Sábado 4 de enero de 2003
 

Conflictos

 

Por Osvaldo Alvarez Guerrero

  La retórica del discurso político hoy más divulgado ofrece un vacío: gira en torno de la ignorancia o la negación de los conflictos en la sociedad. Me refiero a la retórica de las campañas de propaganda disparada a la "masa electoral", sobre todo cuando se acerca la fecha de los comicios. La retórica de la propaganda es un apéndice perverso de la política, es "marketing político", una disciplina de inferior jerarquía en la escala de los valores éticos de la cultura cívica. Esos valores constituyen siempre la sustancia de los conocimientos y las acciones políticas. Rechazados o aceptados, sin ellos no se puede convivir porque, sencillamente, sólo la nada mortal los aniquila.
El prolongado legislador nacional Raúl Baglini, con apostura casi cínica, recreó un aforismo maquiavélico, bautizándolo como su "teorema": en la escalera por alcanzar el poder, la intensidad de la disidencia es inversamente proporcional a las posibilidades reales que tienen los candidatos para acceder al gobierno. Con ese mismo sentido, los operadores del "marketing" electoral suelen ocupar su tiempo, en el mejor de los casos con cierta irresponsabilidad, en dar consejos pagos sobre la más eficaz manera de distorsionar y manipular la conciencia ciudadana. En sociedades conformistas, en las que no se impugna el poder establecido, la regla de oro de las campañas electorales diseñadas por especialistas marketineros dice: "Evite y disimule toda fricción y no provoque la discordancia". Al pretender solamente la eliminación de resistencias y oposiciones disimulables, más que adherentes entusiastas y comprometidos de partidos y candidatos, ese discurso cree diluir la existencia de obstáculos reales y objetivamente determinables. Está vaciado de todo elemento presuntamente conflictivo y viciado por simulación. Se expresa en un lenguaje no comprometido y en la difusión de imágenes tranquilizadoras.
La política activa las conciencias, las nutre de pensamiento complejo y dialéctico, a veces contradictorio, y las fecunda con vitalidad operativa. Las técnicas de captación universal del voto, en cambio, neutralizan y adormecen las conciencias, las embadurnan con la apariencia de la neutralidad. En las dictaduras se miente sobre la verdadera causa del conflicto y se la deriva hacia chivos expiatorios, creando falsos enemigos. En tiempos de miedo a las libertades democráticas, aun cuando éstas sobrevivan agónicamente, esas prédicas vacuas tienen como objetivo una aletargante armonía totalizadora, que construye una "masa" electoral sin individuos. Ello supone ignorancia de las contradicciones sociales o económicas en el mundo circundante o, peor aún, su ocultamiento. Así se degenera la excelsa condición que representa el "ciudadano", un sujeto y nunca un objeto de la política. Y lo convierte en un consumidor pasivo y conformista, carente del peculiar temple exigido por la democracia.
Debería pues distinguirse esa técnica para ganar votos, a los que se les ha extraído todo germen de voluntad autónoma, de la política propiamente dicha. En esta última, ya sea considerada como ciencia de gobierno o como práctica del poder -un asunto complejo y oscuro, difícil y riesgoso- no es admisible la negación del conflicto, sino más bien su develación y esclarecimiento. La política mediocre podrá suspender los conflictos, como si fueran carnes marinadas a la espera de su maceración, antes de llegar al plato de los comensales. Quizá los reprima, tal como se hace con los malos recuerdos, o los oculte, como se acostumbra con los vicios vergonzantes. Tal vez le baste simplemente su atenuación. Tarde o temprano, sin embargo, la política reconoce e ilumina la existencia de conflictos. Entonces descubre que éstos pueden variar en su naturaleza y composición.
Los conflictos sociales son el resultado de tensiones opuestas y contrarias. Estas pueden tener origen y formulación económica o cultural. O una conjunción y mixtura de causas y efectos. Son la expresión de una posibilidad que permitiría el pasaje de un contrario al otro, o de una inversión de las tendencias actuantes en un momento determinado. Registra elementos y factores que tienen condición y sensibilidad histórica. Sólo se entienden en el contexto en que se potencian. Y desde esa instancia de inteligibilidad, el más brillante y superior momento de la política, el gran estadista los dirime, aboliendo las causas y evitando sus efectos.
Comte y Spencer (dos fundadores de la sociología positivista) pensaban que el conflicto era una perturbación patológica, algo malo porque afectaba el equilibrio de toda interacción social. Marx imaginaba que la lucha entre el proletariado y la burguesía es un conflicto que concluye con todos los demás al acceder fatalmente al comunismo. Un filósofo contemporáneo como Ralf Dahrendorf sostiene que en el conflicto se esconde el germen creativo de toda sociedad y la posibilidad de la libertad, pero al mismo tiempo la exigencia de un dominio y control racional de las cosas humanas.
Sin embargo, cualquiera sea la teoría interpretativa de los cambios sociales y de sus expresiones conflictivas, todo mensaje político que eluda su existencia ha de ser sospechado de implicar una conducta engañosa y demagógica si al mismo tiempo está postulando "profundas" pero no explicitadas reformas estructurales.
     
     
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