Miércoles 26 de febrero de 2003 | ||
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La sangre |
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De haber vivido en la época de Moisés habría sido del grupete que terminó fundiendo un becerro de oro. Para cuando el hombre de las barbas y las tablas bajara de la montaña, yo ya hubiera organizado un festín desnudo con tambores minimalistas y bebidas lujuriosas de condimento. Me hubieran condenado en Sodoma y perdonado en Gomorra. Si Buda y la tropa orientalista tienen razón, creo que fui quemado en la Edad Media por volar con mi escoba entre las casas de París. Ayudé a construir las pirámides. Pulí con una piedra filosa un moais. Le presté mi saliva al marqués de Sade para que escribiera en las paredes de su cárcel. Me prostituí en un harem de Shangai y comercialicé armas y whisky entre los apaches y los siux. Tuve el triste privilegio de haber sido el último guerrero de una tribu en extinción. Fui Lautaro y John "Piojoso" Smith. El látigo y la espalda. El soldado romano que clavó con una lanza al redentor y la mujer que ungió sus heridas al pie de la cruz. La tinta y el papel. El alarido y el orgasmo. Todas estas vidas laten bajo mi piel. De chico no soportaba que me tomaran del cuello ni siquiera para acariciarme porque estaba seguro de que, siendo esclavo en Mississippi, un miembro del Ku Kux Klan me había ahorcado colgándome de la rama de un árbol a la sombra del cual yo solía dormir. Aun hoy reconozco que tampoco disfruto cuando me palmean la espalda los conocidos. Es que probablemente morí apuñalado a traición en la Roma de los venenos y las dagas. No intento eludir el caudaloso río del tiempo sino beberlo como se deja entrar al cuerpo un vino caro y añejo. En la tormenta y bajo el sol del verano quiero reírme entre amigos. Describir con palabras los cielos del sur. Los sexos desnudos que forman sus nubes voluptuosas. Tantas cosas ignoro que apuesto únicamente por la fragilidad de los momentos. Ninguno perdurará. Lo sé. El día en el que gozas el cuerpo de un compañero casual -y nada ni nadie es para siempre-, la noche en la que una amiga ha servido su alma sobre la mesa y la pócima que llevas encima te ayuda a descubrir nuevas constelaciones, debes reconocer, hermano, que la suerte está de tu lado. Es justo que también le dé crédito a tu voluntad. Sin embargo, los logros de la tozudez no tienen el mismo sabor de las cosas que salen así, medio improvisadas, o que ocurren porque las amas y no porque te obsesionan. No estoy convencido de que mañana vaya a poder escribir de nuevo. Ni de que el vino de esta noche no sea el último de la bodega. Respiro y compruebo mi humanidad. Tarareo la música de la vida. Bebo de la sangre de los otros y los otros se relamen con la mía. Existo para disfrutar del bello festín de los vampiros. Acepto leer lo que leo y escribo, y reconocer el señor ante el cual me postro en la madrugada pero antes pido, ruego, suplico descaradamente, que me lean su alma los que comparten mi fuego. Busco en sus historias fragmentos de la mía. Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar |
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