Miércoles 29 de enero de 2003
 

La ciudad utópica no es lo que parece

 

Por Emiliano Andrés Tognetti

  El Campamento de la Juventud" del Foro Social Mundial (FSM) fue imaginado por algunos como una suerte de ciudad utópica, la posibilidad de soñar en tiempo real que otra forma de convivencia es realmente posible. Pero casi 30.000 personas en un predio saturado de almas no pudieron sino reproducir buena parte de los malestares de las grandes urbes.
Tivha Hertz, una estudiante de Física de la Universidad Fluminense, en Río de Janeiro, llegó al campamento el día 22, horas antes de que el FSM se inaugurara oficialmente. A mi alrededor había carpas, pero a varios metros de distancia. Salía, caminaba de lo más tranquila, sin pisarle los talones a nadie", recuerda.
Dos días más tarde, fue como si le hubieran construido un edificio delante de la entrada de su carpa. A Tivha se le terminó la escasa panorámica. Peor: apenas se podía mover por un corredor de medio metro. La densidad era tal que la experiencia comunitaria empezó a parecerse a la de una gran barraca de plástico o tela. Sólo la alegría de participar en la cumbre antiglobalización -y su invitación a resolver de manera informal los contratiempos cotidianos- podía superar las crecientes incomodidades.
Unas 150 duchas habían sido instaladas para que los habitantes del campamento se bañaran. A veces, llegar hasta allí es una proeza", dijo Sergio, estudiante peruano, con una cuota de exageración.
No siempre es así, señalan otros. Las colas para llegar hasta las duchas en horas de la mañana -después de la fiesta sin interrupciones y la vigilia, de los amaneceres compartidos y las febriles discusiones políticas bajo las copas de los árboles- podían emular a las de las filas de ómnibus en una hora pico.
El predio reprodujo en miniatura mucho de los hábitos de los espacios urbanos que crecen a ritmo vertiginoso. La cuestión de la seguridad, por ejemplo, no pudo estar al margen, a pesar de las invocaciones comunitarias que incluyeron hasta el proyecto -finalmente inviable- de crear una propia moneda de circulación restringida. A las mujeres se les instruyó claramente que no debían caminar solas por el Parque Mauricio Sirotsky Sobrino, lindante con el campamento.
Para frenar la ola inicial de robos, los acampantes se inclinaron por la autogestión y organizaron rondas de vigilancia. A su vez, unas 115 personas de una agencia de seguridad privada y 60 integrantes de la Policía Montada de la Brigada Militar patrullaron el área que los circundaba.
Al final, el promedio de robos diario fue escaso: unos 10 por día. El criterio de responsabilidad terminó imponiéndose aunque a veces, como contó Roberto Nascimento, estudiante de Ciencias Sociales de la Universidad Estadual de Río de Janeiro, para evitar malas sorpresas se bañaba con sus documentos y su cámara fotográfica, bien protegidos por una bolsa de plástico. El crecimiento de la población "impactó también en la provisión de productos higiénicos orgánicos, exigidos para los baños ecológicos. Cristina Dutra, del Centro de Educación Ambiental que comercializa esa línea de artículos, se quedó sin jabón al segundo día del FSM. El papel higiénico también empezó a escasear y no faltaron los pícaros que quisieron venderlo en una suerte de mercado negro".
"En parte, todo esto era previsible. Si aumenta de esta forma la cantidad de personas no pueden sino aumentar los problemas de gestión", evaluó Everton Rodríguez, miembro del comité de organización del campamento.
"Otro mundo es posible" es la consigna del FSM de adhesión espontánea entre los acampantes. Sí, pero la próxima vez durmamos más espaciados: no quiero escuchar roncar a nadie más", insistían algunos quisquillosos. (DPA)
     
     
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