina. Y si lo era, bueno... con sólo el correr del tiempo se solucionaría el problema.
Carlos Menem, abulonado a la idea de que con él al timón la Argentina es sinónimo de grandeza y poder.
Y claro está, la política rionegrina no está ajena a esa historia de despropósitos.
En este presente, el caso más elocuente en esta materia es el silencio que mantiene el grueso de los partidos que aspiran al poder en lo concerniente a qué hacer con la deuda pública provincial.
Silencio que es sinónimo de despropósito para un tema en el que se juega mucho del destino de las próximas generaciones de rionegrinos.
Un solo dato habla con elocuencia de la magnitud del tema: este año, con una estimación de un Producto Bruto Geográfico que se sitúa en los 5.600 millones de pesos, la provincia llegará a diciembre con una deuda no menor a los 2.800 millones.
De la estampida que dio esta variable habla otro dato: en el 2001, con un PBG de 4.000 millones, el pasivo era de 1.200 millones.
Pero a pesar de la magnitud del compromiso, el grueso de la política que está en campaña electoral no habla del tema.
Su actitud es ignorarlo. A lo sumo, y ante alguna que otra pregunta, se licúa una respuesta vía la obviedad. "Es un tema importante", dice este o aquel candidato a gobernador.
Y acotan: "Vamos a investigar el origen de esa deuda". Como si las sospechas sobre ese origen atenuaran responsabilidades en el tratamiento del problema.
Por lo demás, el grueso de los candidatos opera sobre el tema a la zaga del rústico sistema de reflexión con el que Bernardo Grinspun trató la deuda externa argentina.
Fue el primer ministro de Economía de la administración Alfonsín, al que los militares le dejaron un país con algo más de 45.000 millones de pasivo.
Y para Grinspun, ese tema no tenía mayor relevancia. Había que ignorarlo. Era casi un rubro de índole psicoanalítica.
Es incluso llamativa la voluntad que la dirigencia política rionegrina pone en evitar relacionar la deuda con otras políticas de Estado.
Los candidatos hablan de los flagelos que afectan al sistema de servicios del Estado provincial. Abogan y prometen incrementos de presupuestos para seguridad, educación y salud.
Pero no establecen ningún vínculo entre esas eventuales políticas y la creciente erogación que sobre las finanzas públicas generan los intereses de la deuda.
Sólo Alternativa por una República de Iguales (ARI) tiene, en sus bases programática de gobierno, un esquema de tratamiento de la deuda pública rionegrina.
Habla de honrar la deuda.
Pero propone la reducción de las erogaciones corrientes destinadas a pagar intereses de la deuda. Sostiene que esto puede lograrse mediante la puesta en vigencia del proyecto de ley de reestructuración soberana de la deuda financiera, una iniciativa presentada hace un año por el Grupo Agenda en la Legislatura rionegrina.
El proyecto jamás fue tratado.
Su contenido es materia opinable. Pero en los hechos es la única iniciativa surgida desde la política para trabajar sobre la deuda.
Por lo demás, silencio.
Tanta escasez de ideas reverdece en la política provincial sobre la cuestión, que ni siquiera se la relaciona con el escenario económico surgido tras la devaluación del 280% que se desplomó sobre el país.
Hay candidatos a gobernador que siguen hablando del ajuste en los mismos términos que lo hacían antes de ese desplome. Algo así como una especie de pereza a cruzar datos y reflexionar sobre la implicancia de lo sucedido a consecuencia de la devaluación.
Lo dijo y machacó Ricardo López Murphy la semana anterior en Viedma y Las Grutas:
- El ajuste ya lo hizo la devaluación, lo que hay que lograr es eficiencia en el manejo del Estado- señaló.
Porque son muchas las consecuencias de impacto significativo que descargó la devaluación y la pesificación sobre la situación fiscal de la provincia.
Un caso: la reducción de la masa salarial pagada por el Estado sufrió una reducción brutal. Ningún político, sobre finales del 2001, se hubiera animado a producir un ajuste de tanta virulencia.
También es cierto que a consecuencia de un incremento de la recaudación, las transferencias de Nación se están haciendo más puntuales y previsibles.
La propia recaudación de impuestos provinciales muestra mejoría. El caso de Ingresos Brutos denuncia una mejoría en materia de recaudación, no tanto por mejor conducta de los contribuyentes. La causa es otra: la alícuota se aplica ahora sobre ventas que crecieron al ritmo de la inflación, que se recuperaron levemente tras la recesión imperante hasta avanzado el 2002.
Ante un eventual mejoramiento de la situación fiscal de la provincia, ¿qué signo extraño le impide a la política rionegrina de distinto signo explicarle a la sociedad de qué se trata el tema de la deuda, qué implicancias tiene para el conjunto y qué se puede hacer con ella?
En fin, el silencio como expresión de la desmesura.
Todo en un sistema político rionegrino que el viernes próximo tendrá una nueva fuerza. Tiene su origen en la convergencia del peronista Eduardo Rosso, el líder del Movimiento Popular Patagónico Julio Salto, el intendente radical de Roca Ricardo Sarandría y el ex desarrollista y bastonero del grupo Ricardo Epifanio.
Se llamará MARA. Se sabe que la M es de movimiento. El resto de la sigla se ignora. Y tiene como símbolo una liebre. Un bichito encantador.
Aunque algo inocente en los caminos.
Y la política, ya se sabe, es un camino muy duro.

Carlos A. Torrengo
ctorrengo@rionegro.com.ar

     
     
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