Martes 14 de enero de 2003
 

Asambleas barriales con asistencia social

 

Por Mabel Bellucci

  Muchas de las asambleas barriales de Buenos Aires están organizando emprendimientos de asistencia social a través de ollas populares, merenderos, comederos. Esta fase actual deviene como factor de primer orden, direccionada a paliar la pobreza extrema creciente que recorre por las noches las calles porteñas.
A lo largo de su trayectoria, el movimiento asambleario se entrecruzó en coalición con otros frentes políticos -fábricas y establecimientos autogestionados por obreros; movimiento piquetero; estudiantil y ahorrista; entre otros tantos-. Pese a su espíritu expansivo y multiplicador, pendía aún vincularse con un nuevo colectivo que se desplazaba de manera silenciosa revolviendo basura y juntando cartones a espaldas de las asambleas, en tanto que simultáneamente compartían el mismo espacio urbano.
Pasada la exaltación del febril verano del 2002 y de acuerdo con las condiciones de cada barrio, determinadas variables del escenario macropolítico no resultaron menores a la hora de analizar el presente de las asambleas. Comenzaron a transitar un cierto repliegue en su visibilidad pública, con una deserción significativa de sus integrantes y también el abandono de los lugares abiertos para refugiarse ante la llegada del invierno.
Las asambleas al reflejar la dimensión del conflicto social y político atravesaron momentos oscilantes. Así, la baja del grado de protestas incidió sobre su dinámica, sin desconocer que su pliegue hacia adentro también podría responder a un proceso de mayor necesidad organizativa.
Los partidos de izquierda tradicionales se retiran de muchas de ellas para volcarse de lleno hacia piqueteros y estudiantes universitarios en conflicto, así como centran sus fuerzas en el rodeo electoral. Es posible que esta situación haya aquietado la confrontación política que dinamizaba el debate por más que estas mismas organizaciones, en un pasado reciente, provocaron irresponsablemente fuertes fisuras y rupturas en el interior de dicho movimiento.
De alguna manera, la crisis de la organización Autodeterminación y Libertad -espacio político nacido al calor del 19 y 20 y consustanciado con las premisas fundacionales de la horizontalidad y la democracia directa- podría entenderse a la luz del reflujo asambleario.
A aquellas asambleas que no concretaron proyectos de más largo alcance, tal como fue la recuperación de locales abandonados, les quedaban dos caminos: desaparecer o cambiar su sentido. Un número cuantioso eligió esta última opción: armar, con sus más y sus menos, estrategias asistenciales, con los riesgos que ello implica de instalar viejas modalidades junto con nuevas prácticas. En esta dirección se podría caer muchas veces de manera involuntaria en replicar modos tradicionales de atención a los sectores marginales como los utilizados por parte del Estado, la Iglesia y del peronismo.
En la Argentina actual, la vasta estructura y la red social de la Iglesia pudieron rivalizar con el viejo orden keynesiano, en cuanto a su carácter benefactor hacia los grupos más desposeídos.
En tanto el peronismo, al perder de forma estrepitosa su densidad social, desplazada hacia los frentes piqueteros que disponen de una estrecha vinculación con agrupaciones del amplio espectro de la izquierda, se fue integrando al incipiente y disperso movimiento de cartoneros.
A mi entender, las asambleas que atraviesan por esta experiencia se encuentran ante un gran desafío: devenir el asistencialismo en un espacio de participación, contención y resistencia activa para que las condiciones materiales de la vida no se transformen en el único eje motivador de ese emprendimiento que, si bien es necesario, no resulta suficiente. Ese devenir significaría ponerle palabra a la acción, inscribirla en el territorio político. Si las asambleas sólo se circunscriben a la acción asistencialista, quedarían entrampadas en una suerte de maternalización de la política o feminización clásica de la política.
La división sexual del trabajo y el modelo de familia patriarcal conlleva obligaciones consigo. Las mujeres en su condición biológica de madres -territorio vivido como propio que brinda un fuerte sentimiento de pertenencia y una identidad subjetiva y social- desplazan esa función a los lugares destinados al cuidado de las franjas más vulnerables y necesitadas de la sociedad. Al enfrentarse con situaciones donde la puesta a intervenciones benéficas es central, su saber cotidiano y su vivencialidad privada de la maternidad juegan como caudales íntimos que serán aplicados en escenarios colectivos dirigidos a cumplir sólo con dichos fines.
Por último, un dato que no puede soslayarse es la significativa participación femenina en estos nuevos emprendimientos, en los que se imponen replicar los roles más tradicionales de las mujeres, esos mismos que tuvieron oportunidad de flexibilizarse durante el momento de mayor protagonismo público de las asambleas.
     
     
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