Miércoles 12 de febrero de 2003
 

Lucha desigual

 
  Ya es evidente que la oposición hasta ahora intransigente de Francia a cualquier acción militar estadounidense en Irak tiene menos que ver con la vocación pacifista de su gobierno -el que acaba de enviar tropas a su ex colonia, Costa de Marfil, sin pensar en pedir antes el permiso del Consejo de Seguridad de la ONU- o con su preocupación lógica por los contratos petroleros que ha firmado con Saddam Hussein, que con la voluntad de París de disputarle a Washington el liderazgo mundial. Desde hace muchos años no sólo el gobierno de turno francés sino también buena parte de la clase dirigente procuran frenar a "los anglosajones", sobre todo los norteamericanos, que a su juicio están colonizando el mundo con su idioma, su cultura popular y sus ideas económicas bajo la égida de la "globalización". Si bien Francia sola no se encuentra en condiciones de competir con Estados Unidos, el grueso de su clase dirigente está convencido de que podría encabezar una gran coalición mayormente europea que sería capaz de frustrar a "la hiperpotencia". Sin embargo, desgraciadamente para los franceses, con la excepción circunstancial del gobierno alemán de Gerhard Schröder, los europeos no tienen mucho interés en aceptar la hegemonía gala sobre su continente, de ahí la reacción nada amistosa de casi una veintena de gobiernos, entre ellos los del Reino Unido, Italia, España, Dinamarca y casi todos los países ex comunistas, frente a la pretensión francoalemana de decirles lo que deberían hacer. De por sí, la brecha así supuesta es bastante grave, pero lo ha sido aún más la negativa de los franceses y alemanes a permitirle a la OTAN comprometerse con la defensa de un país miembro, Turquía, contra un eventual ataque por parte de los iraquíes: de consolidarse las posiciones actuales, sería muy poco probable que la alianza militar que salvó a Europa del expansionismo soviético lograra mantenerse mucho tiempo más.
Estados Unidos ha podido darse el lujo de actuar sin prestar demasiada atención a los gobiernos de otros países porque a raíz de su magnitud demográfica, poderío militar, riqueza y dinamismo es superior a la Unión Europea en su conjunto. En cambio, Francia es un país entre cuatro de dimensiones similares y muchos otros que a pesar de ser relativamente pequeños no quieren ser tratados como subordinados: a lo sumo, con tal que disfrute del apoyo de Alemania, Francia puede influir en las decisiones de la UE. Lo que no puede hacer es aspirar a dominarla. Sus intentos de hacer pensar que "Francia" y "Europa" son sinónimos, ya han irritado a casi todos sus socios. Para colmo, el gobierno de Schröder está en problemas y la jefa de la oposición demócrata cristiana alemana ha dicho sin ambages que de haber estado en el poder su partido hubiera firmado aquella carta pública en la que Tony Blair, José María Aznar, Silvio Berlusconi, Vaclav Havel y otros subrayaban que no tenían la más mínima intención de participar de una cruzada antinorteamericana. Puesto que el éxito del proyecto europeo se ha debido precisamente al hecho de que ningún país miembro sea tan grande que pueda subyugar a los demás, es natural que las maniobras en tal sentido de Francia o del "eje francoalemán" hayan resultado contraproducentes.
En un terreno, el de la calle, la "resistencia" gala contra el predominio estadounidense podría prosperar. Por ser tan fuertes los sentimientos antinorteamericanos desatados por la "arrogancia" del "imperio", son muchos los políticos e intelectuales europeos y latinoamericanos que están más que dispuestos a aplaudir las iniciativas galas, aun cuando entiendan muy bien que, lo mismo que aquel presunto "plan de paz" conforme al cual Irak sería ocupado "pacíficamente" por un gran ejército de cascos azules que lo convertirían en un protectorado de la ONU, se basan en nada más que el deseo de incomodar a Washington. Sin embargo, para tener una posibilidad de lograr sus objetivos, los franceses tendrían que aceptar que constituyen una minoría no muy grande en una Europa en la que la mayoría, especialmente en la mitad oriental, confía más en la capacidad de los norteamericanos para protegerla, que en el muy limitado poderío militar de Francia y, lo que les parece peor aún, prefiere la cultura "anglosajona" a la gala.
     
     
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