Viernes 21 de febrero de 2003
 

Conservadurismo radical

 
  Aunque a pesar de los resultados de la ronda más reciente de elecciones internas Rodolfo Terragno se resiste a darse por vencido, parecería que Leopoldo Moreau, gracias al apoyo que le brindaron los punteros de Formosa, Chaco y San Juan, será el candidato presidencial de la UCR en el caso de que opte por correr el riesgo de participar en las próximas elecciones. Se trata de un desenlace que a juicio de muchos presagia la desintegración definitiva del partido más que centenario. Es probable que algunos fragmentos logren sobrevivir como partidos provinciales o vecinales, pero ya no lo es que el radicalismo como tal consiga recuperarse de los golpes demoledores que le ha supuesto su negativa terca a aggiornarse. Aparte de los escasos militantes que aún quedan, virtualmente nadie cree en las posibilidades electorales de Moreau, político del "aparato" que a diferencia de Terragno nunca ha logrado dotarse de una imagen capaz de atraer a los independientes, pero a esta altura el porcentaje de votos que reciba el candidato en abril importará decididamente menos que la aptitud de los jefes del partido para refundarlo con el propósito de prepararse para los desafíos de los meses y años siguientes, tarea ésta que no parece estar entre las prioridades de Moreau y de los personajes que lo rodean.
Si bien las perspectivas electorales de Terragno eran casi tan grises como las de su rival interno, no cabe duda de su voluntad de repensar el radicalismo a fin de permitirle adaptarse a los cambios que están produciéndose tanto en el país como en el resto del mundo. Ha sido precisamente a causa de su conciencia de que la UCR tendría que modernizarse, porque si no lo hace desaparecerá, que tantos correligionarios lo han tomado por un intruso que además de no haber nacido en el seno del partido rehusaba manifestar la veneración debida por sus dogmas. Puede que a veces las propuestas de Terragno resultaran poco prácticas, pero por lo menos entiende que es necesario evolucionar, lo cual supone el abandono de planteos anacrónicos y el reconocimiento de que ciertos proyectos que acaso fueran viables veinte, treinta o cincuenta años atrás ya son vistos totalmente
desactualizados. Por su parte, Moreau, hombre que militó muchos años en el alfonsinismo y que, últimamente, ha actuado como aliado del presidente interino Eduardo Duhalde, siempre brindó la impresión de representar el pasado, la fidelidad dogmática a la liturgia partidaria, razón por la que no es la persona indicada para impulsar una revisión a fondo del ideario radical.
Así las cosas, es lógico que los más satisfechos por el presunto resultado de la larga y sumamente embrollada interna radical hayan sido Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, ex radicales que, hartos de la incapacidad manifiesta de la UCR de aspirar a algo más que asegurarse una proporción cada vez menor del botín político disponible, se separaron del viejo tronco para formar sus propios movimientos. Mientras que para los vinculados con el ARI de la chaqueña, Moreau es una figura emblemática de la "vieja política" cuyo fracaso difícilmente podría ser más patente, a juicio de los simpatizantes de López Murphy representa el populismo irresponsable que está en la raíz de la crisis devastadora que ha depauperado a la mayoría abrumadora de los habitantes del país. A primera vista se trata de análisis contradictorios, pero sucede que en nuestro país los consustanciados con el corporativismo clientelista tradicional son los conservadores o, si se prefiere, "derechistas", mientras que las agrupaciones lideradas por Carrió y López Murphy respectivamente son innovadoras por querer dejarlo atrás, avanzando por un camino que, no obstante las afirmaciones de los "ideólogos", distan de ser incompatibles. Al fin y al cabo, en otras partes del mundo son muchos los partidos, entre ellos algunos que están en el gobierno, en los que personas muy similares a Carrió y López Murphy han aprendido a convivir. Que en la Argentina esto sea considerado imposible, cuando no absurdo, refleja el estado deficiente de nuestra cultura política: a menos que pronto surjan movimientos que sean pluralistas pero no por eso carentes de principios genuinos, el país seguirá en manos de los viejos zorros de la clase política establecida.
     
     
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