Jueves 13 de febrero de 2003
 

Golondrinas, abstenerse

 
  Si bien en la actualidad el ingreso atropellado de inversiones extranjeras dista de constituir un problema urgente para el Banco Central, su presidente, Alfonso Prat Gay, tiene buenos motivos para prever que antes de que termine su gestión -siempre y cuando logre sobrevivir en su puesto hasta setiembre del 2004 - la Argentina haya vuelto a estar entre los países favorecidos por los dueños de capitales especulativos. Con tal que el próximo gobierno sepa manejar la economía con cierta solvencia, abundarán los activos baratos que sin duda atraerán a los dispuestos a correr algunos riesgos. Aunque en términos generales la entrada de inversiones de virtualmente cualquier tipo puede considerarse sumamente positiva, no se puede negar que en una economía tan inestable como la nuestra la formación cíclica de burbujas ha sido a la larga destructiva, de ahí el interés de Prat Gay por el sistema chileno según el cual las inversiones financieras tienen que quedarse en el país por lo menos un año, medida que conforme a las autoridades trasandinas ha servido para reducir la volatilidad de los mercados.
Puede que tal análisis esté equivocado por depender la estabilidad relativa chilena menos de las reglas encaminadas a mantener a raya los capitales golondrina que periódicamente anidan en la City porteña y otros plazos latinoamericanos, que del manejo sobrio de la economía por parte de funcionarios que se formaron en una cultura política más madura que la argentina y que, de todos modos, dejaron hace mucho tiempo de comulgar con el populismo facilista que sigue caracterizando a la mayoría de nuestros dirigentes, pero es claramente bueno que el Banco Central se haya puesto a pensar en la mejor manera de minimizar los costos de la "especulación financiera" sin privarse de las ventajas.
Entre dichos costos está el "político": en sectores muy amplios existen prejuicios virulentos contra las finanzas mismas, motivo por el que la esporádica aparición de burbujas seguida por un estallido no es tomada por un fenómeno "normal", sino por más evidencia de que el país ha sido entregado a una banda de usureros cosmopolitas que se han dedicado a saquearlo. En el pasado, tales reacciones dieron pie a regímenes de control draconianos y, últimamente, contribuyeron a la demolición de un sector bancario antes considerado uno de los más fuertes de América Latina, calamidad que, es innecesario decirlo, ha depauperado a millones de personas. Mal que bien, es forzoso tomar en cuenta la actitud así supuesta, razón por la que un esquema que podría calificarse de "heterodoxo" que sea equiparable con el chileno haría mucho más fácil la eventual reinserción del país en el orden financiero internacional aun cuando sus beneficios concretos fueran limitados.
De todos modos, no cabe duda de que a la Argentina le convendría dejar atrás de una vez y para todas la reputación que la ha acompañado desde el siglo XIX de ser una especie de oeste salvaje financiero, en el que las ganancias en potencia son casi tan grandes como los riesgos, para convertirse en un país "serio", cuando no aburrido, en el que las oportunidades sean atractivas y el peligro de perder todo sea escaso. Sin embargo, para alcanzar tal meta se requerirá mucho más que un conjunto de reglas sensatas. Al fin y al cabo, a través de los años distintos gobernantes se las arreglaron para redactar muchas leyes que han sido técnicamente buenas pero que, por desgracia, fueron aplicadas con un grado de arbitrariedad reñida con el estado de derecho. Por lo tanto, un intento auténtico por seducir a los capitales "productivos" y repudiar a los meramente "especulativos" tendría que basarse en la seguridad jurídica, concepto éste que no parecen entender ni el gobierno actual ni la mayoría de los aspirantes a encabezar su sucesor. A menos que todos los inversores, tanto los nacionales como los extranjeros, tengan motivos coherentes para confiar en que la Justicia siempre basará sus fallos en el respeto por los derechos constitucionales y contractuales, ninguna ley concebible bastaría como para que el país por fin logre aprovechar las oportunidades brindadas por las cantidades colosales de dinero que día a día fluyen por las venas del sistema financiero internacional.
     
     
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