Domingo 26 de enero de 2003
 

Trifulca de Sheffield y Williams en Ñorquinco

 

Los norteamericanos se embriagaron y se tomaron a golpes, pero juntos cometieron atropellos contra terceros. El más violento, Williams, escapó, volvió cinco años más tarde y allí mató de un balazo en un ojo al británico tendero del comerciante Agustín Pujol.

 
Martín Sheffield
-1899- cuando alborotó Ñorquinco
con una gran trifulca.
Hace 104 años, el 24 de enero de 1899, Juan J. Milher, Juez de Paz de la colonia 16 de Octubre, levantó un acta en Ñorquinco sobre la denuncia de la vecina Rosa Amelia Muñoz, dependiente del hacendado Ciro Marcus: los atropellos cometidos por dos norteamericanos pendencieros. El relato consumió al juez Milher los folios 139 y 140 y una copia manuscrita abrió el expediente 39 del legajo 7 de sumarios del Chubut. El polémico comisario Eduardo Humphreys actuó sólo a instancias del juez de paz. No había comisario en Ñorquinco cuando la denunciante escapó de la trifulca y tras largo viaje dejó un mensaje de auxilio en la lejana estancia Fofo-Cahuel. Como no tuvo eco se presentó al juez.

Las malas juntas

No era un "bandido yanqui" ni un cow-boy fuera de la ley. En los Andes patagónicos, a fines del siglo XIX, a Martín Sheffield se lo conocía como un rebelde joven, cazador y buscador de oro, buen jinete y domador, "bien parecido" y tocado por una cuidada barba a la sombra de su aludo sombrero. De andar rítmico -que hamacaba su Colt a la cintura- o sigiloso de a caballo -siempre tordillo-, armado a Winchester (como posó para la fotografía que ilustra esta página), solía tentarse hacia picardías y era el alborotador de toda juerga. Proclive a las bravuconadas y a las apuestas basadas en su puntería, caía en "las malas juntas". Su talismán era una estrella de sheriff por la que presumía un pasado "dentro de la ley". Más que sus armas, los pingos y los perros falderos, esa estrella fue su tesoro que, presintiendo su muerte (en 1932), cedió a su hija mayor (últimamente la detentaba un familiar residente en Bariloche).
Tres décadas atrás fotografié esa estrella policial de Texas prendida en el pecho de María Sheffield -la primogénita de Martín- cuando la entrevisté en el valle del Azul, próximo a El Bolsón y ella me vendió el último rifle de caza de su andariego padre. Ocurrió inmediatamente después que depositó unas flores en la tumba de su madre, la aborigen María de los Santos Pichún, en el cementerio de El Bolsón: había muerto poco tiempo atrás ya que sobrevivió varias décadas viuda del norteamericano.
Sheffield todavía era soltero cuando hizo la mala junta con Charles H. Williams, un buen buscador de oro pero de malos antecedentes y una precipitada salida de los Estados Unidos para evitar rendir cuentas. Cuando los dos norteamericanos bajaron de su Klondike lugareño, armados y con las maletas de Williams mortificando los costillares de un pilchero (preveía un largo viaje), las pepitas de oro -en pequeños frascos que llevaban en el bolsillo de sus respectivas camisas- tintineaban como para presagiar una inmediata libación y juerga tormentosa. Hacía cinco años que Sheffield esperaba la aprobación -nunca lograda- a su formal petitorio del 28 de marzo de 1894 ante las autoridades del Chubut para catear un terreno aurífero sobre el arroyo Lepá. La indolencia de los burócratas solía empujar a ciertos recurrentes a caer en la vida furtiva y por esa razón, entre otras, la distante Patagonia se poblaba de perfiles temibles.
Esa tarde del 15 de enero de 1899, el raleado caserío que era Ñorquinco parecía un pueblito fantasma. Ya funcionaba la tienda de ramos generales del acaudalado comerciante Agustín Pujol, también con comercio en Gastre, mitad de camino donde atender a viajeros de a caballo o de caravanas de carros que trillaban el sendero entre Puerto Madryn y las cordilleras, a donde se llegaba previo paso por la estancia Fofo-Cahuel de los ingleses.
El Ñorquinco rionegrino -por diferenciarlo del neuquino o del Ñorquín, también de Neuquén, como solían confundirlos los diarios porteños- tenía boliche pero carecía de hotel. La gentileza vecinal de hospedar forasteros constituía la solución para pasar la noche. Por entonces, los vecinos más sólidos -y con mejor cama- eran Agustín Pujol, ya aludido, y Ciro Marcus, hacendado. También se recurría a Hernán Krausse, Higinio Arancibia, Pascual Zabalera, Manuel Zabalza y Juan Meli. Eran los más prestigiosos por lo menos hasta 1903 en que llegó el telégrafo y M. Espinoza fue el encumbrado jefe de la oficina; o bien hasta que Severiano Britos logró ser comisario, cuando lo agasajó el gobernador Julio B. Lezana del Chubut en su gira de 1904. El paso de ese gobernador por Ñorquinco (el 18 de febrero de ese año, día de gran agitación) fue un paréntesis en su marcha al Nahuel Huapí, belleza también fuera de su jurisdicción -como Ñorquinco- pero imperdible. Lo acompañaron el aludido Brito, Agustín Pujol, Hernán Krausse, Julián Vicente, Carlos Foresti y el salesiano padre Mignone.

