Jueves 6 de febrero de 2003
 

Desocupados en marcha: hoy y mañana

 

Por Eva Giberti

  Si bien ya se han publicado y comentado en diversos medios los efectos que la desocupación produce en el psiquismo de las personas que no logran rescatar su trabajo u obtener uno nuevo, es pertinente abundar en la enunciación de determinadas consecuencias. Porque, cuando las personas desocupadas consiguen regularizar sus actividades mediante algún trabajo, esos efectos no desaparecen automáticamente. Persisten y actúan como restos traumáticos que será preciso procesar durante el tiempo que sea necesario.
La angustia que impregna la cotidianidad de las personas desocupadas adquiere características traumáticas; ese fenómeno se produce porque dicha angustia está acompañada por el terror, tal como Freud lo describió en una de sus obras.
La población formada por personas desocupadas comparte modalidades que, aunque respondan a las características de la personalidad de cada uno o de cada una, muestran coincidencias significativas. Por ejemplo, el sentimiento de indefensión y también de inermidad.
En realidad, los desocupados se encuentran indefensos desde la perspectiva de sus derechos humanos violados, justamente por la falta de trabajo y la pléyade de consecuencias que esa situación arrastra: déficit en la atención de su salud, carencia de alimentos, humillación ante los miembros de su familia, pérdida de la vivienda, entre otras desdichas.
Inermes en tanto y cuanto disminuyen sus recursos físicos y psíquicos para defender sus derechos, inermes por carecer de dinero que les permita viajar en busca de trabajo, inermidad que suele acompañar a los cuadros depresivos, en este caso reactivos, que genera la sensación de: "Ya no puedo hacer nada más; estoy acabado".
De allí la importancia que adquieren las agrupaciones que les permiten autoconvocarse y marchar detrás de sus banderas, testimoniando su presencia, como sujetos vivos y en clave de lucha por las calles, en las rutas y en los puentes.
Esta índole de respuestas desactiva la vivencia de sentirse "muertos" ante quienes los ignoran y por quienes desde los poderes instituidos decretaron su desocupación en aras de políticas excluyentes. Lo que nos conduce a la violencia social que el incremento de la desocupación significa. Esta violencia, originalmente provista por quienes construyeron, avalaron y disfrutaron de las políticas que el neoliberalismo impuso, se articula con el estilo que precisan implementar los desocupados para "hacerse ver". Saben que, para quienes cuentan con dinero y/o con trabajo, ellos constituyen el rubro de los desconocidos y también de los que molestan con sus cortes de rutas y con la ocupación de las avenidas. Escuchan las quejas de quienes padecen las interrupciones, y entre ellos, otros trabajadores (porque los desocupados fueron trabajadores alguna vez) que los increpan desde el volante de un taxi, por ejemplo, argumentando que las marchas de los desocupados violan el derecho al trabajo (de los que trabajan). Entonces se crea una contradicción a partir de la ausencia de compromiso protagonizada por quienes están trabajando respecto de otros trabajadores que, en este caso, están desocupados. Aquellos que no quieren ser molestados mientras trabajan, o interrumpidos en sus recorridos, proceden acordes con quienes impulsaron las políticas neoliberales.
A pesar del alivio que estas convocatorias grupales significan, los desajustes del psiquismo se cobran su cuenta: el recurso al alcohol, al pensamiento mágico, la predisposición a las respuestas violentas o bien la tendencia al aislamiento (como escondiéndose) y en oportunidades la agresión contra sí mismo (accidentes) evidencian lo traumático de la experiencia que resalta la vulnerabilidad de los desocupados. Ya sea durante la desocupación o, a posteriori, si consigue trabajo y le aterroriza perderlo.
El retorno al equilibrio psíquico reclama paciencia y esfuerzos permanentes, juntamente con el acompañamiento clínico y psicoterapéutico destinados a cuidar de los sobrevivientes de la desocupación. Me pregunto: las instituciones competentes para ocuparse de estos problemas, ¿serán suficientes para atender a los que dejaron de ser desocupados y tratan de recuperarse? ¿Y para atender a quienes no se recuperen de su vulnerabilidad extrema y sobrevivan fragilizados, inermes ante su propio deterioro?
No se trata sólo de los que hoy están desocupados: nos espera un mañana, un después en el cual es imprescindible pensar. Porque en un futuro alternaremos con personas dañadas psíquicamente por los efectos de la desocupación, que arrastran la huella de los malos tratos padecidos y la experiencia de sobrevivir en un país cuyas autoridades, cuyos empresarios, cuyas fuerzas de seguridad, cuyos sindicatos, cuyas instituciones en general actuaron en complicidad ostensible o encubierta con las políticas que, como ya se sabía, podría desembocar en torrentes de desocupación.
     
     
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