Domingo 26 de enero de 2003
 

La guerra interminable

 
  La interna peronista consumió durante la semana buena dosis de la energía oficial. El propio Eduardo Duhalde invirtió horas y horas en el tema y, hasta llegó a abrir las puertas de la residencia de Olivos para terminar de disciplinar a su tropa.
La consolidación del apoyo duhaldista a la postulación de Néstor Kirchner provocó cimbronazos en los diversos sectores del PJ, obligó al menemismo a replantear su estrategia y terminó de evaporar la candidatura de José Manuel de la Sota que ahora buscará, nuevamente, refugio en su provincia.
Pero ese esquema inicial, gestado a principios de semana, comenzó, rápidamente, a enrarecerse aún más, con la apuesta duhaldista de eliminar en un congreso nacional partidario las internas del PJ para reemplazarlas por el polémico mecanismo de los "neolemas".
Con el rigor de la jugada oficial sobre sus espaldas, el menemismo acudió a la Justicia y, por unas horas, encontró cobijo en un fallo de la jueza María Romilda Servini de Cubría, en el marco de un trámite celerísimo, deseable no sólo para la política, sino para las miles de causas que duermen en los cajones de los tribunales nacionales.
Pero, la obsesión de Eduardo Duhalde por eliminar las internas pudo más. La decisión de Cubría fue apelada y el congreso del partido anuló las internas durante las deliberaciones de Lanús. Y fue más allá, facultó a la Comisión de Acción Política a ungir una "fórmula oficial" del peronismo, en caso que interferencias judiciales pongan en riesgo la participación de tres de sus candidatos directamente en la elección general. Así, el peronismo ingresó en la playa de estacionamiento de la fractura partidaria.
Una situación derivada, obviamente, de la guerra Menem-Duhalde que, desde hace una década tanto el presidente como el ex se empeñan en no saldar.
Tanto uno como el otro renegaron contra el slogan hueco "que se vayan todos", pero no han hecho casi nada como para que el ciudadano piense mejor de la dirigencia política en general y de sus respectivas figuras en particular.
La irresponsabilidad parece primar en uno y otro sector, donde la máxima "primero la Patria, después el Movimiento y, por último los hombres" está "covenientemente" archivada. ¿Hasta qué punto Duhalde -consagrado Presidente de todos los argentinos por una Asamblea Legislativa- y Menem tienen derecho a mantener en vilo a los argentinos?
¿No habrán aún tomado nota de que sus actitudes perjudican directamente al país -ya no a un sólo partido-, le agregan incertidumbre, imprevisibilidad y una fuerte y peligrosa dosis de subdesarrollo político? ¿No percibirán que la gente -sean peronistas o no- rechaza las peleas salvajes entre los dirigentes políticos, a quienes les reclaman, entre otras cosas ideas, honestidad, transparencia y trabajo?
La Argentina ya no está para batallas Menem-Duhalde o Terragno-Moreau. La tarea de reconstrucción del país demanda generosidad política, consensos amplios e ideas nuevas. No es el camino elegido por Menem y Duhalde -que podría terminar en la Corte Suprema de Justicia- el que sacará a la República de la postración en la que se la ha sumido. (DyN)

Darío Del Arco

   
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