Martes 21 de enero de 2003
 

Capitalismo y democracia

 

Por Mario Teijeiro (*)

  En un artículo recientemente publicado en el New York Times, el profesor Amy Chua argumenta que "una paradoja central de la globalización es que la combinación de un capitalismo liberal y elecciones libres puede crear inestabilidad política y económica". Utilizando el ejemplo de Venezuela, sostiene que "los mercados concentran riqueza en las manos de una minoría que domina los mercados, mientras que la democracia aumenta el poder político de la mayoría empobrecida", que es fácil presa de políticos demagogos para causas nacionalistas y distribucionistas (léase Chávez). Este conflicto tiene potencialmente una dinámica perversa, ya que la llegada al poder de gobiernos populistas democráticamente elegidos ahuyenta el capital y trae más pobreza. Su sugerencia es que "hay que encontrar fórmulas para distribuir los beneficios de la globalización más allá de las minorías que dominan los mercados y sus socios extranjeros". Si esto no se logra, "los mercados y la democracia continuarán chocando".

Un diagnóstico superficial

El conflicto denunciado por Chua no es nuevo en Latinoamérica. Por lo general se resolvió sacrificando las libertades económicas o las libertades políticas. El siglo pasado está plagado de ejemplos de alternancia entre democracias populares antimercados (Perón, Alfonsín, Chávez) y gobiernos militares (aparentemente) promercados. Fue recién a fin de siglo donde aparecen los intentos de conciliar democracia y políticas de mercado: Cardoso en el Brasil, Menem en la Argentina y los gobiernos de la Concertación Democrática en Chile, son los ejemplos más relevantes. Pero las experiencias no fueron igualmente exitosas. Mientras en Chile fue posible conciliar la democracia con el crecimiento económico y progresos aceptables en materia de distribución del ingreso, la experiencia capitalista argentina terminó en un colapso económico y social, y el Brasil tuvo, hasta ahora y en el mejor de los casos, un resultado mediocre.
El problema de la tesis de Chua es su superficialidad. Su supuesto básico es que todas las "políticas de mercado" son iguales, concentran la riqueza en pocas manos y empobrecen a las mayorías. No reconoce diferencias entre implementaciones buenas y malas de una economía de mercado. Lo que conduce a la concentración de la riqueza y a un empobrecimiento de las mayorías es un capitalismo "trucho" como el que adoptamos durante los "90 (y que adoptó con aun mayores defectos la mayoría de los golpes militares latinoamericanos "pro mercado" del siglo pasado, con la excepción del golpe en Chile de 1973), basado en la irresponsabilidad fiscal, el endeudamiento externo y el reparto de prebendas a través de privatizaciones monopólicas y protecciones de todo tipo. El contraejemplo de Chile es sobresaliente. La única manera realista de crecer y al mismo tiempo "distribuir más equitativamente los beneficios de la globalización", es adoptar un capitalismo competitivo y fiscalmente responsable, evitando que la renta se desperdicie en clientelas políticas que viven parasitariamente del Estado y que se concentre en manos de capitales (nacionales o extranjeros) prebendarios.

