Lunes 3 de febrero de 2003
 

Un imperio inquietante

 

Por Martín Lozada

  Lo sorprende que uno de los libros más debatidos de la actualidad sea "Imperio", escrito por Michael Hardt y Antonio Negri. El primero es profesor de literatura en la Duke University; mientras que el segundo, filósofo y activista político. Ambos tienen en su haber una importante producción literaria en materia de reflexión y teoría política.
Existe una manifiesta correspondencia entre el mundo del capitalismo global descifrado por los autores, con ciertos hechos acaecidos a lo largo de los últimos meses. Entre aquellos, fundamentalmente, los que se refieren a la intervención y a la guerra. Estos dos recursos son partes constitutivas del aparato de mando descentralizado y desterritorializado que tanto atrae su atención, y sirven para dar soporte a un ejercicio mundial del poder de policía.
La nueva forma de dominación mundial que ubican bajo el rótulo "imperio", trae consigo una serie de transformaciones jurídicas que reconfiguran el rostro de las viejas prácticas institucionales. En este marco destacan el renovado interés que despierta el concepto de "guerra justa", a modo tal de constituirse, hoy más que nunca, en una narrativa central de las discusiones políticas internacionales.
Advierten que las nuevas disquisiciones en torno de la bellum justum resultan francamente perturbadoras. Debido, sobre todo, a que se trata de un concepto que el secularismo moderno se esforzó por borrar de la tradición medioeval, y por cuanto no sólo implican la banalización de la guerra, sino también su elogio como instrumento ético y su exaltación como medio de acción política.
Toman el caso de la intervención e ilustran cómo este mecanismo tradicionalmente destinado a resolver problemas humanitarios de envergadura, o cuestiones atinentes a la paz y a la seguridad internacional, ha ido cambiando poco a poco su rostro.
Se encuentra ahora basado en un estado permanente de emergencia y excepción justificado por la apelación a valores esenciales de justicia. En otras palabras, el poder de policía queda legitimado en razón de aquellas urgencias y por la necesidad de asegurar la vigencia de ciertos principios éticos superiores. De allí la paradoja de los tiempos que corren: las intervenciones son siempre excepcionales aun cuando se sucedan continuamente en el tiempo y en el espacio bajo la forma de acciones de policía.
Otra de las caras de esta nueva fase de control consiste en la posibilidad de iniciar guerras "preventivas" y "permanentes" que tienen como sustrato y fundamento no al derecho, sino al consenso. Basta remitirse, a modo de ejemplo, a las operaciones llevadas a cabo por las potencias occidentales, primero en Kosovo y luego, más recientemente, sobre un enemigo simbólicamente producido e identificado con la voz "terrorismo". Reducción conceptual y terminológica que resulta funcional para gravitar sobre territorios diversos, amplios sectores poblacionales y múltiples fines.
Este uso de la fuerza armada guarda distancia de la guerra tradicionalmente entendida, compuesta por la presencia de dos o más bandos visibles, enfrentados entre sí en un espacio más o menos determinado. La máquina imperial, en cambio, despliega sus operaciones de fuerza sobre el territorio global y los enemigos que enfrenta, lejos de constituir una amenaza de índole militar, ostentan tan sólo asimetrías ideológicas entendidas como incompatibles al desarrollo y consolidación del Imperio.
¿Cómo entender, si no, el énfasis con el cual se postula la necesidad de continuar con el embargo y las sanciones contra Cuba, Irak, Libia y todos aquellos estados que contradicen los mandatos del Departamento de Estado y las sugerencias de los organismos financieros de crédito? ¿Cómo, además, interpretar la presión que ejerce en estos días la administración del presidente Bush para forzar una ataque contra Irak?
Que el desarrollo de la justicia penal internacional está en peligro no es, a esta altura de los hechos, un secreto. La franca negativa de los Estados Unidos, China e Israel a ratificar el estatuto de la Corte Penal Internacional es una prueba contundente de las limitaciones que sufre un ordenamiento jurídico que, como el internacional, mucho depende del consenso y de la aquiescencia de las partes.
En este contexto, ¿cuál es el rol que les cabe jugar a los tribunales penales internacionales? La respuesta que ofrecen los autores de "Imperio" es contundente, mucho que nos pese a quienes creemos ver en este campo un terreno propicio para sembrar justicia y cosechar la paz. Los ejércitos y la policía, sostienen, se anticipan a las cortes y preconstituyen las reglas jurídicas que los tribunales deben aplicar.
Su función está en vías de superar el mero dictado de sentencias contra los vencidos para convertirse, en cambio, en instancias que reglen la interrelación entre el orden moral, las razones legitimantes de la soberanía imperial y el ejercicio del poder de policía. Es decir, que cumplirán un rol fundamental en la producción de las nuevas formas de legalidad y servirán para impugnar toda controversia referida a su validez sistémica.
La polémica obra de Michael Hardt y Antonio Negri tiene el valor de advertir sobre algunas de las transformaciones que experimentan los mecanismos de gobierno y control de la modernidad tardía. Por eso mismo, es un dato menor si se trata del imperialismo de siempre o del novísimo Imperio. Lo importante es que sirve para desenmascarar algunos de los rostros del presente. Y entre ellos, los peligros de la intervención y de la guerra cuando se las pretende preventivas y permanentes.
     
     
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