Domingo 23 de febrero de 2003
 

Detalles del desastre

 
  Si bien el gobierno encabezado por Eduardo Duhalde ha logrado brindar la impresión de que, gracias a la moderación y el sentido común de Roberto Lavagna, la economía ya está recuperándose vigorosamente, los datos concretos que aparecieron en los informes más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) pintan un cuadro que es mucho menos satisfactorio que el oficial. Aunque en aquellas zonas del país que están en condiciones de exportar productos agrícolas o poseen atracciones turísticas la devaluación tuvo un efecto tónico y se dan señales de que la sustitución de importaciones permitió que algunas empresas volvieran a ser rentables, en términos generales el estado de nuestra economía sigue siendo lamentable. Por cierto, el que en el 2002 la actividad cayera el 11,1% después de varios años de recesión, el salario promedio se redujera a 524,20 pesos mensuales y la mitad de los asalariados tuviera que acostumbrarse a percibir menos de 400 pesos mensuales, significa que la Argentina ha protagonizado un colapso tan violento como cualquiera que fue experimentado a fines de los años ochenta por Rusia y por distintos países de Asia Oriental, de los cuales algunos, como Corea del Sur, ya lograron levantarse.
Lo que es peor aún que las estadísticas calamitosas sobre el desempeño de la economía en el 2002, empero, es que el gobierno del presidente Duhalde apenas intentó hacer frente a los graves problemas estructurales que nos llevaron a la situación actual. Por el contrario, como muchos analistas señalaron, se limitó a aplicar parches a los síntomas más alarmantes de la crisis, con el único objetivo de llegar indemne al 27 de abril. En esta empresa, ha sido bastante exitoso: su resistencia a impulsar reformas supuso que amplios sectores se habituaron a la calma chicha resultante, aunque su actitud alarmó hasta al candidato presidencial oficialista Néstor Kirchner, quien por motivos comprensibles quisiera que Duhalde tomara medidas antipáticas pero así y todo necesarias antes de las elecciones, no después. El santacruceño, lo mismo que sus rivales, entiende que tal y como están las cosas la herencia que reciba el próximo gobierno se parecerá a una bomba de tiempo a punto de estallar, peligro que según parece no preocupa demasiado a Duhalde porque, al fin y al cabo, debería serle relativamente fácil arreglárselas para aprovechar los frutos de su propia negligencia presentándose como el único garante de la "estabilidad" creíble.
Además de un grado de pobreza que tiene pocos precedentes en el país moderno y que se ve agravado por una cantidad enorme de "nuevos pobres" que están menos dispuestos que los pobres "estructurales" a conformarse con su suerte, el eventual triunfador del proceso electoral tendrá que permitir la actualización de las tarifas de varios servicios públicos o dejar que éstos se deterioren de forma llamativa, emprender una renegociación que con toda seguridad será muy ardua de la deuda externa que, mal que nos pese, no ha desaparecido; reducir mucho más el déficit fiscal; procurar ordenar una maraña sumamente desprolija de "planes sociales" creados por motivos que tienen más que ver con el clientelismo tradicional del movimiento peronista que con la solidaridad y, desde luego, tratar de restablecer el respeto por los derechos de propiedad, porque de otro modo no habrá ninguna posibilidad de que la economía entre en una etapa signada por el crecimiento "sostenible". Si por razones políticas el sucesor de Duhalde, consciente de su propia debilidad y del poder de sus adversarios, opta por intentar conservar el statu quo con la esperanza de que la recuperación se materialice a pesar de la pasividad oficial, no tardará en surgir el riesgo de que se produzca otro estallido similar al provocado por la incapacidad del gobierno del ex presidente Fernando de la Rúa para instrumentar las medidas que sabía imprescindibles. Sin embargo, un nuevo colapso tendría consecuencias que serían aún más dolorosas que las ocasionadas por el anterior. Aunque muchos creen que por ya haber "tocado fondo" el país no podrá caer mucho más, convendría que los responsables de gobernarlo se abstuvieran de poner a prueba la teoría optimista así supuesta.
     
     
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