Viernes 14 de febrero de 2003
 

Una cuestión de poder

 
  Mal que les pese tanto a los simpatizantes de los piqueteros como a sus adversarios, su metodología, que consiste en cortar rutas para obligar al gobierno a prestar atención a sus reclamos, no es otro "invento argentino". Pactar con individuos que están en condiciones de ocasionar desmanes es típico en países en los que el temor a un "estallido" cohíbe a los gobernantes. En el Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra cobró fuerza debido a la conciencia de que el precio de reprimirlo podría ser elevado. Asimismo, en Francia, los camioneros y los campesinos proteccionistas se han especializado en bloquear caminos desde hace muchos años sin que las autoridades se animaran a intervenir, ya por miedo a enfrentarse con el sindicalismo en el caso de los primeros, ya, en el de los segundos, por querer aprovechar la militancia campesina cuando otros países protestan contra su negativa tajante a reducir las barreras tarifarias que tantos perjuicios provocaron a los agricultores del Tercer Mundo.
Es que en muchos países los gobernantes están acostumbrados a asumir una postura decididamente ambigua ante las protestas sectoriales importantes, por entender que en el corto plazo los costos de aplicar la ley al pie de la letra podrían resultarles contraproducentes. Aunque en ocasiones, una actitud negociadora puede servir para permitir que una situación peligrosa termine resolviéndose, por lo general la arbitrariedad así supuesta tiene consecuencias negativas al legitimar conductas que son incompatibles con la convivencia civilizada además, obvio es decirlo, de impedir que se haga un esfuerzo serio por eliminar las causas, sean éstas reales o presuntas, que motivan la violación sistemática y premeditada de la ley. Asimismo, tarde o temprano los afectados por la violencia tolerada reaccionarán reclamando medidas represivas muy pero muy severas: el que el ex presidente y una vez más candidato presidencial Carlos Menem haya creído que pedirle al Ejército barrer con los piqueteros "encapuchados con garrotes" podría reportarle muchos votos supone que ya hay muchos, sobre todo en las clases populares, que quisieran que lo hiciera cuanto antes.
En nuestro país, quienes están en favor de tolerar los cortes de ruta suelen señalar que "los piqueteros tienen hambre" -lo que es una verdad a medias porque los organizadores no brindan la impresión de carecer de recursos-, como si la mejor forma de paliar el hambre consistiera en dejar que los pobres molestaran a sus conciudadanos, tesis ésta que lejos de ser solidaria es perversa y cínica. Si el problema es el hambre, a los responsables de gobernar les corresponde intentar atenuarlo. Cohonestar el delito atribuyéndolo al estado pésimo de la economía o, si se prefiere, a "la herencia", no constituye una "solución" para la miseria sino que, por el contrario, es en el fondo una maniobra de distracción destinada a minimizar los costos políticos para un movimiento determinado de una situación que en un país productor de alimentos sí debería considerarse intolerable. Para colmo, ha servido para consolidar una nueva maraña de intereses creados que con toda seguridad se opondrá con violencia a la puesta en marcha de programas apolíticos encaminados a eliminar la corrupción estructural que, como es notorio, aquí resulta inseparable de la "lucha contra el hambre".
Por este motivo y por otros ha sido sumamente negativa la táctica oficial de incorporar a los piqueteros "moderados" al orden clientelista, comprando a los líderes repartiendo entre ellos "planes Trabajar" o "Jefas y Jefes de Hogar", es decir, dinero. Una vez más, se trató de una forma de aprovechar políticamente las penurias de muchas personas para que ayuden a fortalecer el sistema que provocó el colapso económico del país y por lo tanto la caída en la indigencia de una parte sustancial de la población. Puede que desde el punto de vista de los caciques populistas reclutar así a sus víctimas para que se sientan constreñidas a apoyarlos debiera considerarse un alarde de astucia, pero desde aquel de los demás sólo se trata de prolongar la vida de un sistema político y social conservador que se ha mostrado intrínsecamente incapaz de producir lo bastante como para satisfacer las expectativas mínimas de los habitantes del país.
     
     
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