Domingo 16 de febrero de 2003
 

Opciones duras

 
  Para algunos, entre ellos el presidente interino Eduardo Duhalde, todo es muy sencillo: el embrollo sanguinario que se ha producido en Bolivia es culpa del FMI que, al ordenar al gobierno del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada aumentar los impuestos o, cuando menos, obligarlo a hacer algo igualmente cruel, enfureció a un pueblo ya depauperado que, como es natural, eligió rebelarse contra tamaño atropello. Asimismo, nos advierten con solemnidad que convulsiones similares podrían concretarse en muchos otros países de la región a menos que el FMI cambie de actitud. Parecería que según quienes piensan de este modo nunca es realmente necesario "ajustar" nada, de modo que al hacer depender su ayuda de la voluntad de equilibrar las cuentas fiscales, el FMI, además de aquellos economistas que se animan a señalar que sería insensato dejar de preocuparse por los números, son enemigos del pueblo y de la estabilidad democrática.
Sin embargo, aunque el FMI no existiera y los economistas "liberales" se llamaran a silencio para que sus adversarios se encargaran de solucionar los problemas sin ser molestados, la situación que enfrentan casi todos los gobiernos de la región no se modificaría en absoluto. Por injusto que les parezca, seguirían viéndose constreñidos a adaptarse a la realidad económica imperante que, huelga decirlo, continuará siendo la misma por heterodoxas que fueran sus ideas y por imaginativas las estrategias concebidas por sus asesores. Si por razones políticas o humanitarias los gobiernos se niegan a aumentar los impuestos, les será forzoso ya reducir el gasto público, ya encontrar otra fuente de ingresos. Caso contrario, todo estallará al intentar los diversos sectores y grupos procurar salvarse a costa de los demás y, como ha sucedido aquí en tantas ocasiones, el nivel de vida de los más vulnerables caerá una vez más.
¿Cuál es la alternativa? Aunque Duhalde y los muchos que comparten sus "ideas" no lo dirán nunca, lo que insinúan es que el resto del mundo debería estar dispuesto a subsidiar a los países latinoamericanos para que no tengan que vivir de acuerdo con sus propios recursos, creando lo que podría bautizarse un "fondo de reparación histórica" en escala gigantesca. Tal salida podría concebirse para Bolivia, un país que es demográficamente pequeño y paupérrimo en el que a raíz de la presión de Estados Unidos los campesinos han sido forzados a destruir sus plantaciones de coca, pero sería absurdo creer que pudieran existir motivos por los que "el mundo" ayudara mucho a la Argentina a menos que fuera a cambio de las reformas estructurales drásticas necesarias para que logre valerse por sí misma. Puesto que es escasa la posibilidad de que el FMI deje de hacer las veces del máximo contador internacional para transformarse en una organización caritativa, los gobiernos de América Latina tendrán que aprender a manejar mejor sus respectivas economías o atenerse a las consecuencias que con toda seguridad serían trágicas.
Si bien la mayoría de las críticas dirigidas contra el FMI por izquierdistas y populistas se basa ya en los deseos apenas confesables de los primeros o en las ilusiones interesadas de los últimos, están en lo cierto cuando afirman que en América Latina el organismo fracasó. No lo ha hecho por severidad excesiva o porque "los técnicos" no hayan entendido nada de economía, sino porque su mera existencia brindó a políticos inescrupulosos un buen pretexto para continuar haciendo gala de su propia falta de responsabilidad. Cuando personajes como Duhalde dan a entender que las medidas tomadas tanto por su gobierno como por sus antecesores son las exigidas por el FMI y que si no fuera por eso hubiera aplicado recetas mucho más simpáticas, lo que nos están diciendo es que todo cuanto ocurre en el país se debe a los errores garrafales cometidos por tecnócratas extranjeros que, claro está, no comprenden nada de los misterios económicos criollos. Así las cosas, a la larga sería sin duda provechoso que el FMI nos abandonara a nuestra suerte para que por fin ya no cupiera ninguna duda de que la responsabilidad exclusiva por la evolución de la economía quedara en manos del ministro correspondiente, no de individuos malos como la "dama de hierro" Anne Krueger o "el indio" Anoop Singh.
     
     
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