Jueves 27 de febrero de 2003
 

Una cuestión de miedo

 
  Como el juez Juan José Galeano entenderá muy bien, es por ahora nula la posibilidad de que la República Islámica de Irán permita la captura de los 22 individuos, entre ellos "el líder espiritual" Alí Khamenei, cuya detención inmediata ha pedido por considerarlos partícipes de la planificación y ejecución del atentado terrorista contra la sede de la AMIA en julio de 1994, aunque es factible que de producirse una convulsión en aquel país las nuevas autoridades adoptarán una actitud distinta. Como es su costumbre, los iraníes atribuyeron la solicitud a un "complot sionista" y es de prever que nuestro gobierno opte por no insistir a fin de ahorrarse un incidente internacional y también, lo que es más siniestro aún, por miedo a provocar otro ataque igualmente mortífero. Desde el inicio de la investigación de los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, los esfuerzos de la Justicia se han visto obstaculizados por el temor nada irracional a que acercarnos demasiado al avispero mediooriental, lo que irritaría a los sirios, libaneses, palestinos y, claro está, iraníes, podría tener consecuencias trágicas. Como si esto ya no fuera más que suficiente, la escasa voluntad de saber mucho más acerca de la "conexión local" porque una pesquisa vigorosa podría incomodar a elementos extremistas enquistados en la Policía bonaerense, la SIDE y grupos militares contribuyó a que, a más de diez años del ataque a la Embajada de Israel, los resultados concretos arrojados por las investigaciones hayan sido tan llamativamente magros.
Si existieran razones para suponer que las pasiones religiosas y políticas del Medio Oriente estuvieran por apagarse y que los enemigos locales de la convivencia democrática formaran parte de un sector en vías de extinción, la resistencia a correr riesgos molestando a los terroristas podría justificarse. No sería una decisión muy digna, quizás, pero en términos prácticos resultaría la más sensata. Sin embargo, no parece probable que los diversos grupos de fanáticos del Medio Oriente y otras zonas del mundo musulmán pronto emulen a sus equivalentes latinoamericanos, convirtiéndose en demócratas presuntamente pacíficos comprometidos con los derechos humanos, ni que sus circunstanciales aliados locales ya no constituyan una amenaza auténtica para nadie. Por el contrario, es factible que los próximos años se vean signados por más conflictos feroces y que el terrorismo siga globalizándose al elegir los "combatientes" blancos que estén no sólo en los países centrales relativamente bien vigilados, sino también en países como el nuestro en los que les es bastante fácil operar. Por lo tanto, la pasividad destinada a congraciarnos con los terroristas, además de suponer traicionar a las víctimas de dos atentados brutales, no parece ser una opción inteligente.
Según el actual presidente Eduardo Duhalde, en 1996 se frustró lo que hubiera sido "el tercer atentado", noticia que sorprendió a muchos que no habían oído hablar de él, y de todos modos la causa básica de la ofensiva habrá sido la decisión del entonces presidente Carlos Menem de enviar tropas al Golfo en 1991, teoría que no condice con las acusaciones dirigidas contra Irán que poco antes participó de una guerra con Irak en la que los muertos se contaron por centenares de miles. Así y todo, muchos, en especial los adversarios de Menem, creen que de haber seguido el país manteniéndose al margen de los conflictos del Medio Oriente, los terroristas de origen árabe o iraní lo hubieran dejado tranquilo. Por tratarse de un interrogante hipotético, no hay forma de probarlo o de descartarlo, pero a raíz del avance fenomenal de las comunicaciones, ya son muy pocos los países o las regiones que puedan aspirar a aislarse de los enfrentamientos que están desgarrando el gran arco que se extiende desde el Atlántico hasta el Mar de China. Aunque la Argentina nunca hubiera manifestado ningún interés por lo que sucedía más allá de sus fronteras, su vulnerabilidad debido a la incompetencia de sus organismos públicos le habría asegurado un lugar de privilegio en las listas de blancos "blandos" redactadas por el terrorismo internacional, razón por la que nos convendría prepararnos para hacer frente a la amenaza mortal así supuesta.
     
     
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