Se desata el drama

Pero aquel crepúsculo en que Sheffield y Williams se emborracharon copiosamente, el martes 15 de abril de 1899, Ñorquinco tuvo otro tipo de alboroto. Los dos norteamericanos, discutieron, pelearon, pero enfilaron para lo de Ciro Marcus, ausente de la casa. Entraron -de todos modos- con prepotencia para hospedarse a pesar de la oposición de Rosa Melia Muñoz. Esta empleada sabía que nada de lo que hicieran esos prepotentes alcoholizados en las próximas horas sería honroso, pero aceptó guardar un sombrero aludo y la medalla de sheriff que le dio Sheffield (le encargó le hiciera fundir una estrella igual a la que le entregó, quizás para que la luciera su compinche) mientras que Williams le encargó guardar su sombrero y un revólver fuera de uso. Enseguida los norteamericanos volvieron a beber y se trenzaron a los bofetones, trompadas y puntapiés.
La reyerta se calmó entre alcoholes y sueño. Sheffield se fue a la cama. Charles Williams, molesto, montó a caballo y partió a hospedarse a lo Pujol. Nadie podía calcular que ese mismo Williams, cinco años después, en el mismo lugar, mataría al dependiente de la tienda de Pujol de un balazo en un ojo. Pero esta vez estaba menos desesperado, aunque durmió poco, se levantó temprano y volvió a lo Ciro Marcus. Eran las 10 de la mañana del 16 -según el sumario- cuando hizo un disparo al aire antes de desmontar (lo que prueba que el alcohol todavía le dominaba) y muy pronto desataría la reyerta criminal.
Sheffield dormía poco antes que Manuel Pichilef, el ovejero chileno de Ciro Marcus -de 38 años, soltero- decidiera salir de "las casas" para ver la majada. Se preparaba para hacerlo cuando Williams y Sheffield ya estaban en la cocina. Cuando volvió al mediodía, como lo contó luego en el sumario, "Sheffield me preguntó por su sombrero y como le contesté que no sabía nada... agarró un látigo y con el cabo me acometió a garrotazos...". En la cocina también estaba la señora Muñoz, que amenazada por Sheffield, huyó. El ovejero de Marcus, ante semejante golpiza, corrió a la puerta pero allí le esperaba Williams que también lo golpeó. Luego agarró un hacha (de 15 centímetros de filo) y alcanzó a darle un golpe que le abrió una herida en la espalda mientras corría. Pichilef siguió su carrera herido y se desbarrancó por un arroyo donde quedó escondido. Luego escuchó cómo lo buscaban por un trigal vecino, pero se fueron.
Cuando empezó la trifulca y la señora Muñoz escapó, tampoco estaba el capataz chileno Francisco Guaiqui para ayudarla. Pichilef pasó toda la noche del 16 hasta la 3 de la mañana en el arroyo y se volvió maltrecho "a las casas" pero se tendió en una "ramada". No había amanecido el 17 de enero y ya la turbación alcohólica de los norteamericanos había pasado. Volvieron en penumbras esa madrugada a lo de Marcus, tendieron una cama para el herido y le hicieron la primera cura en la herida de la espalda. Esperaron el amanecer y Williams montó a caballo y se fue. A las 8 lo hizo Sheffield hasta lo de Pujol y regresó "diciendo que ese señor me daría todo lo que fuera necesario para la herida y asistirme...", confesó más tarde Pichilef. Sheffield partió para El Maitén. Quizás se vería a escondidas con Williams mientras los buscaban para el sumario, antes que este último fugara a Chile. Faltaba la actuación policial y el desarrollo del curioso sumario.

Curiosidades

• El 27 de enero de 1905 salió de Conesa para Choele Choel el vapor Sayhueque en el que viajaba el jefe de la escuadrilla comandante Irizar (cuestionado como toda la oficialidad que en 1892 se salvó del hundimiento de la Rosales pereciendo la marinería y que compensó su imagen con un salvataje antártico). La bajante del río parecía impedir la continuidad de a bordo.
• En el viaje del Sayhueque un corresponsal de El Diario a bordo del vapor cablegrafió: "Tuve ocasión de hablar extensamente con el señor Irizar quien me aseguró que su viaje sólo respondía a estudiar el estado de la bajante del río a fin de darse cuenta si es posible la navegación en esta época de máxima bajante y todo lo que dificulte la navegación en este estado. Sólo dos comandantes habían inspeccionado al río en su mayor bajante (el otro fue el comandante Albarracín).
• Las bajantes del río Negro trajeron muchos problemas, no tan graves como las inundaciones. Una de esas bajantes impidió remontarse hacia la cordillera al primer gobernador de Neuquén, Manuel Olascoaga y a todo su gobierno, que funcionó por casi medio año en Carmen de Patagones.

(Continuará)

fnjuarez@interlink.com.ar

   
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