Viernes 7 de febrero de 2003
 

Las funciones de la ciencia

 

Por Christian Ferrer

  Extraña situación: una vez que las posiciones han sido explicitadas y explicadas, ¿cuál es el sentido de continuar una polémica? El sentido de la misma, si uno pretende evitar que se transforme en una bizantina polémica por el sentido de las palabras, es contribuir a la comprensión de un tema, o a dejar en claro por qué se sostiene un argumento. Un paso más allá y ya nos encontraríamos en el terreno de la necedad o el narcisismo, que poco contribuyen a las necesidades de la colectividad o a la difusión del conocimiento. Se termina dialogando con el espejo o con espejismos. Con reflejos, y no con reflexiones.
Dejo en claro entonces lo siguiente: ¿Tomás Buch quiere que la Argentina desarrolle capacidades productivas e industriales? También yo lo deseo. ¿Tomás Buch cree que hay una relación entre la construcción de una base productiva y el fin del hambre? Puedo suscribirlo, aunque cabe sospechar que hay en el país suficiente comida para alimentarnos a todos. ¿Tomás Buch propone que hay que poseer una industria que produzca valor agregado? Al igual que yo. ¿Tomás Buch sostiene que muchas tecnologías hacen a la vida más hospitalaria, o más cómoda? Indudablemente. ¿Tomás Buch cree que la ciencia es una conquista civilizatoria fundamental? Nadie más de acuerdo que yo. Las aparentes coincidencias están dichas, y no tengo una palabra más para agregar. Con respecto a la cuestión de la energía nuclear, ya expresé mi opinión. Dejo de lado su alusión a la tergiversación de argumentos.
Entiendo que mantenemos una diferencia importante acerca de las funciones de la universidad argentina, a la cual Buch le reclama mayor compromiso con los sectores industriales. Ahora bien, la universidad pública produce bienes de todo tipo, y esto desde hace mucho tiempo, incluyendo los muy materiales artefactos que Tomás Buch le exige. El debería saberlo. En todo caso, si algo debiera estar bajo discusión pública es qué tipo de ensamblaje con las unidades productivas nacionales es conveniente fomentar en las distintas carreras universitarias; qué tipo de bienes industriales serían beneficiosos para la colectividad y cuáles les deberían ser indiferentes o dañinos; qué tipo de ciencia y de saberes son imprescindibles para este país desbaratado y cuáles solamente delirios o zanahorias para que el burro se ilusione. En este sentido, sorprende que Tomás Buch no conciba que una de las funciones primordiales de la ciencia consiste en contribuir a aliviar el sufrimiento humano, y prefiera que de esa tarea se ocupe la religión, con lo que expresa una visión curiosamente tradicional y conservadora. ¿Cuál sería el sentido entonces de disciplinas como el trabajo social o la medicina?
Se trata, evidentemente, de un debate sobre políticas científicas, sobre el cual -debo insistir- no existe una veta aceptada por todos los interesados. Yo no estaría de acuerdo con cualquier tipo de acople, por la misma razón por la que no estuve de acuerdo con que las universidades públicas se dedicaran a celebrar el mercado cuando en los años "90 esas consignas se pusieron de moda -y en uso- y porque no estuve de acuerdo con privatizar empresas nacionales de servicios públicos, aunque millones de personas refrendaron a su bien conocido promotor. Por más que haya mercado para las encuestas, no concibo que una disciplina como la sociología deba metamorfosearse en "encuestología", o que el estudio de las relaciones laborales devenga en producción de expertos en flexibilización de personal, aun cuando en la última década ésa fuera la política de Estado sobre las relaciones entre capital y trabajo.
Buch me trata de catedrático. Pues bien, soy profesor universitario (y me pagan por serlo) y defiendo los intereses de la universidad pública argentina, por convicción. No siento ningún desmedro en hacerlo, al igual que Buch no lo siente cuando alega en favor de los intereses de su empresa (y le pagan por hacerlo). Por cierto, me conmueve el ardor de su defensa de intereses sectoriales, y ya me gustaría a mí escuchar a los hombres representativos del país defender honesta y convencidamente el bien común. No cultivo una "idea romántica de ciencia". Tengo una visión dura, intransigente y apasionada de la ciencia, la misma de la que dispusieron Humboldt, Darwin, Freud, Weber, Einstein o, por caso, Deodoro Roca, Ezequiel Martínez Estrada, José Luis Romero y todos aquellos que contribuyeron a construir y hacer grande a la universidad pública nacional.
Creo que abundar en mayores argumentaciones ya nada aclara. Confieso solamente que me intrigan las variadas alusiones que Tomás Buch hace sobre el capitalismo. No logro discernir si quiere proceder al análisis del modo en que el capitalismo modela la producción de tecnología a su favor (sin excluir a la energía nuclear), si pretende humanizarlo o transformarlo en motor de un "modo de producción argentino", si lo acepta como un mal necesario o si le gustaría que se agudizaran las contradicciones del sistema a través del desarrollo acelerado de la producción nacional de reactores nucleares. En todo caso, no veo por qué la Argentina debería girar alrededor del enclave industrial al cual defiende, como si éste último fuera el centro del sistema solar de Ptolomeo.
     
     
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