Lunes 27 de enero de 2003
 

Colapso político

 
  A juzgar por lo que ha estado sucediendo, ni la UCR ni el PJ son capaces de organizar una interna transparente, de suerte que es penosamente evidente que ninguno estaría en condiciones de formar un gobierno adecuado, aun cuando el país transitara por un período de tranquilidad social y bonanza económica. Puesto que está en medio de una crisis sin precedentes, sería casi imposible exagerar los perjuicios que están ocasionando la inoperancia ya grotesca de sus dos partidos principales. Aunque podría decirse que los intentos fallidos de la UCR por celebrar elecciones internas importan poco porque el radicalismo ha dejado de constituir una opción, la situación caótica que ya es rutinaria en el PJ sí es preocupante. Gracias a las deficiencias ajenas, no a los méritos propios, el peronismo está en vías de erigirse nuevamente en el movimiento hegemónico del país, privilegio que ostentará hasta que la ciudadanía finalmente decida darle la espalda. Por ahora, empero, no hay demasiadas señales de que la mayoría esté dispuesta a repudiar masivamente al único partido nacional que aún nos queda. Es que si bien el peronismo es un movimiento tan alocadamente pluralista que por aspirar a representar a todas las corrientes ideológicas concebibles ya no representa a ninguna, lo aglutina un estilo político que está caracterizado por la costumbre de subordinar virtualmente todo a la voluntad de ocupar "espacios del poder", vocación que en la actualidad lo beneficia debido al temor a la anarquía que por motivos comprensibles sienten amplios sectores.
No hay por qué suponer que las próximas elecciones sirvan para modificar esta realidad angustiante. Son tan profundas las divisiones en el PJ, sobre todas las cavadas por el enfrentamiento interminable entre Eduardo Duhalde y Carlos Menem, que un eventual triunfador electoral peronista tendría forzosamente que continuar su lucha contra los adversarios internos, los que procurarán frustrar los intentos de gobernar a menos que se las arregle para apaciguarlos entregándoles lo que le exijan.
Además, en el curso de los meses últimos los distintos caciques peronistas se han acostumbrado a cambiar las reglas a su antojo según las necesidades del mundo, hábito que con toda seguridad conservará el futuro presidente si, como tantos prevén, se trata de un compañero. Por estos motivos, sólo un optimista nato podría confiar en que el interinato presidido por Duhalde fuera seguido por una etapa de reformas encaminadas a permitirle al país "normalizarse". Antes bien, lo más probable es que se prolongue la situación nada satisfactoria imperante.
El estado deplorable de las instituciones políticas tanto provinciales como nacionales es sin duda el problema número uno del país. Mientras todo lo demás dependa de las vicisitudes de la interna peronista, no podrá consolidarse un gobierno que pueda emprender ninguna estrategia económica coherente, fuera ésta "progresista" o "liberal". Por lo tanto, convendría que todos aquellos políticos -y es de suponer que son muchos- que sean conscientes de la necesidad urgente de superar de una vez y para todas un período muy extenso que se ha visto signado por la rapiña sistemática del país por parte de aparatos clientelistas cerraran filas en torno de algunos acuerdos institucionales muy básicos. Por significante que sea la brecha ideológica entre los equivalentes locales de los socialdemócratas y los conservadores de otras latitudes, para que los debates que celebren acerca de sus diferencias consistan en algo más que ejercicios metafísicos desvinculados del mundo real, será necesario que el país cuente con estructuras políticas que fueran menos raquíticas que las existentes. Mientras éste no sea el caso, la guerra verbal siempre feroz entre los "progresistas" por un lado y los "liberales" por el otro seguirá impidiendo que los presuntamente comprometidos con una cultura política que fuera un tanto menos rudimentaria que la encarnada hoy en día por los caudillos provinciales del PJ y de la UCR logren construir un sistema que permitiría que un día las partes viables de sus respectivas propuestas dejen de ser meras formulaciones verbales para convertirse en innovaciones genuinas.
     
     
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