Miércoles 8 de enero de 2003
 

Elecciones 2003: a propósito de
una alternancia en el poder

 

Por Gabriel Rafart (*)

  La clase política no aprende. Los partidos políticos cuando se encuentran en la oposición tampoco están deseosos de entenderse con el pasado. Y menos cuando ese pasado reciente dejó amargas lecciones. Es que algunos de esos partidos al obtener una cuota de poder creen haber asaltado el cielo.
Hablemos del panorama electoral pensado para los comicios del año entrante. La mayor parte de las fuerzas políticas que el público considera oposición a la larga permanencia del Movimiento Popular Neuquino parecieran iniciar un camino novedoso en la historia de las elecciones provinciales. Frente, alianza, coalición electoral, candidaturas comunes, no importa el nombre del nuevo animal político. Lo cierto es que con ello se pretende anidar una exclusiva voluntad política: arrebatarle la titularidad del Ejecutivo al partido provincial más exitoso de la Argentina contemporánea.
Insistimos, la alquimia proyectada contiene una sorprendente falta de consideración hacia la historia política más inmediata. Los partidos con actuación en la provincia del Neuquén, ahora "frentistas", parecieran trasladar acríticamente una misma lectura de lo sucedido a nivel nacional cuando se alejaba el anhelo de Menem por una segunda reelección y asomaba esa gran ilusión política que fue la Alianza. Repasemos algo de esa historia reciente e iniciemos una lectura comparada con el inevitable prisma prospectivo.
Reconocido por los principales actores de esa Alianza, criticado por muchos, el triunfo electoral de la oposición a nivel nacional en las legislativas de 1997, convenció a los ganadores de que sólo la alternancia en el poder era suficiente remedio para afrontar la pesada herencia económica, social y cultural de una década menemista. Persuadidos de que la salud republicana estaba en riesgo, se optó en los hechos por privilegiar una herramienta electoral y no una voluntad política por dejar atrás los años de corrupción, de desigualdad social y el retroceso de la política como potencia transformadora de la sociedad. La proyección para la Presidencia de la Nación de un hombre con falta de convicciones, pero que muchos sabíamos que entendía la política desde un centro siempre mirando hacia la derecha, era funcional a ese acuerdo electoral y también al continuismo del "modelo". La Alianza ganadora en 1999 se deshilachó apenas transcurridos diez meses de gestión y se fue vergonzantemente casi un par de años después, sin olvidarse de dejar dos decenas de muertos en las veredas de Buenos Aires y en las puertas de los comercios saqueados de varias ciudades del país. El acceso a la presidencia sin un piso programático y carente de convicciones para dejar de lado la hegemonía neoliberal era su principal déficit. Pero cumplió su objetivo: el PJ fue obligado a tomarse unas vacaciones de la Casa Rosada. También dejó de lado su componente esperanzador, la Alianza no fue una alternativa de poder. Como parte del otro balance de aquella frustrada experiencia debemos destacar que uno de sus principales socios, desde su "racionalidad y pericia" conservadora ocupó con elementos de dudosa moralidad pública los principales puestos de decisión política. No nos olvidemos de que muchos de los Santibañez pertenecían al riñón de ese mundo que no se quería cambiar.
¿La UCR -o en todo caso algunas de las huestes que acompañan a Quiroga-, junto con el PJ de Gallia y los restantes tripulantes del barco frentista estarán próximos a repetir aquel gran fallo de la política argentina? Es posible que estemos en los albores de otro fracaso si se piensa exclusivamente que el "todos unidos triunfaremos" es suficiente para desalojar al MPN de Jorge Omar Sobisch de su búnquer de la calle Roca. Si estas fuerzas aliadas electoralmente para el 2003 consideran las elecciones de 1999 que llevaron a la intendencia de la ciudad capital a "Pechi" Quiroga bajo el mismo prisma de las legislativas nacionales de 1997, están condenadas decididamente a la derrota. Y no estamos hablando de una derrota electoral, ya que es posible aunque poco probable que la reunión de muchos dé por tierra con la larga permanencia del MPN en el Neuquén. Importa saber si logran constituirse en una alternativa a las políticas hoy imperantes en la provincia. Y además, si es posible sostenerse en el gobierno o en corto tiempo se verán obligados a abandonarlo como le sucedió en los últimos días de diciembre del 2001 a De la Rúa. Es que las lecciones del fracaso estrepitoso de esa voluntad electoralmente reunida en la Alianza a nivel nacional en 1999 están demasiado vivas en la memoria ciudadana.
Es cierto que la constitución de aquella Alianza generó esperanzas no sólo en el público elector que la tomó como válida para un "cambio en democracia", sino también en las lecturas positivas que se hicieron para pensar en una democracia "consolidada". Algunos exageraron la nota y hablaron de "madurez" de nuestra democracia ante la presencia inédita en nuestra política de partidos de una coalición dentro de la alternancia. La estrepitosa caída de De la Rúa, a pesar del encauce institucional que llevó a Duhalde a la presidencia, reinstaló el pesimismo. Los doce meses transcurridos no han hecho más que mantener en suspenso una perspectiva aun más oscura. Y una gran responsabilidad de esta perspectiva les cabe a los partidos políticos y sus dirigentes. Estos, tanto desde su actuación nacional como provincial han mostrado que el único escenario aceptado es el de saber ganar o tolerar las derrotas electorales. Ninguno de ellos parece entenderse con una política que tenga por horizonte discutir y decidir qué sociedad queremos haciendo factible llevar a cabo desde la institucionalidad democrática lo que se decide colectivamente.
Una parte significativa de la ciudadanía neuquina podrá ver con buenos ojos que se termine con el monopolio del MPN. En términos generales, la alternancia en el poder es saludable para el funcionamiento de la democracia. Pero para entender esas bondades los partidos que canalizan la voluntad de la gente deben permitir algo más que votar. Deben permitir que la gente elija entre alternativas reales. El juego de la alternancia sólo es saludable cuando da cuenta de una política alternativa. Una apuesta electoral que en corto tiempo desemboque en más de lo mismo sumará más desesperanza a la ya existente.

(*) Profesor de Derecho
Político II - UNC
     
     
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