Lunes 17 de febrero de 2003
 

Mensajes diferentes

 
  Para muchos, aquellas manifestaciones multitudinarias que se celebraron en tantas ciudades el sábado pasado sirvieron para enviar a Washington un mensaje inequívoco: "el mundo" no quiere la guerra, quiere la paz y los únicos que no lo entienden son George W. Bush, los miembros de su gobierno y su aliado británico Tony Blair. Así las cosas, si éstos se transformaran de halcones en palomas, el planeta entero podría disfrutar de una nueva época signada por el respeto mutuo y la resolución de conflictos por medios exclusivamente diplomáticos. Para algunos, empero, el mensaje habrá sido un tanto distinto. Desde el punto de vista de personajes como Saddam Hussein y, más importante aún, de los muchos individuos ambiciosos de países sin tradiciones democráticas que podrían sentirse tentados a emularlo si les pareciera factible, el que decenas de millones de occidentales, sus columnas enriquecidas por los aportes de inmigrantes musulmanes, se hayan opuesto con tanta vehemencia a una operación militar contra el dictador iraquí, significa que Europa e incluso Estados Unidos son potencias desmoralizadas que no les ocasionarán demasiados problemas si deciden armarse hasta los dientes. Asimismo, sabrán que es tan fuerte la propensión de los pueblos occidentales a atribuir todo lo malo a sus propios gobernantes, acusándolos automáticamente de manipulación y de distorsionar la verdad, que pueden continuar liquidando con impunidad a etnias molestas, como la kurda, persiguiendo a minorías o incluso mayorías religiosas, como la chiíta iraquí, además, huelga decirlo, de encarcelar y matar a los disidentes políticos locales a sabiendas de que nadie en Occidente se preocupará por temor a ser tildado de belicista. Puede que tal interpretación del mensaje enviado por los millones de manifestantes sea burda, que no tome en cuenta los motivos generosos del grueso de los participantes, pero, nos guste o no, a veces la mentalidad de los formados en sociedades autoritarias no es idéntica a aquella que predomina en los medios y en "la calle" del mundo desarrollado.
Aunque ya parece tarde para que el gobierno de Bush opte por aceptar la alternativa propuesta por Francia de dejar las cosas más o menos como están brindando a Saddam la oportunidad para desarmarse voluntariamente, el estallido pacifista que estamos presenciando no puede sino haber resultado estimulante para los convencidos de que en última instancia el "imperio", asustado por los riesgos que le supondría hacer uso de su poderío, terminará replegándose hasta limitarse a defender sus propias fronteras. En tal caso, los europeos y otros tendrían que poner a prueba sus tesis pacíficas, lo que harían negociando y pactando con los dictadores del Medio Oriente, cediendo ante los reclamos de entidades islámicas que - como la británica, que ayudó a organizar la ingente manifestación londinense luego de dar a entender que abandonar la fe musulmana es un crimen punible por la muerte- no se caracterizan por su aprecio por los derechos humanos y, claro está, aumentando las presiones contra Israel. De resultar eficaz esta forma de convivir con otros pueblos, el mundo sería con toda seguridad un lugar mejor, pero es posible que la estrategia que muchos europeos y otros están impulsando descanse en una visión un tanto optimista de la realidad.
Según los "halcones", son muchos los países gobernados por dictadores ambiciosos que quisieran convertirse en potencias nucleares para entonces amenazar no sólo a sus vecinos, sino también a las naciones opulentas de Europa, América del Norte y, tal vez, a las más pobres pero ricas en recursos de América Latina también. La conducta actual de Corea del Norte hace sospechar que su planteo dista de ser tan delirante como dirían los pacifistas, aunque éstos siempre podrían sostener que Kim Jong-Il es un caso único y que no hay ninguna posibilidad de que surja otro igual. Sea como fuere, los riesgos en tal sentido serían decididamente menores si todos los pueblos occidentales cerraran filas con firmeza en defensa de ciertos principios básicos, pero puesto que muchos desconfían más de sus propios gobernantes que de dictadores exóticos, ello no sucederá hasta que sus enemigos les hayan proporcionado razones contundentes para cambiar de opinión.
     
     
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