Viernes 28 de febrero de 2003
 

Decadencia sin fin

 
  Ya es tradicional que el inicio de un nuevo año escolar coincida con la reanudación de la lucha de los docentes sindicalizados por más dinero, de suerte que es de prever que en las semanas próximas proliferen informes enviados desde el frente educativo sobre la evolución de esta guerra al parecer interminable. En la mayoría de las provincias del país abundarán los paros preanunciados y sorpresivos, las negociaciones tensas en las que sindicalistas y funcionarios del oficialismo de turno traten de anotarse algunos puntos y las manifestaciones callejeras cuidadosamente organizadas, mientras que en diversas ciudades se armarán "carpas blancas". Huelga decir que a lo mejor el resultado de todos estos enfrentamientos será un empate. En algunas jurisdicciones los docentes aceptarán trabajar a cambio de promesas y en otras los días perdidos se acumularán hasta alcanzar niveles alarmantes, pero no se concretará ninguna "solución" definitiva en parte por la falta de recursos adecuados, pero también porque el poder de los gremios y la figuración de los jefes depende en buena medida de su voluntad de mantener movilizados a sus seguidores. Puesto que a Marta Maffei y sus compañeros no les será difícil en absoluto encontrar buenos motivos para quejarse, la agitación será permanente.
Los más perjudicados por este estado de cosas lamentable serán los jóvenes cuyo futuro será determinado por su formación educativa. El desempleo masivo, la caída en la miseria de familias antes solventes y la incapacidad patente del Estado de manejar una red de seguridad eficaz están fabricando "marginados" a un ritmo peligroso. Para un adulto, algunos meses o incluso años sin trabajo pueden serle muy desmoralizadores, pero por ser cuestión de una persona ya formada le será posible recuperarse. En cambio, los meses o años perdidos en la niñez y la temprana juventud dejan heridas que nunca se curarán. Por lo tanto, hay una diferencia fundamental entre un paro de transporte, digamos, y uno docente.
Las consecuencias para el país de la decadencia de su sistema de educación pública ya han sido nefastas y de prolongarse mucho más la crisis en este sector fundamental el precio que pagará será monstruosamente elevado. Como nos recuerdan los resultados de los exámenes de ingreso de ciertas facultades universitarias, sobre todo las vinculadas con las ciencias exactas en las que es relativamente sencillo juzgar a los aspirantes, en los años últimos ha sido mínima la proporción de alumnos secundarios que han estado en condiciones de aprovechar las oportunidades para aprender que en teoría deberían brindarles las instituciones públicas. Aunque la difusión de los datos correspondientes siempre desata un escándalo, los intentos de remediar las causas de la mediocridad extrema así registrada han sido absurdamente débiles. En cuanto a los demás estudiantes, aquellos que nunca se arriesgarían rindiendo un examen riguroso, si bien algunos conseguirán un diploma gracias a la actitud nada exigente de los encargados de aprobarlos, muy pocos habrán recibido una educación comparable con la considerada normal en los países desarrollados.
Una cultura "popular" que repudia el esfuerzo y en la que es tan escaso el prestigio de la docencia que la sociedad en su conjunto siempre se ha resistido a invertir mucho en ella se han combinado con la militancia sindical politizada incesante y una crisis económica depauperadora para privar al país de los recursos humanos que necesitará para tener una posibilidad de comenzar a reducir la brecha ya terriblemente ancha que lo separa del Primer Mundo. Hoy en día, el nivel educativo es un asunto estratégico primordial, realidad que han entendido el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso y su sucesor, el presidente Luis Inácio Lula da Silva. A menos que la Argentina logre volver a ser un país en el que la calidad y la cantidad educativas son netamente superiores a las no sólo de sus vecinos sino también a las de gigantes como la India y China, sus perspectivas seguirán siendo deprimentes. Desafortunadamente, no hay señales de que los responsables de la educación pública hayan optado por tomarla en serio, razón por la cual es de suponer que el año lectivo que está iniciándose sea aún peor que el anterior.
     
     
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