Lunes 3 de febrero de 2003
 

Populismo puro

 
  Como el presidente interino Eduardo Duhalde entendía muy bien, sería muy poco "popular" la decisión de permitir que las tarifas de ciertos servicios públicos subieran para que recuperaran una pequeña parte del terreno perdido a causa de la inflación. Y, en efecto, no bien anunció los aumentos fue acusado de someterse a los dictados del FMI, de privilegiar a los multimillonarios extranjeros por encima de los pobres usuarios argentinos y de muchos otros crímenes de leso pueblo. Enseguida se pusieron en marcha las usinas legales de las "Defensorías del Pueblo" que, conforme a la jefa de la versión porteña, Alicia Oliveira, se han visto constreñidas a recurrir "una vez más a la Justicia para impedir que Lavagna y Duhalde golpeen los bolsillos de la gente, aumentando la luz y el gas, servicios elementales para los argentinos". Aunque fueron muchos los que de un modo u otro contribuyeron a la depauperación del país, pocos han aportado más a esta obra miserable que personajes como Oliveira que -motivados por preocupaciones sinceras o por oportunismo, da igual- trataron durante décadas de sustituir la realidad económica por sus propios deseos. Según ellos, cualquier intento, por limitado que fuera, por adecuar los precios o las tarifas de un servicio a los costos no se deberá a las circunstancias sino a la perversidad de un conjunto de malos, por preferencia foráneos, que como todo el mundo sabe quieren despojar al pueblo de cuanto aún posee. Huelga decir que si los proveedores de servicios optaran por cortar por lo sano e irse, o si por falta de inversiones y mantenimiento los servicios colapsaran, su enojo sería todavía mayor porque a su juicio es responsabilidad de las empresas correspondientes brindarlos por colosales que resultaran ser sus pérdidas.
De acuerdo con el jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, el impacto de los aumentos será escaso, "de 1,47 pesos mensuales promedio en el servicio de gas y alrededor de 2,50 mensuales en promedio para la electricidad", lo que, después de "una inflación que supera el 40%", no parece tan monstruoso como quisieran hacer creer aquellos izquierdistas y otros, como el sindicalista camionero Hugo Moyano, que esperan aprovechar en beneficio propio la muy tardía decisión oficial tratando a Duhalde como un esclavo del FMI y de otras entidades extranjeras, privadas o públicas, igualmente siniestras. Al fin y al cabo, a menos que los ingresos de las empresas de luz y gas lleguen pronto a un nivel que les permita continuar invirtiendo en el sistema y cubrir los gastos de mantenimiento, será inevitable que el país se vea frente a un proceso de deterioro que incidiría de forma sumamente negativa en la calidad de vida del "pueblo", al hacer todavía más sombrías las perspectivas ante la economía. Por supuesto que sería posible proteger al "pueblo" subsidiando dichos servicios, pero en última instancia alguien tendría que pagarlos: puesto que para indignación de Oliveira, Moyano y muchos otros el mundo exterior no está dispuesto a hacerlo, tal privilegio recaería en los contribuyentes.
El principio básico de los populistas se resume en la consigna "pan para hoy, hambre para mañana". Al "defender" por motivos netamente políticos al "pueblo" de la casi siempre antipática realidad económica, los populistas han frustrado sistemáticamente todos los esfuerzos por impulsar el desarrollo de la economía nacional. Anteponiendo su propia voluntad a los hechos y al sentido común, actúan como si creyeran que sería suficiente impedir los cambios para que nadie resultara obligado a ceder nada. Asimismo, al atribuir todas las iniciativas oficiales que no les gustan a las presiones extranjeras, se las han arreglado para convencer a muchos de que el destino del país se verá determinado no por la eficacia de sus distintas partes, sino por las vicisitudes de una guerra entre "el pueblo" y hordas foráneas que presuntamente están resueltas a aplastarlo exigiendo una política económica "sostenible", de ahí los gritos fervorosos contra el "posibilismo" y el "eficientismo", o sea, contra los intentos de mejorar un poco el desempeño de una economía que, gracias a la mentalidad populista que domina el país desde hace un siglo, ya ha logrado ubicarse entre las menos productivas y más injustas del mundo occidental.
     
     
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