El nuevo intento distribucionista

Sin embargo, lo que está ahora en marcha en el Brasil y la Argentina es un nuevo intento de conciliar una democracia distribucionista y nacionalista con la globalización. Este populismo "aggiornado" procura encontrar un sendero a través del cual eso sea posible. Las limitaciones son enormes. Ya quedó atrás la fantasía de los déficit financiados con emisión monetaria. Ahora lo reemplazó el convencimiento de que la hiperinflación voltea a cualquier gobierno. Esto es lo que explica la sorprendente ortodoxia fiscal del gobierno de Duhalde durante el 2002. Contrariamente a sus antecedentes populistas, prefirió (acertadamente para él y para nosotros) congelar los salarios y jubilaciones públicas aun frente a un aumento del 75% de la canasta familiar, antes que arriesgar el caos hiperinflacionario.
También quedó atrás la fantasía de distribuir sobre la base de déficit públicos financiados con endeudamiento. La experiencia de los 90 fue suficientemente aleccionadora como para convencer que las estrategias de atraso cambiario financiado con endeudamiento externo, son insostenibles. Esto es lo que explica la sorprendente adhesión de un gobierno populista a la devaluación y al dólar alto, a pesar de lo que esto significa en cuanto a caída del salario real y reducción del mercado interno.
Entonces, ¿qué márgenes quedan para que el distribucionismo y el nacionalismo del siglo XXI convivan con la globalización? Parte de la expectativa está centrada en la renegociación de la deuda externa y de los contratos con empresas privatizadas. Esto es necesario, pero no es suficiente: hoy la deuda no se paga y las tarifas están congeladas, pero ninguna de estas dos medidas ha impedido los dramáticos aumentos en la pobreza e indigencia. Revertir la actual situación distributiva requeriría de otras políticas. La esperanza la tienen puesta en el aumento del rol distributivo de los impuestos y el gasto público y en una reindustrialización que aumente el empleo y el salario. En el primer caso, el instrumento sería un aumento del gasto social financiado con menor evasión y más impuestos a los altos contribuyentes. La reindustrialización vendría de la mano de la devaluación del peso y del mantenimiento de la protección arancelaria, fortaleciendo el Mercosur y resistiendo iniciativas como el ALCA.
Con un populismo "aggiornado", que respete equilibrios monetarios y fiscales mínimos, una nueva experiencia distribucionista en Argentina no terminará en un caos económico cercano. La perspectiva más probable será la de su agotamiento gradual por falencia en producir resultados económicos aceptables, producto de su incapacidad de generar confianza para la inversión, de su insistencia en restaurar un mayor gasto público ineficiente financiado con más impuestos y de su rechazo a una apertura comercial en serio.
Entonces, ¿hacia dónde vamos?
¿Será posible conciliar a mediano plazo democracia con un (verdadero) capitalismo de mercado, como lo han logrado los chilenos? O por el contrario, ¿seremos presa del pesimismo del profesor Chua, que augura un conflicto permanente e inestable entre democracia y capitalismo?
La visión optimista es que estamos en un proceso de aprendizaje que eventualmente derivará en la conciliación de la democracia con un genuino capitalismo de mercado. De la misma manera que la dirigencia y la opinión pública aprendieron de la necesidad de la disciplina monetaria primero y ahora de la disciplina fiscal, con el curso de la próxima experiencia experimentará una desilusión con las políticas proteccionistas y distribucionistas que hoy están rehabilitando. A la (negativa) experiencia interna habrá que sumarle el peso de un mundo que continúa ofreciendo oportunidades para un crecimiento acelerado y sostenible a través del comercio y el ejemplo exitoso de los países que adhieren a esas oportunidades. El rechazo internacional a los regímenes de facto también ayudaría para que la transición política se realice (a diferencia de Chile) dentro del sistema democrático.
La visión pesimista es que nuestras limitaciones culturales son demasiado grandes para aprender de las experiencias negativas. Por otro lado, la resistencia de nuestra dirigencia política, empresaria y sindical al liberalismo económico sería demasiado fuerte como para poder evolucionar hacia un capitalismo competitivo. Si así lo fuera, en el mejor de los casos tendríamos que resignarnos a la mediocridad económica y a una política "mafiosa", cuyo mérito central sería su capacidad de "comprar" la protesta social a través de clientelismo y políticas asistencialistas. En el peor de los casos, la incapacidad de generar crecimiento y de corregir los problemas de pobreza e indigencia crearía un ambiente propicio para la inestabilidad institucional (dentro o fuera del sistema democrático), que derivaría en gobiernos que adopten medidas expropiatorias y aislacionistas más radicales. Sin el petróleo de Venezuela, ni la importancia estratégica de Turquía, a nadie le importarían nuestros infortunios, sino como ejemplo de lo que no hay que hacer.
Mi capacidad de imaginación y predicción llega hasta aquí. Le dejo al lector elaborar su propia conclusión sobre el escenario más probable de mediano plazo.

(*) Presidente del Centro de
Estudios Públicos
http://www.cep.org.ar
     
     
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