Sábado 22 de febrero de 2003
 

Piquillín

 
  Chapas y remaches ingleses. También inglés el diseño de Yarrow que dio forma de vapor el astillero Forrest Co, caldera alimentada con carbón de Cardiff. Era transporte de río, desplazaba 145 toneladas y armado en Carmen de Patagones a comienzos del siglo XX. De nombre le pusieron "Inacayal", quién sabe si como reivindicación, premio a la amistad, indicación de Pancho Moreno u homenaje de vencedores. Fue medio hermano con sus similares "Namuncurá" y "Sayhueque" y para navegar por el Negro hasta Choele Choel. Sucedió en 1903. El salesiano Félix Guerra había llegado en el "Litoral" al puerto maragato. Vencida la brava "barra" de la desembocadura del "río de los Sauces" y luego de estar unos días con sus hermanos de ambas orillas, la planchada de madera lo introdujo en el "Inacayal".
El pito de despedida anunció la nueva aventura náutica. Veinte tripulantes, muchos pasajeros, no alcanzaban los camarotes. Algunos pasaron noches dormitando y jugando. "El vapor en marcha, pugnando contra la corriente, subía con bastante lentitud permitiendo mirar despacio el paisaje y estudiarlo en toda su espantosa belleza. ¡Espectáculo desgarrador! Las poblaciones construidas en los parajes eminentes dejaban ver sus pajizas techumbres entre el candor de los chañares, piquillines y álamos. Las construidas en los bajos, abandonadas ya, callaban, oponiendo débil resistencia a la audaz corriente". Era el valle inundado del río Negro.
Pasó horas agradables con el comandante del vapor, Andrés Thondicke y práctico Véscovi, el rey del barco. Los cinco días de charla -fuera de los obligados rezos que imponía la sotana negra de la Pía Sociedad Salesiana- fue participativa también con el joven cordobés comisario de a bordo, el primer maquinista y el carbonero, además de varios pasajeros. Pero había uno, de gran bigote, enjuto y con sombrero negro que entregaba su mirada al paisaje costero y rehusaba contacto. Silencioso, ocasionalmente se miraban casi obligadamente en los difíciles paseos por cubierta. Aquel pasajero lo hacía con cierto ademán de desprecio. ¿Pertenecería a la cofradía de los garibaldinos masones de Patagones?
El "Inacayal" era timoneado buscando aguas dormidas, un "remanseo" como se acostumbraba decir o con fuerte viento contrario, marchar a media máquina o fondear, para evitar mayor uso del carbón venido desde tan lejos. ¡Más dependencia británica dirían nacionalistas del siglo XX!
Después de cinco días de navegación aparecieron las cuchillas de Conesa y también algunas taperas, "el tugurio pobre con paredes de lata vieja y techo de ramas". Era el fin de su viaje náutico. Visita al colegio salesiano, la atención del juez de Paz don Palmiro Payera y pernoctar en lo de Gianzotto. Desde allí en galera con el mayoral Camilo, asturiano, gorra de vasco, hasta Choele Choel para continuar a la Confluencia. Mientras, la rastrillada daba forma al incipiente camino solitario mordiendo casi el largo río. El salesiano fotografiaba su pensamiento para tiempo después escribir: "¡Qué ventaja sacará la inteligencia humana de esa voluminosa masa de agua!" En 1899 el ingeniero Cipolletti había presentado su informe sobre el tema, aunque él lo ignorara.
En Choele Choel el P. Guerra visitó al gobernador Tello en la transitoria residencia y en cercana estancia a la que concurrió para catequizar y bautizar, un joven aborigen, de labios anchos y espesos, pómulos salientes y narices abiertas, demostró desde un principio cariño y respeto por el sacerdote e interés en recibir el bautismo. De edad indefinida. No tenía ni nombre y lo conocían como "Piquillín" (*), pero al bautizarlo tuvo apellido del sacerdote y nombre del patrón, su padrino. Este, cierto día estaba dirigiendo la reparación de una balsa en el Colorado. Resbaló, cayó al agua y desapareció. "Piquillín" presenció el drama en aquel atardecer lleno de arreboles. "¡Que el patrón se ahoga!" Fue su grito. Rápido montó el zaino y se arrojó al "Primer Desaguadero" de Fackner. Los dos peones que estaban en la balsa no sabían nadar. Impotentes. Caballo y jinete se hundieron en el torbellino. Dos gaviotas graznearon asustadas. El zaino reapareció y sacudió la cabeza, pero sin "Piquillín". Su negra y larga melena aparecía y desaparecía por unos metros en la céntrica y furiosa correntada y enseguida su mano derecha como en señal de despedida final. Y lo fue. Con gritos desesperados de pocos testigos. Luego, aquella tarde norpatagónica entró en más silencio y la noche se hizo desesperanza. El patrón se salvó milagrosamente. A los tres días, bastante lejos de la balsa, un baquiano encontró el cuerpo de "Piquillín" detenido por un raigón. El pilchero que lo trasladaba parecía recibir el saludo de los silvestres piquillines a su humano "Piquillín". El pequeño cementerio de la estancia pasó a ser su nueva morada. Una oración de circunstancia del cura salesiano ante el rústico e improvisado cajón de sauce. Todos lloraron. En el cajón que servía de mesa al lado del catre de la pieza de adobe que ocupó "Piquillín", una estampita de María Auxiliadora fue el testamento de aquel muchacho nativo ahogado en el Colorado. Sin milagro.




Héctor Pérez Morando
(*) Sobre la base del relato del P. Félix Guerra, 1904.
   
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