Domingo 12 de enero de 2003
 

Sobisch y el efecto bumerán

 

Por Héctor D"Amico (*)

  Por estas horas el gobernador Jorge Sobisch debe haber comprendido que hay muchas formas de apagar un incendio. También debe saber que ni él ni su gente de confianza han elegido la mejor estrategia para hacer frente al escándalo de un supuesto intento de soborno tan cercano a su figura y al atropello que su gobierno puso en marcha contra el diario "Río Negro".
El episodio de las cámaras ocultas en Neuquén, muy a su pesar seguramente, ha alcanzado ya dimensión nacional. Al mismo tiempo, ha hecho sonar alarmas en todos los organismos nacionales y del continente que se ocupan de defender la vigencia de la libertad de prensa, es decir, el derecho a que la gente, en este caso los habitantes de Neuquén y de Río Negro, pueda estar informada por medios independientes.
Lo que sin embargo el gobernador Sobisch y sus asesores no terminan de comprender es que al quitarle la publicidad oficial al diario Río Negro, al intentar someterlo con el argumento prepotente y caudillesco del ahogo económico, están en definitiva pisoteando el derecho de decenas de miles de personas que, dicho sea de paso, en muchos casos no sólo son sus gobernados, sino también sus propios votantes.
Es posible que ante los hechos consumados, ante las duras -y comprensibles- críticas que le llueven desde entidades como la Sociedad Interamericana de Prensa (léase más de mil diarios y periódicos de todo el continente), ADEPA y ADIRA (estas últimas agrupan a prácticamente toda la prensa gráfica de la Argentina), el gobernador Sobisch se sienta tentado a describir la situación que él mismo ha provocado como una suerte de reacción corporativa de periodistas que salen en defensa de un colega en problemas. Si ése es el caso y el gobernador Sobisch actúa en consecuencia, es decir, presentándose y actuando como una suerte de supuesta víctima de los medios de prensa, estará echando un nuevo balde de nafta al incendio. Sería una grosera distorsión de los hechos. La nueva audiencia que ha conquistado el último escándalo de Neuquén es mucho más vasta de lo que él hubiese imaginado y está dispersa en una geografía tan amplia que, para ponerlo en términos muy prácticos, resulta imposible de manipular o de amedrentar.
No es acorralando al mensajero, en este caso un diario que en sus noventa años de vida ha soportado más de un apriete de gobiernos civiles y militares, como un funcionario prueba su inocencia ante la opinión pública. Por lo menos no en una democracia, aunque se trate de una democracia imperfecta y titubeante.
La presión económica ejercida sobre el diario Río Negro para que este y sus periodistas se hagan los distraídos, nada menos que ante un supuesto caso de soborno, encierra otro hecho que, no por reiterado, deja de ser escandaloso. Y es la natural arrogancia con la que un alto funcionario se siente con derecho a manipular el destino de avisos oficiales, es decir, de fondos públicos, en su afán por doblegar la voluntad de un diario que decidió no militar en la prensa adicta.
Resulta difícil imaginar de qué manera esta arbitraria asociación del dinero público con los problemas de imagen del gobernador de turno puede aportarles algún beneficio a los contribuyentes de Neuquén.


(*) Secretario general de Redacción del diario "La Nación"
   
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