Miércoles 29 de enero de 2003
 

Formas de luchar

 
  Lo mismo que tantos otros, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva parece suponer que hay un vínculo directo entre los miles de millones de dólares que gastan anualmente en armas los países ricos y el hambre que, según él, afecta a "la mitad del planeta". Muchos compartirán también su opinión de que los que ya tienen más que suficiente como para comer tres veces por día deberían formar un "fondo mundial contra el hambre" que sería financiado con los aportes de los organismos multilaterales y del sector privado. Sin embargo, como pronto descubrieron diversos regímenes comunistas que al tratar de concretar reformas presuntamente igualitarias desataron las mayores hambrunas de la historia del género humano, los problemas planteados por la escasez distan de ser tan sencillos como suelen creer aquellos que los analizan desde un ángulo exclusivamente moral o ideológico, dando por descontado que la opulencia de algunos es la causa fundamental de las penurias de los demás.
Hace dos milenios y medio, Confucio señaló que si uno da a un pobre un pescado, comerá una vez, pero que si uno le enseña a pescar comerá hasta el fin de sus días. Mientras que en situaciones de emergencia, los programas distributivos del tipo que parecería tener en mente Lula son claramente imprescindibles, tendría consecuencias perversas la institucionalización de un sistema conforme al cual "la mitad del planeta" dependiera de forma permanente de la caridad ajena. Además de fomentar el clientelismo en escala mundial, incidiría de forma catastrófica en la agricultura de los países pobres porque, es innecesario decirlo, los productores locales no estarían en condiciones de competir contra los proveedores de alimentos gratuitos. En efecto, en ciertos países africanos, la ayuda de los países europeos -o el dumping de su superávit agrícola- ha hecho más por frenar el desarrollo que por estimularlo.
De todos modos, los muy ingenuos aparte, pocos estarían en favor de un programa obviamente caritativo aun cuando fuera disfrazado de un aporte a la justicia internacional. Los más preferirían un esfuerzo por "enseñar a pescar" acorde con el consejo confuciano. Sin embargo, mientras que los partidarios más entusiastas de una lucha mundial contra el hambre suelen encontrarse entre los izquierdistas y progresistas que saben aprovechar el tema para atacar a sus propios gobernantes, acusándolos de ser en parte responsables de la miseria en el Tercer Mundo, las reformas que recomiendan raramente han funcionado tal y como han previsto. Irónicamente, si hay una clave del desarrollo, ésta está en manos de quienes por lo común se interesan poco por el estado trágico de los países económicamente más atrasados. Al fin y al cabo, sería difícil negar que los pueblos mejor alimentados son aquellos que habitan los países más capitalistas como Estados Unidos, los miembros de la Unión Europea y el Japón.
Tal vez el aporte más eficiente que podrían hacer los países ricos a la lucha contra el hambre "estructural" que devasta a tantas partes del mundo consistiría en eliminar las barreras proteccionistas que, bajo una variedad de pretextos, sirven para subsidiar a sus propios granjeros en desmedro de todos los demás. Para la Argentina sobre todo, la política agrícola de la Unión Europea ha constituido un obstáculo enorme que a través de los años le ha costado decenas de miles de millones de dólares, mientras que el proteccionismo norteamericano ha contribuido a privarla de una cantidad incalculable de recursos financieros. Pero, desgraciadamente para todos, en los países ricos los que encabezan los movimientos de "solidaridad" con los hambrientos del Tercer Mundo son por lo general paladines igualmente fervorosos del proteccionismo destinado, dan a entender, a hacer frente a los estragos de la "globalización". Por lo tanto, no es muy probable que el planteo de Lula -el que al pedir la creación de un fondo contra el hambre admitió con honestidad no saber "cómo se hará"- produzca resultados concretos: en este ámbito, como en tantos otros, los que quieren luchar contra una lacra determinada no saben muy bien lo que les convendría hacer, mientras que los que podrían aportar mucho que sería útil parecen carecer de interés en ayudar al prójimo.
     
     
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