Viernes 24 de enero de 2003
 

La adicción al consumo: un problema para tener en cuenta

 

Por José Luis Laquidara (*)

  Probablemente el acceso al consumo de bienes y servicios sea considerado uno de los elementos constitutivos de la calidad de vida, indicador de satisfacción, poder y hasta exhibicionismo en algunos casos.
En cierto contexto económico y social puede convertirse en el "modo de vida" adecuado a los niveles exigidos para sentirse "incluido" en determinado estrato o círculo social. En otros, puede convertirse en un verdadero privilegio entre pares, en circunstancias recesivas o de depresión de la economía.
El cariz que es posible que hayamos pasado por alto, ya adentrados en una hipótesis de acceso real al consumo por parte de quienes cuentan con los medios para hacerlo, es el de los aspectos del comportamiento relacionados con la conducta de compra, que habiéndose estudiado desde principios del siglo XX han recibido denominaciones de compra compulsiva, consumo compulsivo, consumo adictivo, compra adictiva o adicción a la compra, compra incontrolada o compra patológica, entre otros.
Las numerosas investigaciones efectuadas en países con mayores grados de consumo per cápita, requieren nuestra atención ante las nuevas realidades que se han incorporado a nuestro mercado local, más allá de las cuestiones coyunturales que puedan afectarlo actualmente.
Existe un sector de la población que accede sin mayores inconvenientes al consumo de bienes y que no está sometido a las rigurosas variables que afectan a algunos estratos sociales de menores recursos. Ello no obstante, se ha demostrado que tales condiciones no son excluyentes de las posibilidades con las que cuenta toda la población para convertirse en adicta al consumo, con las consecuencias que tal situación produce.
Se ha dicho que "la compra compulsiva es una propensión adictiva y/o un rasgo compulsivo y surge de motivos persistentemente asaltantes, repetitivos para comprar (o realizar el ritual de compra), que pueden ser o no irresistibles y que pueden ser o no placenteros o aliviadores, pero que fundamentalmente son perturbadores del funcionamiento normal". Si observamos esta definición, que data de 1991, veremos que no está dirigida a un sector particularizado de la sociedad sino a quienes por determinadas razones convierten a las compras en una adicción.
Los distintos perfiles del problema han permitido abordarlo desde numerosos aspectos, tanto médicos como económicos, pero en este caso sólo se apunta a plantearlo como una hipótesis demasiado común, que genera conflictos de diversa índole.
Desde la antigüedad, las personas hemos tenido que satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, habitación, que con la modernidad fueron incorporando elementos que tornaron más compleja la tarea. Ahora no sólo es necesario comer, sino que debemos "comer sano", en forma "balanceada" para que no engordemos; también debemos estar limpios, pero además perfumados, con esencias que pueden ser carísimas.
Nuestras casas deben contar con los últimos avances tecnológicos y nuestra vestimenta debe ser de las mejores marcas, bajo apercibimiento de "quedarnos afuera" de los niveles exigibles para lucirnos.
Si a todo esto le sumamos la acción permanente de la publicidad y los medios masivos de comunicación, observaremos cómo a cada intención de satisfacer nuestras necesidades básicas se le sumarán los "compre", "vea", "tome", "sienta", que nos llevarán casi inexorablemente a un destino no deseado: el consumismo.
Estos deseos naturales de consumir, ya que todos quisiéramos tener cosas porque las necesitamos o simplemente porque las deseamos, pueden convertirse en obsesiones que en algunos casos es posible que escondan trastornos serios. En la opinión de psicólogos y psiquiatras, existen explicaciones para este problema que van desde la falta de autoestima, la vulnerabilidad o insatisfacción con uno mismo y la disminución de los niveles de serotonina en el cerebro -preferentemente en personas que van de los 18 a los 45 años- hasta la existencia de patologías muy severas.
Otras consecuencias no menos perjudiciales pueden sobrevenir a la adicción a la compra, tales como el endeudamiento excesivo, la iliquidez, pérdida de trabajo, abandono de responsabilidades afectivas y económicas y hasta la ruptura del núcleo familiar.
Sólo enunciar consecuencias como las señaladas debería llamarnos a reflexión; si así no fuera, tengamos en cuenta al menos algunos datos recientes que se relacionan con los consumidores europeos, a quienes a menudo emulamos: una tercera parte de los consumidores adultos presenta un elevado nivel de adicción al consumo irreflexivo e innecesario; el 34% de los adictos al consumo son mujeres entre los 25 y los 50 años de edad; el 36% de los consumidores compulsivos se muestra insatisfecho con su aspecto físico; los niños influyen en cerca del 30% en las compras que hacen los padres y las principales preferencias de los europeos son ropa, electrodomésticos, joyas y comida.
En el convencimiento de que esta adicción debe ser respetada como se merece y sin perjuicio de que las consultas con profesionales y grupos de autoayuda pueden permitirnos "saber qué está pasando" en casos que conviene diagnosticar y tratar, podríamos anotar lo siguiente en un papel y llevarlo con nosotros:
* Cada vez que compre algo cuestiónese si realmente es una necesidad o si sólo es un capricho: pregúntese cuál es el beneficio real que le traerá esa compra.
* El relajamiento y la meditación activan sustancias como las endorfinas, que ayudan a tranquilizar el cerebro y permiten pensar con más "frialdad" a la hora de comprar.
* Mantenga una actitud crítica ante los mensajes publicitarios y analice los pro y los contra antes de tomar una decisión de compra.
* Instruya a niños y jóvenes a ser consumidores responsables y autocontrolados.
* No abuse de las tarjetas ni de compras a crédito, ya que a la larga puede tener una mala experiencia.

(*) Coordinador del Sistema Nacional de Arbitraje de Consumo de la Secretaría de la Competencia, la Desregulación y la Defensa del Consumidor
     
     
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